“No hay elemento de agotamiento, pero sí una medida preventiva de lo que nos pudiera pasar”, confiesa Artur Martínez, cantante de La Fúmiga, cuando explica por qué uno de los grupos más emblemáticos de la música en valenciano ha decidido poner fecha de caducidad a su formidable historia. “Es como una tirita preventiva para un grupo de amigos que no quería que el desgaste propio de este mundo musical afectara al terreno personal”.
La Fúmiga ha sorprendido al anunciar que se despedirá en 2026 con dos conciertos de clausura: el 17 de octubre en el Sant Jordi Club de Barcelona y el 24 de octubre en el Roig Arena de València. Será una despedida en lo más alto, con un hito histórico: por primera vez un grupo que canta en valenciano llenará las 18.000 localidades del nuevo recinto de la capital. Un adiós convertido en celebración multitudinaria de lo que el grupo ha significado para una generación que encontraron en sus canciones la banda sonora de su juventud.
“Esa era nuestra promesa, dejarlo en el mejor momento. En 2026 será el último año porque también nos permite planificar nuestras vidas, decir a nuestras familias: esperadnos, que en 2026 acabamos. Todo tenía una caducidad”, explica Martínez.
Sus palabras revelan una mezcla de alivio y tristeza: la decisión ha sido tomada desde la plenitud, no desde el agotamiento. “Internamente estamos mejor que nunca. Por eso pensamos que era el final perfecto, cuando todo estaba más enchufado”.
El impacto de la retirada de La Fúmiga se multiplica por el contexto. En verano de 2024 , Zoo, el grupo de Gandia que había logrado llevar la música en valenciano a escenarios como el WiZink Center de Madrid o el Palau Sant Jordi, anunciaba también su retirada. “La escena musical valenciana queda tocada y deprimida porque Zoo había supuesto una inyección de autoestima impagable”, analizaba el crítico musical Josep Vicent Frechina.
Con unos argumentos similares a los de la Fumiga, la decisión de los gandienses se explicaba por un “momento vital” y por el temor a estirar el éxito más allá de lo razonable. Como recordaba Panxo, su líder, Zoo había nacido con la promesa de no hacer “merda facilona” sino himnos. Esa autoexigencia les obligaba a parar en lo más alto.
El golpe ha sido doble: en poco tiempo la música en valenciano pierde a sus dos locomotoras más potentes. Y no son los únicos adioses recientes. Xavi Sarrià, exlíder de Obrint Pas, también dijo basta; lo mismo que El Diluvi (aunque parece que vuelven ahora), Smoking Souls, Tardor o el cantautor Rafa Xambó. Un cierre de ciclo generacional que recuerda a los años en que se disolvieron Obrint Pas, La Gossa Sorda, Orxata o Aspencat.
El propio Pau Alabajos, cantautor y secretario del colectivo de músicos Ovidi Montllor, reconocía recientemente en un reportaje que “sin ese tirón de grandes bandas será complicado arrastrar al público, pero ya se vivieron momentos de vértigo en el pasado. La historia nos dice que habrá relevos y que estos adioses también sirven para diversificar y oxigenar la escena”.
El cantante de l Fumiga introduce un matiz revelador en la conversación: el mapa de oportunidades no es el mismo en València que en Catalunya. “Grupos catalanes pueden sostenerse con lo que programan a 40 minutos de su casa. Aquí, en el País Valencià, no podríamos sobrevivir solo con eso. Para que sea sostenible necesitas que Catalunya te ofrezca toda su red de fiestas mayores y programación constante. Los que no dan el salto a Catalunya no pueden vivir de la música”.
La Fúmiga lo logró: su proyecto fue sostenible, pero no todos han tenido esa posibilidad. El problema, señala Martínez, es que los grupos que no alcanzan esa red catalana están condenados a la precariedad. Y con el cambio político en la Generalitat, la situación se complica aún más. “Hay intención de no dar oportunidades a estos grupos por cantar en valenciano. Se hace de manera invisible, pero con los cambios políticos dejan de existir oportunidades. Es pura matemática”.
“Hay intención de no dar oportunidades a estos grupos por cantar en valenciano. Se hace de manera invisible, pero con los cambios de gobierno dejan de existir oportunidades”
La advertencia es clara: la retirada de La Fúmiga no es un síntoma de agotamiento artístico, sino un recordatorio de las dificultades estructurales para sostener la música en valenciano en un ecosistema frágil.
El propio Martínez se confiesa dividido: “Tengo dualidad. Soy optimista porque conozco la calidad de los proyectos emergentes, son más talentosos que nosotros. Pero soy pesimista porque si las cosas siguen así, los proyectos musicales en valenciano lo van a tener muy complicado”.
Esa mezcla de esperanza y temor recorre las declaraciones de músicos y críticos. Flora Sempere, cantante de El Diluvi, lo expresaba de forma nítida hace unos meses: “Sinceramente, los tiempos políticos no son demasiado halagüeños cuando el conseller de Cultura cree que por cantar en valenciano ya eres pancatalanista. Es difícil hacer cultura en nuestra lengua”.

El grupo valenciano Zoo durante su actuación en el Palau Sant Jordi de Barcelona.
Sin embargo, tanto Alabajos como productores como Joan Gregori Maria apuntaban en que hay relevo. “El circuito existe, el público es fiel y pronto nuevos grupos explotarán”, asegura este último. La clave está en que el público que han consolidado Zoo y La Fúmiga seguirá ahí, expectante para adoptar a quienes recojan el testigo.
El valor de La Fúmiga no se mide solo en cifras o discos. También en haber demostrado que la música en valenciano podía llegar a públicos que nunca antes la habían consumido. Su transversalidad ha sido uno de sus grandes legados: desde chavales de institutos hasta familias enteras han coreado sus canciones.
El último concierto en el Roig Arena será símbolo de esa transversalidad: un espacio mainstream que, por primera vez, acoge a un grupo que canta en valenciano. Allí se condensará un legado que conecta con toda una genealogía: desde Ovidi Montllor hasta Obrint Pas, pasando por Zoo y El Diluvi. Cada generación ha tenido sus referentes, y cada vez que se han apagado, otros han recogido la antorcha.
En la nota de despedida, La Fúmiga lo resumió de forma poética: “El seu llegat continuarà viu allà on algú cante Mediterrània a ple pulmó” [Su legado continuará vivo allí donde alguien cante Meditarrània a pleno pulmón].
La Fúmiga ha sido, en definitiva, un canto colectivo a la normalidad de lo extraordinario. “A la gente normal no le pasan cosas bonitas”, dice Martínez con emoción contenida. “Y lo más bonito es comprobar que sí, que a la gente normal pueden pasarle cosas maravillosas”.
En sus conciertos, en plazas y festivales, se mezclaba lo festivo con lo reivindicativo: una fiesta que era también un acto de resistencia cultural. El valenciano no era un obstáculo, sino la lengua natural de la celebración.
Cuando en 2026 se apaguen las luces del Roig Arena, se cerrará un capítulo de la música en valenciano. Pero como advierten críticos y músicos, la historia nunca se detiene. Cada crisis ha generado nuevas oportunidades. Lo que sí está en juego es el contexto: si habrá instituciones que acompañen, si la red de festivales seguirá abierta, si la sociedad civil sabrá sostener esa energía.

La Fumiga
Lo cierto es que dos de los grandes grupos han decidido marcharse en lo más alto, antes de desgastarse. Un gesto de dignidad y de honestidad artística que marca también una pauta para el futuro: no estirar el éxito hasta que se rompa.
Zoo se fue, la Funiga ha anunciado que se va, pero dejan una escena más rica, un público más amplio y un reto enorme: demostrar que, incluso en tiempos difíciles, la música en valenciano sigue siendo capaz de emocionar, movilizar y resistir.
Fundada en Alzira en 2012, La Fúmiga nació de la tradición de las xarangues y las sociedades musicales, ese semillero inagotable de talento que caracteriza al País Valencià. Aquella pandilla de amigos supo transformar el espíritu festivo en un proyecto colectivo que desbordó todos los límites. Con once músicos en escena, una energía arrolladora y un discurso de compromiso social, se convirtieron en un ciclón capaz de arrastrar a públicos diversos.
En apenas trece años han ofrecido más de 500 conciertos, conquistado dos discos de oro y acumulado más de 150 millones de reproducciones en Spotify. Himnos como Mediterrània o Havia de passar se han incrustado en la memoria colectiva, acompañando manifestaciones, fiestas populares o celebraciones juveniles. Su último trabajo, Tot està per fer (2024), consolidó su madurez artística y los confirmó como referentes indiscutibles.
Pero más allá de las cifras, La Fúmiga deja un legado cultural y emocional: canciones que hablaban de feminismo, antifascismo, derechos humanos o diversidad sin perder el carácter festivo. “El éxito no nos ha cambiado. Siempre hemos tenido los pies en tierra de manera natural. Lo importante era saber lo privilegiados que éramos por vivir esta experiencia”, afirma Martínez.