El gesto de Ferran Torrent
Diario de València
La renuncia de Ferran Torrent al Premi de les Lletres Valencianes, el máximo galardón cultural que otorga la Generalitat Valenciana, no es un simple gesto personal. Es, en realidad, la confirmación de una lógica: la de un escritor que entiende que la política cultural y lingüística del actual gobierno valenciano camina en dirección contraria a la defensa, cuidado y promoción del valenciano. Y, como Torrent recuerda en su carta de renuncia al president Carlos Mazón, no se puede disociar la creación literaria de la lengua que le da sentido.
Ferran Torrent
No hablamos de un escritor cualquiera. Torrent (Sedaví, 1951) es el novelista en valenciano más leído de las últimas décadas, autor de títulos tan populares como Gràcies per la propina o Societat limitada. Su obra ha retratado como pocas las luces y sombras de la sociedad valenciana contemporánea, y ha contribuido a que el valenciano llegara a públicos que no siempre lo tenían en su cotidianidad. Que él, precisamente él, devuelva el premio que le entregó Mazón en octubre de 2024 es una noticia incómoda para el Consell, porque muestra que el desencuentro con el mundo cultural ya no es solo retórico: ahora se traduce en actos.
Cuando aceptó el galardón, Torrent lo hizo con dos razones claras: el respeto personal hacia la persona que se lo comunicó y la voluntad de creer que aquel reconocimiento formaba parte de una cierta “normalidad política y cultural”. Hoy, en cambio, sostiene que el tiempo le ha demostrado lo contrario. Y así lo escribe en un pasaje cargado de simbolismo: el diploma que le entregó Mazón se perdió en la barrancada del 29 de octubre. “Probablemente ya sabía el agua desatada que el premio era papel mojado”, ironiza el novelista.
Su renuncia llega en un contexto muy concreto: el de una ofensiva política sobre la lengua alentada por Vox y aceptada por el PP. Los ejemplos son numerosos. La Acadèmia Valenciana de la Llengua, AVL, la única institución reconocida estatutariamente para fijar la normativa lingüística, ha pasado a ser el blanco de las sospechas del Consell. Se quiere modificar su estatus, aunque sin éxito porque PP y Vox no tienen mayoría cualificada para cambiar el Estatut. Al mismo tiempo, se ha reducido el presupuesto destinado a fomentar el valenciano; se ha planteado que los alumnos puedan examinarse en la PAU solo en castellano; y se ha puesto en marcha un borrador de ley de señas de identidad que incluye sanciones para quienes defiendan la unidad del catalán y el valenciano.
Todas estas medidas han abierto viejas trincheras que muchos daban por cerradas. Durante décadas, un consenso político y académico había permitido que el valenciano avanzara en normalización social y cultural. Ese frágil acuerdo se basaba en reconocer la unidad de la lengua desde el rigor filológico, en blindar a la AVL como árbitro, y en fomentar políticas que garantizaran su presencia en la escuela, en los medios y en la vida pública. Hoy ese pacto está roto.
La futura ley de señas de identidad es, quizá, el símbolo más visible del giro. Según su borrador, no recibirán ayudas públicas quienes se refieran al valenciano como catalán o quienes defiendan la unidad lingüística; sanciones que podrían atentar contra derechos básicos constitucionales. La norma tampoco menciona a la AVL, pero sí da protagonismo a entidades como Lo Rat Penat o la Real Acadèmia de Cultura Valenciana, históricamente enfrentadas al consenso académico. Además, abre la puerta a un régimen sancionador que permitirá a particulares y entidades denunciar vulneraciones, en un mecanismo que recuerda inevitablemente a una policía lingüística.
La paradoja es evidente: mientras se limita el reconocimiento a la lengua y a la institución que la regula, se alimenta un relato identitario por decreto que busca diferenciar el valenciano a toda costa, incluso a base de confrontar con la comunidad científica y cultural. En ese marco, el gesto de Ferran Torrent no es solo el de un escritor que devuelve un premio: es el aviso de que la cultura en valenciano no está dispuesta a aceptar retrocesos que cuestionen décadas de avances.
La renuncia de Torrent llega, además, en un momento de tensión creciente entre el Consell y el sector cultural. Desde febrero, el escritor ya había deslizado la posibilidad de devolver el galardón, aunque entonces no quiso “hacer demagogia”. Ahora ha considerado que la situación del valenciano justifica dar el paso. Con ello, coloca en el centro del debate algo esencial: sin lengua, no hay letras valencianas escritas en valenciano. Y sin políticas públicas que protejan y promuevan esa lengua, la creación cultural corre el riesgo de quedar relegada a una resistencia marginal, que es tal vez lo que algunos pretenden.
En el fondo, lo que ha hecho Torrent es recordarnos algo obvio: no se puede desligar la literatura de la lengua en la que se escribe. Si el valenciano se relega a un rincón, las letras valencianas se relegan con él”
El gobierno de Mazón puede interpretar la renuncia como un gesto aislado. Pero sería un error. Torrent representa a una generación de autores que hicieron del valenciano una lengua literaria moderna y competitiva, y su influencia ha sido enorme para que otros hayan optado por escribir en valenciano. Su voz tiene un eco que trasciende lo individual. Y su decisión evidencia que la guerra cultural iniciada por Vox y aceptada por el PP está teniendo un precio: el distanciamiento de creadores, lectores y ciudadanos que ven en el valenciano no solo una herramienta de comunicación, sino un patrimonio colectivo que merece respeto, el mismo que el castellano.
En el fondo, lo que ha hecho Torrent es recordarnos algo obvio: no se puede desligar la literatura de la lengua en la que se escribe. Si el valenciano se relega a un rincón, las letras valencianas se relegan con él. Y ese es un coste que ninguna sociedad que aspire a reconocerse en su diversidad debería permitirse.