Ernest Lluch, como síntoma

Diario de València

Ernest Lluch, como síntoma
Periodista

A Ernest Lluch lo mató ETA porque el político y profesor catalán ansiaba lograr una vía de paz para acabar con el terrorismo. Es importante subrayarlo. Porque más allá de ser un brillante investigador y docente (dio clases en la Facultad de Económicas de la UV) y el ministro que extendió la sanidad pública en España, fue, ante todo, un demócrata en el más amplio sentido de la palabra, que sabía que solo desde la unión de los partidos democráticos, la solidez institucional y la vía policial y judicial, se podía derrotar a los violentos de tiro en la nuca.

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Ernest Lluch en la última entrevista que concedió antes de ser asesinado por ETA 

Terceros

Borrar su nombre de un centro sanitario en Campanar, València, no es un simple gesto administrativo. Es un acto simbólico, cargado de consecuencias. El reconocimiento público no solo honra a la persona, sino que recuerda a la sociedad cuáles son los valores que deben sostenerse. En este caso, retirar el nombre de Ernest Lluch supone una fractura en la memoria colectiva, como si su sacrificio y su compromiso quedaran relegados a una nota a pie de página.

Lluch no fue un político cualquiera. Fue un intelectual capaz de tender puentes entre ideologías enfrentadas, un socialista que supo dialogar con adversarios, un militante antifranquista (formó parte del grupo conocido como Els 10 d’Alaquàs) que amaba Valencia, y un profesor que educó en la libertad de pensamiento. Su asesinato en el año 2000 golpeó a toda España, porque se entendió, más allá de colores, como el crimen de alguien que representaba lo mejor de la política: la capacidad de escuchar, de buscar consensos y de apostar por la convivencia. Como fue el asesinato, también con tiros en la cabeza, del profesor Manuel Broseta.

Borrar su nombre de un centro sanitario en Campanar, València, no es un simple gesto administrativo. Es un acto simbólico, cargado de consecuencias, un agravio a la memoria democrática”

Quitar su nombre de un centro sanitario es, en definitiva, un agravio a la memoria democrática. La sanidad pública que él ayudó a consolidar es hoy una de las instituciones más valoradas de nuestro país. Resulta difícil imaginar un símbolo más coherente que vincular un espacio de salud y vida con la figura de quien luchó por universalizar ese derecho. Desvincularlos es amputar un hilo de nuestra historia reciente.

Las sociedades se construyen sobre la memoria de quienes las han hecho avanzar. Cuando se borra un nombre como el de Lluch de un lugar público, lo que se erosiona no es solo un homenaje, sino la conciencia de que nuestra democracia se cimentó también con la sangre y el esfuerzo de personas que defendieron instituciones, libertades y derechos frente al fanatismo.

La Generalitat Valenciana debería entender que los símbolos importan. Y que un pueblo que olvida a quienes dieron lo mejor de sí por fortalecer sus instituciones se arriesga a caminar con menos certezas hacia el futuro. Recordar a Ernest Lluch es recordar que la democracia no se regala: se construye, se defiende y se honra. En ocasiones a costa de que te maten, como fue su caso. El Consell de Mazón está a tiempo de rectificar.

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