Dos danas en dos semanas

Diario de València

Dos danas en dos semanas
Periodista

Dos danas en apenas quince días. Dos tormentas que han puesto en alerta máxima a toda la fachada mediterránea y que confirman, con una crudeza que ya no admite matices, que el litoral de las provincias de Valencia, Castellón y Alicante se ha convertido en la zona cero del cambio climático en España. Lo que antes considerábamos excepciones meteorológicas hoy empieza a consolidarse como norma. Las lluvias torrenciales, las riadas repentinas, el caos en carreteras, la angustia en las urbanizaciones y los daños millonarios son síntomas de una realidad que ha venido para quedarse.

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Efectos de la dana del pasado 29 de septiembre 

Andreu Esteban / EFE

El 29 de octubre de 2024, un episodio extremo provocó 229 muertos en el litoral mediterráneo. Una cifra estremecedora que debería marcar un antes y un después en la conciencia colectiva. Porque si algo está claro es que el clima de nuestra tierra ha cambiado. Y lo ha hecho de forma acelerada, dejando a las administraciones, a las infraestructuras y, en muchos casos, a los ciudadanos, desbordados ante la magnitud de los nuevos fenómenos; sin obviar los graves errores de gestión que ahora investiga una jueza de Catarroja.

No hablamos de algo nuevo. El recuerdo de las grandes riadas forma parte de la memoria valenciana. La riada de 1957 en Valencia, que anegó la ciudad, provocó más de 80 muertos, y dio origen al nuevo cauce del Turia, fue un punto de inflexión. En 1982, la “pantanà” de Tous arrasó la Ribera Alta, provocando decenas de muertos, y dejó tras de sí un paisaje de desolación. En 1987, las inundaciones volvieron a golpear la misma comarca. En diciembre de 2016, un temporal de Levante azotó durante días la provincia de Valencia y el norte de Alicante. En octubre de 2018, la provincia de Castellón sufrió otro episodio con avisos rojos por lluvias intensas. Y en septiembre de 2019, una dana devastadora provocó tres muertos en la Vega Baja del Segura y siete en toda España. La historia reciente de nuestras comarcas es, en buena parte, la historia de una lucha constante contra el agua desbordada.

Sin embargo, lo que antes podía parecer una sucesión de infortunios cíclicos hoy se perfila como un patrón estable. El Mediterráneo se calienta más rápido que el promedio del planeta. Las masas de aire cálido y húmedo chocan con frentes fríos en altura y generan lluvias torrenciales de intensidad inusitada. Las danas, las “gotas frías” de siempre, se han multiplicado y fortalecido. El resultado son episodios de violencia meteorológica que se repiten cada vez con menos intervalo, y que ya no afectan solo a zonas rurales o aisladas, sino también a núcleos urbanos y turísticos densamente poblados.

Debemos asumir que los valencianos estamos instalados en la zona cero del cambio climático en el Mediterráneo y que todas las políticas deben adaptarse a una realidad que nos va a golpear muchas más veces”

Ante esta evidencia, no basta con lamentarse ni confiar únicamente en la suerte. España necesita un plan de acción integral que coordine a todas las administraciones —estatal, autonómica y local— y que aborde de forma estructural el problema. Es imprescindible cambiar radicalmente la manera con la que urbanizamos el territorio, invertir en infraestructuras hidráulicas y de drenaje adaptadas a esta nueva realidad: encauzamientos, embalses de laminación, sistemas de evacuación de aguas pluviales en zonas urbanas, y sobre todo una planificación del territorio que no siga construyendo donde la naturaleza insiste en recordar que el agua manda.

Pero la respuesta no puede limitarse a la ingeniería. Hace falta también un cambio cultural. Debemos aprender a convivir con la emergencia, como sucede en otras partes del mundo expuestas a huracanes, terremotos o tsunamis. En Japón, en California o en el Caribe, la población recibe formación desde la infancia sobre cómo actuar ante catástrofes naturales. En nuestra tierra, donde las danas son ya parte del calendario, debería incorporarse esa “cultura de la emergencia” a la vida cotidiana: en las escuelas, en las empresas, en los medios de comunicación y en la planificación municipal.

Saber cómo reaccionar puede salvar vidas. Tener protocolos claros, rutas de evacuación, sistemas de aviso y conciencia social reduce el impacto humano de los desastres. De nada sirve que los meteorólogos emitan alertas rojas si parte de la población no las entiende o no las toma en serio, y menos aún si las administraciones no actúan con la eficacia precisa. Tampoco ayuda que muchos municipios carezcan aún de planes de emergencia actualizados o que los cauces sigan llenos de maleza y residuos.

Hoy, mientras otra dana con aviso rojo amenaza a Alicante y Murcia, todos esperamos que no se repita una tragedia. Pero ya no podemos decir que nos coge por sorpresa. Estamos avisados. Y ese aviso no es una amenaza, sino una oportunidad para actuar antes de que el siguiente episodio vuelva a ponernos a prueba. Porque el cambio climático ya no es una previsión científica ni una hipótesis futura: es el nuevo clima de nuestra cotidianidad.

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