Durante años, el 9 d’Octubre fue algo más que una fecha en el calendario. Era un símbolo de identidad, una jornada en la que los valencianos recordábamos la historia de un pueblo que supo conjugar su pasado con la voluntad de construir un futuro compartido. Hoy, sin embargo, esa jornada ha perdido gran parte de su sentido original. El Día de la Comunitat Valenciana se ha convertido, cada vez más, en un espejo de nuestras divisiones internas, en una confirmación de lo que nos separa más que de lo que nos une.
La estatua de Jaume I en el jardín de El Parterre de València
Aquellos 9 d’Octubre del pasado, en los que miles de personas salían a la calle para reivindicar la historia, la cultura y la lengua propias, parecen ya muy lejanos. Se ha diluido aquella conciencia colectiva que, pese a las diferencias políticas, compartía una idea común de pertenencia. Lo que entonces era una jornada de afirmación serena, se ha transformado hoy en un campo de batalla simbólico donde cada fuerza política busca apropiarse de los significados y de los gestos.
La celebración de este año, marcada además por la suspensión de los actos institucionales debido a la alerta amarilla decretada por Aemet, llega en un contexto especialmente tenso. La fractura entre opciones partidistas se ha hecho más visible que nunca, con una guerra cultural promovida por Vox y consentida por el PP que ha situado al valenciano en el centro de la confrontación. Lo que debería ser un motivo de orgullo y cohesión —la lengua compartida— se ha convertido en un arma política que divide, genera desconfianza y aviva los fantasmas del pasado.
A todo ello se suma el dolor reciente de la tragedia provocada por la DANA del 29 de septiembre, que dejó 229 víctimas mortales. Un drama que, en otro tiempo, habría servido para unir a la sociedad en torno a la solidaridad y la empatía, se ha visto rápidamente absorbido por la rutina del enfrentamiento político. Ni siquiera el dolor parece ya capaz de reconciliarnos.
Si algo revela este panorama es que ya no queda casi ningún asunto por el que los valencianos sean capaces de movilizarse juntos. Ni la injusticia del sistema de financiación, ni la falta de inversiones en infraestructuras, ni la evidente pérdida de peso económico y político en el conjunto de España consiguen despertar un sentimiento compartido de reivindicación. La apatía ha sustituido a la esperanza, y el desinterés ha vencido al impulso de construir una voz colectiva.
Mientras tanto, la nueva ofensiva cultural impulsada desde la derecha más radical busca reabrir viejas heridas que tanto costó cerrar. Se cuestiona el modelo educativo, se señalan los medios de comunicación públicos, se ridiculiza la promoción del valenciano y se desprecia todo lo que suene a identidad propia. Se trata de una estrategia deliberada, que apela a la confusión, a la confrontación y a la división interna. Y lo más preocupante es que cuenta con el silencio —o la complacencia— de quienes deberían ejercer un liderazgo integrador.
Somos muchos los valencianos que seguimos creyendo que debería ser posible recuperar espacios de complicidad entre partes, entre instituciones y entre sensibilidades. Que el 9 d’Octubre debería servir para reencontrarnos, para recordar que más allá de las siglas políticas compartimos un mismo territorio, una misma historia y una misma voluntad de progreso. Pero los hechos confirman que la tendencia es la contraria: la polarización se consolida, la crispación se instala y las oportunidades de establecer alianzas para defender los intereses valencianos ante el Estado se desvanecen.
Mientras esto ocurre, los datos económicos hablan por sí solos. El PIB valenciano continúa alejándose de la media española, y la brecha con las comunidades más prósperas no deja de crecer. No hay un proyecto compartido de desarrollo, ni una estrategia que nos permita aprovechar todo el potencial de un territorio con enormes capacidades productivas y culturales. La desunión tiene también consecuencias materiales: perdemos fuerza, influencia y oportunidades.
Ojalá algún día volvamos a celebrarlo no como una fecha de protocolo o de enfrentamiento, sino como lo que debería ser: una jornada de reconocimiento, de orgullo y de unión”
Muy poco queda ya de aquella sociedad que, en los años ochenta, salía a la calle un 9 d’Octubre para reclamar el Estatut d’Autonomia y exigir que la Comunitat Valenciana fuera reconocida con la misma dignidad que las nacionalidades históricas. Aquella movilización era imperfecta, pero contenía una energía cívica que hoy parece extinguida. Ahora, quienes más se benefician de esta desmovilización son, precisamente, los que quieren desmantelar el modelo autonómico que tanto costó construir.
Esa es, por desgracia, la realidad. El 9 d’Octubre, día de todos los valencianos, ya no nos encuentra juntos en la defensa de lo común, sino divididos en trincheras ideológicas que poco tienen que ver con la verdadera esencia de nuestro pueblo. Ojalá algún día volvamos a celebrarlo no como una fecha de protocolo o de enfrentamiento, sino como lo que debería ser: una jornada de reconocimiento, de orgullo y de unión.