Paco Cerdà, la verdad narrada

Diario de València

Paco Cerdà, la verdad narrada
Periodista

La literatura tiene, en ocasiones, la virtud perturbadora de devolvernos al lugar exacto donde creíamos haber entendido algo. Leer a Paco Cerdà (Genovés, 1985) es experimentar esa perturbación: su escritura desacomoda certezas, transfiere peso a nombres borrados del mapa y obliga al lector a reconocer que la memoria colectiva se construye tanto con silencios como con relatos. Presentes (Alfaguara) —la novela de no ficción que le ha valido esta semana el Premio Nacional de Narrativa— no es un gesto conmemorativo ni una fórmula de museo. Es un asalto poético y documentado a la mitología fundacional del franquismo, una cartografía de la posguerra que pone en primer plano lo que la historia oficial pretendió ocultar.

Entrevista al escritor valenciano Paco Cerdà, autor del libro “Presentes”, sobre la falange. Francisco Cerdà Arroyo, más conocido como Paco Cerdà, es un periodista, editor y escritor español. Fotografías Miguel Lorenzo

Imagen de Paco Cerdà durante una entrevista 

© Miguel Lorenzo / Colaboradores

Cerdà pertenece a esa genealogía de periodistas que, sin renunciar a la exigencia documental, alcanzan una prosa capaz de sostener el pulso de la literatura y reivindican, con éxito, la denominada novela de no ficción. No es un imitador de Pla ni un seguidor acrítico de escuelas ajenas; su filiación más honesta hunde raíces en Manuel Chaves Nogales —esa figura luminosa del periodismo español— y en los cronistas que comprendieron que el detalle humano relativiza las grandes narrativas. Como Hersey o Talese, Cerdà ha elegido la mirada lateral: la gran procesión del poder le interesa, sí, pero sólo como escenario donde afloran las vidas que no salen en los libros de texto.

El tema de Presentes —el traslado del cadáver de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante hasta El Escorial en 1939, 467 kilómetros de pompa fúnebre y teatralidad política— encaja con una tradición literaria peligrosa y necesaria: la de acercarse al corazón de la oscuridad sin convertirlo en espectáculo. Aquí no hay voluptuosidad en la descripción del horror ni complacencia ante la liturgia del poder. Hay, en cambio, un rigor que se siente en cada frase y una compasión que no confunde indulgencia con comprensión. Cerdà sabe que el relato verdadero exige la suma de testimonios, telegramas, libretas de bolsillo y - sobre todo -  la paciencia de la indagación. Su mérito mayor consiste en transformar esos materiales en un tejido narrativo donde la evidencia histórica y la emoción legítima coexisten sin traicionarse.

La prosa de Cerdà es sobria y musical: mide los silencios con la misma destreza con que dosifica las imágenes —la antorcha que corta la noche, el paso marcial que evoca tanto obediencia como miedo—, y lo hace siempre con una mirada que privilegia a los “presentes” anónimos. Esa elección ética —dar voz a quienes la historia extravía— convierte su libro en un acto de reparación: resituar rostros en el centro de una trama que los desposeyó de protagonismo. Los perdedores que retrata no son meros ejemplos de victimización; son personajes complejos cuyos destinos revelan la maquinaria moral de una sociedad en proceso de reinvención autoritaria.

No evita Cerdà los hallazgos sorprendentes que la investigación deparó: la resistencia eclesiástica a la sacralización políticamente instrumental, las tramas diplomáticas que limitaban el acceso a bibliotecas, la censura que devoró libros y quemó memorias. Son datos que no buscan el sensacionalismo: sirven para mostrar cómo la dictadura no sólo sacó del mapa a personas, sino que intentó reconfigurar el cuerpo simbólico de la nación. Y en ese trabajo de desmantelamiento cultural, la literatura de Cerdà opera como vacuna: al nombrar, reivindica; al contar, reconstituye.

Lo poderoso de su escritura es, además, su rechazo a la simplificación moral fácil. En Presentes hay víctimas de carne y hueso, claro, pero también hay derrotados del bando vencedor: mutilados que ya no encajan en la épica, adolescentes arrastrados por una doctrina que no comprendían del todo, alcaldes y funcionarios arrinconados por un relato que los sobrepasó. Esa complejidad —esa negativa a plegar la historia a un eslogan— es lo que diferencia al periodismo literario honesto de la propaganda intelectual: la voluntad de mostrar la heterogeneidad humana aun cuando la tentación de polarizar sea mayor.

Su escritura tiene la serenidad del artesano que sabe que la verdad no se fabrica, se encuentra, y que habrá que lavarla con palabras hasta que brille sin fingimiento”

El reconocimiento del Premio Nacional no solo confirma la calidad de una obra; confirma la supervivencia de un género. En tiempos de inmediatez y narrativa fragmentaria, el libro de Cerdà reivindica la paciencia investigadora, la capacidad de documentar y la valentía de narrar sin cobardías ideológicas. Su escritura tiene la serenidad del artesano que sabe que la verdad no se fabrica, se encuentra, y que habrá que lavarla con palabras hasta que brille sin fingimiento.

Hay, por último, en la trayectoria de Paco Cerdà, algo que lo sitúa como voz imprescindible de la contemporaneidad literaria española: su insistencia en prestar atención a los últimos, a los que la Historia en mayúscula suele ignorar. Desde 14 de abril (Libros del Asteroide) hasta El peón (Pepitas de Calabaza) y ahora Presentes, su obra constituye una constelación coherente, una ética narrativa que antepone la memoria testificada a la anécdota espectacular. Eso es lo que convierte a su prosa en verdad reparadora: la literatura como restitución de lo que fue hurtado.

En una época proclive a olvidar por exceso de ruido, Cerdà, envidiablemente joven, escribe para recordar en voz alta. Y lo hace con la mesura de quien entiende que la grandeza literaria no consiste en alcanzar la última palabra, sino en abrir nuevas preguntas sobre lo que creíamos cerrado. El Premio Nacional le es justo: reconoce a un autor que escoge temas arriesgados y que, sin grandilocuencia, nos devuelve a la responsabilidad de mirar. Porque, como demuestra su obra, quien narra bien no reescribe el pasado; lo devuelve. Y eso, en noches como la nuestra, es un acto de justicia.

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