Riesgo de fractura en la patronal valenciana
Diario de València
En los pliegues de la política y de la economía suele repetirse una constante: cuando una organización alcanza cierta estabilidad, surgen tensiones internas que amenazan con fracturarla. La Confederación Empresarial de la Comunitat Valenciana (CEV) no es ajena a esta ley no escrita. En vísperas de las elecciones del 6 de noviembre, la patronal se adentra en un terreno movedizo donde la continuidad de Salvador Navarro, al frente desde hace catorce años, se cuestiona por la conjura de sectores descontentos que, con creciente decisión, buscan un relevo en la figura de Vicente Lafuente, presidente de Femeval.
Salvador Navarro, presidente de la Confederación Empresarial de la Comunitat Valenciana CEV
No estamos, conviene aclararlo, ante una mera pugna personalista, sino ante un síntoma revelador del estado de ánimo de un empresariado rebelde que persigue un cambio en la gestión del poder de la patronal. Navarro, que fue capaz en 2017 de culminar la transición desde la antigua patronal provincial a una entidad de alcance autonómico, parece hoy atrapado en un doble frente: el de los críticos internos que le reprochan la gestión de su liderazgo y el de una relación cada vez más deteriorada con el president de la Generalitat, Carlos Mazón. Recordemos el desafortunado gesto que escenifica este segundo aspecto: el president de la Generalitat interpretó como afrenta pública la salida anticipada de Navarro de la Nit de l’Economia Valenciana organizada por Cámara Comercio aunque no fuera cierto; pero el momento confirmaba una distancia cuya primera grieta se abrió hace tiempo.
Los empresarios, habituados al cálculo frío de riesgos y oportunidades, saben que una patronal dividida pierde fuerza en su interlocución con el poder político. La historia enseña que las fracturas internas no solo erosionan a quienes las protagonizan, sino que debilitan el conjunto del tejido empresarial que dicen representar. Y, sin embargo, la tentación del ajuste de cuentas late con fuerza en Alicante y Castellón, donde distintas federaciones han encontrado en Lafuente una alternativa viable a la prolongación del mandato de Navarro. La escena recuerda más a un drama de Shakespeare que a la serena administración de intereses colectivos: traiciones susurradas en los pasillos, apoyos cambiantes, y la sombra de una asamblea convertida en campo de batalla.
El caso revela un problema de fondo: la incapacidad de ciertas élites empresariales para situar la estabilidad institucional por encima de sus discrepancias. La CEV ha desempeñado un papel esencial bajo la batuta de Navarro en la vertebración del empresariado valenciano, en el diálogo social y en la reivindicación de una financiación justa, asunto que ahora no concita unanimidad política (lo que es grave síntoma de la incapacidad de la sociedad civil y política valenciana para trabajar con un único objetivo). Si la patronal aparece ahora como una casa dividida, su capacidad de presión frente a Madrid se verá debilitada en el peor momento, cuando el Consell y la sociedad civil necesitan un frente unido.
Pero la fractura no se explica únicamente por dinámicas internas. Pesa también la mala sintonía entre Mazón y Navarro, fruto de desencuentros repetidos: desde la reducción de recursos a la patronal en los presupuestos aprobados con Vox, hasta las diferencias en la plataforma Per un finançament just. El empresariado reclama neutralidad política, pero no puede permitirse el lujo de aparecer enfrentado con el presidente de la Generalitat, sea cual sea su color, y viceveresa. Es una pugna estéril en la que ninguna de las dos partes puede ganar.
La historia enseña que las fracturas internas no solo erosionan a quienes las protagonizan, sino que debilitan el conjunto del tejido empresarial que dicen representar”
Navarro, que durante años ha intentado ejercer de dirigente pragmático y dialogante, ha terminado atrapado en un relato de desgaste, según sus opositores. Sus críticos le reprochan un excesivo personalismo y una cierta desconexión con los sectores que reclaman mayor voz. La acusación es, en el fondo, la misma que se formula contra cualquier liderazgo duradero. Frente a ello, Lafuente se presenta, según quienes le alientan, como el hombre del consenso posible, aunque su trayectoria —incluida la tentativa de levantar una patronal industrial paralela— invita a preguntarse si no estamos ante una ambición largamente acariciada más que ante un servicio desinteresado al conjunto.
Lo cierto es que la pugna, de confirmarse la candidatura de Lafuente, será cruenta. Nadie ignora que en Valencia Navarro conserva un núcleo duro de apoyos, mientras que en Alicante y Castellón se aglutina buena parte del descontento. La geografía empresarial, tan desvertebrada como la social y política, amenaza con reflejar las viejas líneas de fractura territorial que tanto han lastrado la cohesión de la Comunitat Valenciana. La CEV nació precisamente para superar esa fragmentación y erigirse en voz única. Que hoy se encuentre a las puertas de una contienda interna que puede resucitar viejos localismos es un signo de regresión.
Hay quien sostiene que lo más responsable sería forjar un acuerdo de transición, una candidatura de consenso que evitara la escenificación de la división. Pero los tiempos no parecen propicios a los consensos, y menos aún en un contexto donde la polarización política contagia al mundo empresarial su lógica de bloques y enfrentamientos. La tentación de la ruptura está servida.
Conviene, pues, interrogarse: ¿qué gana el empresariado valenciano con una patronal fracturada? ¿De qué sirve la épica de la rebelión si el resultado final es un liderazgo debilitado, incapaz de influir en Madrid y de negociar con solvencia en València? La CEV corre el riesgo de convertirse en un espejo deformado de la política que tantas veces ha criticado, con facciones enfrentadas y liderazgos agotados.
Salvador Navarro afronta, quizá, la prueba más dura de su mandato. Si logra recomponer alianzas y abrir la institución a un mayor pluralismo, tal vez pueda salir reforzado. Si se atrinchera en la autodefensa, el desenlace puede ser su relevo y, lo que es peor, una patronal dividida y debilitada. Los empresarios, que tanto apelan a la estabilidad y contra la “polarización”, deberían recordar que también en sus filas se juega el prestigio de la palabra unidad.
La elección de noviembre no es solo un trámite interno: es una prueba de madurez para el empresariado valenciano. De su desenlace dependerá que la CEV siga siendo una voz respetada o se convierta en un coro disonante, incapaz de hacerse oír más allá de sus propios muros sin ninguna influencia en Madrid. Ese es el gran riesgo.