Max Aub: el exiliado que nunca dejó València

Historia

El nombramiento de Max Aub como Hijo Adoptivo de València, a propuesta del PSPV, rescata la memoria del escritor exiliado que convirtió la ciudad en patria íntima y herida literaria

Max Aub, uno de los autores analizados por Canal

Max Aub,en foto de archivo 

El próximo 9 d’Octubre, la ciudad de València saldará una deuda pendiente con uno de sus hijos más incómodos y, al mismo tiempo, más luminosos: Max Aub Mohrenwitz. Nacido en París en 1903, cosmopolita de origen alemán y espíritu español, Aub fue escritor, polígrafo, testigo de su tiempo y conciencia crítica de toda una generación. Ahora, gracias a la iniciativa del PSPV-PSOE, el Ayuntamiento que lidera  María José Catalá (PP) lo nombrará Hijo Adoptivo de València, reconociendo en él no solo al creador, sino también al intelectual comprometido con la libertad, al militante del socialismo cultural y al hombre que, desde el exilio, nunca dejó de pensar ni de escribir sobre esta ciudad mediterránea.

La propuesta política viene acompañada de una iniciativa cargada de memoria: una ruta cultural titulada “Vengo, digo, pero no vuelvo”, diseñada por el profesor José María Azkárraga y guiada junto a la nieta del escritor, María Teresa Álvarez Aub. El recorrido permite redescubrir la huella de Aub en València: sus casas, los cafés y librerías donde forjó su vocación literaria, la iglesia de la calle Poeta Querol donde contrajo matrimonio en 1926, el instituto LLuís Vives donde estudió el Bachillerato y que luego evocaría como patria íntima, o el domicilio de la calle Almirante Cadarso, donde la policía franquista confiscó su biblioteca.

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Más allá de la geografía urbana, lo que se redescubre es un mapa sentimental y literario. Porque Aub, aunque nunca regresó tras el exilio forzado, nunca abandonó València en su obra. Su nieta, María Teresa Álvarez Aub, señalaba ayer que “me hace una ilusión tremenda y creo que a València le hace falta. Agradezco al Partido Socialista esta iniciativa que ha sido una sorpresa estupenda. Traer a Max es como un aire fresco, porque pese a su vida difícil siempre mostró amor, alegría y lealtad hacia la ciudad, donde fue muy feliz. Creo que su figura ejemplar también le hace bien a València”.

La biografía de Max Aub se encuentra marcada por el signo del desplazamiento. Hijo de un comerciante alemán judío y de madre francesa, nació en París, pero su familia se trasladó a España en 1914 huyendo del clima hostil contra los germanos al estallar la Primera Guerra Mundial. Primero Barcelona, luego València, donde Max se instaló en 1916. Allí cursó estudios en el Instituto Lluís Vives, que más tarde recordaría con palabras memorables: “La patria es donde se estudió el Bachillerato”. Con esa frase condensó la fuerza de la memoria formativa, identificando patria no con nación o bandera, sino con el territorio afectivo de la juventud.

La biografía de Max Aub se encuentra marcada por el signo del desplazamiento

En la València de los años veinte y treinta, ciudad de contrastes entre la burguesía conservadora y una vibrante vida cultural, Aub empezó a publicar sus primeras obras teatrales. Frecuentaba tertulias en cafés, librerías como La Casa del Libro o la Biblioteca Valenciana, y pronto vinculó literatura con compromiso político. Dirigió el Teatro Universitario El Búho, concebido como un espacio para democratizar la cultura, y colaboró con el periódico socialista Verdad.

En 1932 se afilió al PSOE, convencido de que la literatura no podía desentenderse del combate social y moral de su tiempo. Durante la Guerra Civil, València fue capital de la República, y Aub desplegó allí una intensa actividad: miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, organizador de iniciativas culturales, periodista combativo y dramaturgo en plena efervescencia. Para muchos intelectuales de la época —desde Alberti hasta Bergamín— Aub era el ejemplo de esa fusión entre arte y militancia, entre literatura y vida.

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Lo que distinguió a Max Aub dentro de la intelectualidad española fue su capacidad para ser a la vez testigo y narrador. No se limitó a defender la República en los frentes políticos; la defendió también en los escenarios y en las páginas de sus novelas. Fue un escritor de acción.

Su pertenencia al llamado “Laberinto mágico” —la serie de seis novelas que constituyen una de las cumbres de la narrativa sobre la Guerra Civil— lo convierte en un cronista excepcional del conflicto. Desde Campo cerrado (1939) hasta Campo de los almendros (1968), Aub reconstruyó los años de la guerra con un mosaico de voces, estilos y registros que dan cuenta de la polifonía de aquella tragedia. Su método era deliberadamente coral, como si quisiera reflejar que ninguna voz aislada podía explicar la catástrofe.

En esa obra monumental, València ocupa un lugar esencial: como capital política de la República, como escenario de debates intelectuales y como ciudad íntima de su biografía

En esa obra monumental, València ocupa un lugar esencial: como capital política de la República, como escenario de debates intelectuales y como ciudad íntima de su biografía. En Campo de los almendros, la última novela de la serie, València simboliza la derrota definitiva y el inicio del exilio. La ciudad aparece atravesada por el recuerdo doloroso: “Un día, todo aquello que fue se derrumbó, y quedó València en mí como una herida que no cierra”.

Tras la derrota republicana, Aub sufrió en carne propia el itinerario trágico del exilio. Internado en campos de concentración franceses como Roland Garros y Vernet d’Ariège, padeció también la cárcel en Argelès y Djelfa, hasta que logró huir a México en 1942 gracias a la ayuda de redes solidarias. Allí desarrolló una obra ingente: novelas, teatro, cuentos, ensayos, crítica, poesía.

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Su literatura del exilio es también literatura de la memoria. En La gallina ciega, su diario de viaje por la España franquista en 1969, dejó impresiones demoledoras. Al llegar a València escribió: “No reconozco la ciudad. No sé si ha cambiado ella o si he cambiado yo. Y, sin embargo, todo me duele como si nunca me hubiera ido”. Ese texto es quizás el mejor testimonio de la fractura del exilio: regresar físicamente, pero no poder volver espiritualmente, porque la dictadura había alterado los signos de la memoria.

En México, Aub se convirtió en figura central de la cultura republicana en el exilio. Mantuvo contacto epistolar con escritores como León Felipe, Juan Gil-Albert, María Zambrano o Luis Cernuda, y trabajó en iniciativas para preservar la memoria cultural española. Al mismo tiempo, supo integrarse en la vida mexicana, escribiendo también sobre su país de acogida, aunque siempre desde una condición de “español transterrado”, como definía José Gaos.

Aunque nunca regresó a vivir a España, València siguió siendo la ciudad de su imaginario. La evocó en cartas y diarios, en novelas y obras teatrales. Allí había vivido los años formativos, allí había amado y trabajado, allí había combatido en defensa de la República. En una carta a su amigo José Ramón Arana confesaba: “València me duele como se duele un brazo amputado. No lo tengo, pero lo sigo sintiendo”.

Aunque nunca regresó a vivir a España, València siguió siendo la ciudad de su imaginario

Ese dolor no le impidió transformar la memoria en literatura. Cada esquina de la ciudad aparecía transfigurada en sus páginas: el instituto Luis Vives, la plaza de la Virgen, la calle Poeta Querol, las librerías de la plaza del Ayuntamiento. València era escenario pero también personaje, un lugar que hablaba por sí mismo.

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La ruta organizada por el PSPV-PSOE tiene un significado que va más allá del homenaje. Es un acto de restitución. Porque València, durante décadas, olvidó deliberadamente a Aub. Su nombre apenas figura en el callejero: un instituto en Sant Antoni y un callejón en Benimaclet, que casi nadie ubica. Demasiado poco para un escritor que dedicó su vida a narrar la memoria republicana y que llevó siempre en el corazón a esta ciudad.

La propuesta de colocar una placa en la calle Almirante Cadarso y de darle una calle visible es, en este contexto, un gesto político y cultural de gran calado. Como señaló la concejala Maite Ibáñez, se trata de “poner en valor la figura de una persona exiliada que luchó por la libertad y para que no se borre la memoria democrática en la historia de València”.

Hoy, redescubrir a Max Aub es también redescubrir un modelo de intelectualidad. Un escritor que no separó nunca estética de ética, literatura de responsabilidad, arte de vida. En una época de polarizaciones y olvidos, su voz resuena como advertencia.

En una de sus notas de La gallina ciega, escribió: “Se olvida demasiado pronto. Y olvidar es otra forma de mentir”. Esa frase resume la vigencia de su obra: luchar contra el olvido como deber moral.

“Se olvida demasiado pronto. Y olvidar es otra forma de mentir”

Max Aub

Aub representa, además, la figura del escritor transterrado, del hombre de identidad múltiple. Francés de nacimiento, alemán por origen, español por convicción, mexicano por destino. En su obra late la pregunta por la identidad moderna: ¿dónde está la patria del que ha sido expulsado? Su respuesta fue siempre literaria y profundamente humana.

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Con su nombramiento como Hijo Adoptivo, València recupera simbólicamente a uno de sus hijos más universales. Aub regresa a su ciudad no en persona, sino en memoria. Y con él vuelve también una lección: que la literatura puede ser un territorio de resistencia, que el exilio no borra el vínculo con la ciudad amada, que escribir es otra forma de permanecer.

En las páginas de su diario, Max Aub dejó escrito: “Yo no vuelvo. O sí, vuelvo cada día cuando escribo”. Quizá esa sea la clave de su relación con València: nunca volvió físicamente, pero volvió siempre en palabras. Y hoy, cuando las calles de la ciudad empiezan a recordarlo, se cumple al fin esa promesa.

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