La tasa turística, una medida de equilibrio

Diario de València

La tasa turística, una medida de equilibrio
Periodista

No demonizamos el turismo. Al contrario: todos somos turistas en algún momento de nuestra vida o queremos serlo. Todos hemos disfrutado de ciudades, playas o paisajes que no eran los nuestros, y nos hemos beneficiado de la hospitalidad, la infraestructura y el esfuerzo de los territorios que nos acogían. Precisamente por eso resulta lógico entender que el turismo, como cualquier otra actividad humana que genera un fuerte impacto en la vida cotidiana de las ciudades, necesita ser regulado. No hablamos de limitar por limitar, sino de encontrar un equilibrio que permita que la llegada de visitantes siga siendo una oportunidad y no se convierta en un problema.

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Turistas en el centro de València 

Ana Escobar / EFE

El turismo es, sin duda, una fuente de riqueza y dinamismo. Pero su masificación, cada vez más visible en muchas capitales europeas como València, también acarrea efectos indeseables: congestión del transporte público, saturación de los servicios sanitarios, incremento de la limpieza viaria o encarecimiento de la vivienda por el auge de los alquileres turísticos. Son realidades palpables que no se resuelven con consignas vacías ni con la falsa dicotomía entre “turismo sí” o “turismo no”. El turismo es y será parte de nuestra vida colectiva, pero la sociedad que lo recibe tiene el derecho —y la obligación— de organizarlo de manera sostenible.

En este contexto aparece el agrio asunto de la tasa turística. Una medida que, como tantas veces ocurre en el debate público, ha sido revestida de un dramatismo innecesario. Se la caricaturiza como un castigo, un obstáculo a la llegada de visitantes o incluso una forma de “antiturismo”. Nada de eso se corresponde con la realidad. Los hechos son tozudos: los precios de los hoteles y aparthoteles se han disparado en el último año, y sin embargo el número de turistas ha seguido creciendo. El argumento de que unos pocos euros añadidos a la factura hotelera o de pisos turísticos van a disuadir a millones de visitantes carece de base empírica. Lo que sí tiene lógica es que ese pequeño esfuerzo económico contribuya a sostener los servicios públicos que hacen posible que la ciudad funcione y que el turista, precisamente, disfrute de su estancia.

La economista Carmen Herrero (Madrid, 1948), premio Jaume I en 2017, lo expresó con una claridad meridiana en una entrevista con el periodista Enrique Bolland: “No entiendo cuál es la argumentación contra la tasa turística”. Una afirmación breve pero contundente, que desmonta las reticencias interesadas de quienes ven en cualquier regulación una amenaza al negocio. Porque el turismo no es un enemigo, sino una oportunidad. Pero si no somos capaces de acompañar esa oportunidad con inversiones que refuercen el transporte, la limpieza, la seguridad y otros servicios básicos, acabaremos generando una reacción social de rechazo. Y ese sí sería un escenario perjudicial para todos.

La tasa turística, bien diseñada y gestionada, puede convertirse en un instrumento de corresponsabilidad. No se trata de enfrentar al residente con el visitante, sino de recordar que ambos comparten el mismo espacio y que ambos deben contribuir a cuidarlo. El ciudadano ya lo hace con sus impuestos, de forma cotidiana. El turista, en cambio, hasta ahora no siempre participa directamente en ese sostenimiento. Una pequeña contribución —equivalente a lo que puede costar un café— no es una carga excesiva para quien ya está dispuesto a pagar una habitación de hotel que en muchos casos supera los 150 o 200 euros por noche (y similar a los pisos turísticos cuyos precios también han crecido espectacularmente). Pero sí puede marcar la diferencia para un ayuntamiento que necesita recursos adicionales para reforzar el transporte público en temporada alta, para mantener limpia la ciudad o para mejorar la experiencia global de quienes nos visitan.

La paradoja es que muchas de las voces que más se oponen a la tasa turística suelen ser las mismas que reclaman orden, limpieza y seguridad en nuestras calles. ¿De dónde salen los recursos para todo eso, si no hay un esfuerzo compartido? Pretender que los ayuntamientos absorban indefinidamente ese sobrecoste es, sencillamente, insostenible. Y a la larga, lo que genera es frustración en los vecinos, que acaban viendo al turismo como un problema más que como un activo. Esa tendencia ya empieza a visibilizarse en algunos barrios, donde proliferan las quejas por la saturación y la pérdida de calidad de vida.

El reto es anticiparse. Y la tasa turística es, precisamente, una vía para hacerlo sin recurrir a medidas más drásticas como limitaciones de acceso, restricciones horarias o cupos. Un mecanismo transparente, asumible y con un destino claro: reforzar los servicios públicos que hacen que la convivencia entre residentes y visitantes sea viable.

Al fin y al cabo, cuidar de la ciudad es cuidar también de la experiencia del turista. Nadie disfruta de unas vacaciones en un lugar sucio, colapsado o tensionado por el malestar social. El turismo necesita ciudades amables, y las ciudades necesitan ciudadanos que perciban que ese turismo no es una carga, sino un beneficio compartido. La tasa turística, lejos de ser una amenaza, puede ser el instrumento que alinee esas dos necesidades.

Se trata de asumir con serenidad que el turismo, como cualquier otra actividad que impacta de lleno en nuestra vida diaria, requiere mecanismos de equilibrio. Y que contribuir con unos euros a sostener los servicios públicos no va a alejar a nadie de nuestras ciudades”

No se trata de demonizar el turismo ni de caer en discursos fáciles. Se trata de asumir con serenidad que el turismo, como cualquier otra actividad que impacta de lleno en nuestra vida diaria, requiere mecanismos de equilibrio. Y que contribuir con unos euros a sostener los servicios públicos no va a alejar a nadie de nuestras ciudades. Lo que sí puede alejarlos, en cambio, es la percepción de que la ciudad se degrada, se colapsa o deja de ser habitable.

Por eso, la pregunta no debería ser si necesitamos o no una tasa turística. La verdadera pregunta es por qué tardamos tanto en implantar una medida contra la cual, como dice Carmen Herrero, nadie ha sabido argumentar seriamente en contra.

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