El president valenciano y líder del PP autonómico encara una semana determinante mientras en su partido aumenta la sensación de que su ciclo político se está cerrando, con manifestaciones explícitas de dirigente de Génova. Casi nadie en la dirección nacional cree que repetirá como candidato, pero el debate ya no se centra en si debe continuar, sino en cómo gestionar su salida sin provocar un terremoto institucional en la Generalitat y sin convertir a Vox en árbitro absoluto del proceso.
Todo movimiento es delicado, porque el futuro del Consell, del PPCV e incluso de la arquitectura política de la derecha valenciana depende de una combinación de decisiones internas, presiones externas y tiempos judiciales que no controlan ni el propio Mazón ni Génova. El funeral de Estado por las víctimas de la dana, lejos de abrir una vía de empatía, ha multiplicado el ruido y ha dejado al president en una posición de fragilidad inédita, convertida ya en un problema nacional para Feijóo. Sobre la mesa del PP, en el despacho de Génova e incluso en conversaciones discretas con cargos del partido, se barajan todos los escenarios posibles para acelerar un relevo que, por su dependencia de Vox, puede ser más complejo que ninguno de los vividos por el PP valenciano desde la caída de Francisco Camps.
El president de la Generalitat, Carlos Mazón, y el presidente de la Diputación de Valencia, Vicent Mompó, “figura de consenso” en el PP valenciano para sustituir al primero.
Pero desde las baronías provinciales han comenzado a darse ya pasos y se ha solicitado a Juanfran Pérez Llorca, síndic del PP y persona de confianza del president, que se articule una solución para evitar un mayor deterioro de la marca. Fuentes del partido, en Valencia y en Génova, reconocen que se vive un momento de enorme tensión sin una estrategia clara a seguir, así como que tampoco se vislumbra quién podría ser el relevo de Carlos Mazón, desde el presidente de la Diputación de València, Vicent Mompó, hasta al propio Juanfran Pérez Llorca o la alcaldesa de València, María José Catalá, que es la preferida del partido y de los votantes del PP.
Durante meses la estrategia implícita del PP y también la que Mazón ha utilizado para seguir en el Palau ha sido ganar tiempo. La arquitectura institucional de la Generalitat le protege: no puede ser destituido salvo por dimisión o por una moción de censura, y esta última solo sería viable si Vox la respaldara, algo que el PSPV sabe que no ocurrirá. Esa protección ha alimentado la idea de que el president podía ganar tiempo mientras el foco mediático se desviaba hacia otros asuntos, como pareció suceder en verano, cuando las polémicas estatales por los incendios oscurecieron durante unas semanas la gestión de la dana. Pero ahora ese cálculo es insostenible.
El calendario judicial y político se ha convertido en una sucesión de potenciales detonantes que mantendrán la presión elevada: la declaración de Maribel Vilaplana ante la jueza este lunes, las comparecencias en las comisiones de investigación en Les Corts, en el Congreso y el Senado, y las continuas filtraciones que emergen de la causa. Incluso el cambio de estrategia de Salomé Pradas, quien está aumentando la presión sobre Mazón. Cada cita parece diseñada para erosionar la autoridad pública del president. La idea de refugiarse en una reforma del Consell o en un lavado de cara del Gobierno valenciano también ha quedado congelada desde que Mazón anunció su periodo de reflexión, un anuncio que no ha detenido el deterioro político sino que lo ha acelerado. En estas condiciones, la inercia deja de ser estrategia y pasa a ser una forma de claudicación silenciosa, que ni el PP ni Génova creen sostenible por mucho tiempo.
Aunque en el PP nadie admite públicamente que contemple un pulso abierto, dentro de la organización existe la posibilidad de que Mazón decida resistir incluso si la presión de Génova aumenta. La fuerza de su enroque reside en la aritmética institucional y en el control orgánico del partido en la Comunitat Valenciana. Como president, líder del PPCV y figura con apoyos en las estructuras provinciales, aún conserva capacidad de maniobra, y una dimisión forzada por presiones externas podría ser presentada como una injusticia o una operación política ajena a la realidad valenciana. Sin embargo, una estrategia de resistencia implicaría un riesgo altísimo para su partido.
La causa judicial seguiría avanzando, el ruido mediático continuaría creciendo y el PP asumiría en solitario el desgaste, sin poder ordenar la situación. Además, un enroque prolongado dejaría al PP atrapado en una paradoja: cuanto más tiempo resistiera Mazón, más dependería del apoyo explícito de Vox, lo que situaría a Génova ante un conflicto directo con su socio nacional en plena precampaña de varios territorios. El dilema para Feijóo sería mayúsculo: enfrentarse a Vox para deshacerse de Mazón, o asumir que su partido queda subordinado a un socio al que no controla.
Carlos Mazón con Feijóo en un acto de campañá
Una solución pactada es el escenario que más convence a la dirección nacional, porque permite amortiguar el impacto político, conservar la Generalitat y difuminar los costes electorales. Consistiría en pactar con Mazón un final programado de su etapa política: anunciar que no será candidato a la reelección, mantenerlo unos meses como gestor de la reconstrucción y preparar, con calma, la sucesión interna de cara a 2026. Este tipo de recorrido permitiría al PP evitar un vacío abrupto en el Gobierno valenciano y daría tiempo para tejer consensos orgánicos sobre un sucesor aceptable para todas las sensibilidades del partido. La presencia de Mazón al frente del Consell durante unos meses sería presentada como un ejercicio de responsabilidad, mientras el PP reorganiza su liderazgo territorial.
Sin embargo, este escenario se estrella contra un muro evidente: Vox. Cualquier relevo real en la presidencia de la Generalitat exige una nueva investidura, y Vox tendría en su mano facilitarla o bloquearla. A día de hoy, el partido de Abascal mantiene un apoyo más contundente a Mazón que el propio PP, porque su debilidad le ha permitido obtener visibilidad, presión negociadora y concesiones políticas a todas sus exigencias involucionistas. Un relevo pactado entre Feijóo y Mazón podría ser interpretado por Vox como un intento de debilitar su capital político en la Comunitat, y su reacción podría pasar por impedir la investidura de un nuevo president del PP. En ese caso, la “salida ordenada” se convertiría en la antesala de una crisis institucional.
Vox se ha convertido en el actor más determinante de todo el proceso. No solo porque sostiene a Mazón en Les Corts, sino porque ha encontrado en esta crisis una oportunidad para aumentar su peso político en la Generalitat. Su defensa del president ha sido contundente y, en ocasiones, más firme que la defensa tibia o calculada del PP. Vox percibe que el desgaste de Mazón beneficia su estrategia: cada concesión arrancada es un avance en su agenda y cada duda del PP abre un espacio para presentarse como el socio leal frente al cálculo de Génova. De ahí que cualquier movimiento del PP para sustituir a Mazón requiera necesariamente el beneplácito de Vox, que no ha mostrado voluntad de abrir escenarios de inestabilidad pero sí de rentabilizar su posición. Si Mazón no dimite, Vox lo seguirá protegiendo mientras le sea útil. Si dimite, Vox decidirá si investiga a un nuevo candidato del PP o si lo bloquea. Y si Génova intenta imponer un relevo rápido, Vox podría reaccionar elevando el precio de su apoyo a la investidura o forzando una negociación con condiciones incómodas para el PP. La capacidad de decisión del PP valenciano se ha estrechado y ahora depende en gran medida de la actitud de un socio que ha entendido que la crisis de Mazón es también una oportunidad estratégica.
Aunque en el PP ya se barajan nombres de posibles sustitutos, ninguno despierta una adhesión suficiente para garantizar un relevo inmediato. La estructura del PPCV es compleja, con equilibrios provinciales delicados y con liderazgos en construcción que no están preparados para asumir, de forma repentina, la presidencia de la Generalitat. Un relevo rápido exigiría un congreso extraordinario o al menos un acuerdo interno amplio, pero incluso si esa parte orgánica se resolviera, seguiría faltando la pieza decisiva: el aval de Vox. El PP podría nombrar un nuevo presidente del partido y mantener a Mazón unos meses al frente de la Generalitat, creando una bicefalia incómoda pero funcional, que permitiera ganar tiempo mientras se negocia con Vox el salto institucional. La posibilidad existe, pero implica una etapa de inestabilidad interna y mediática que el PP asume como coste inevitable si quiere ordenar la situación sin abrir una crisis parlamentaria.
La situación jurídica de Mazón complica aún más el escenario. Como president y diputado autonómico, es aforado, lo que impide que la jueza lo cite como investigado mientras conserve ambas condiciones. Si dimite como president pero mantiene el acta en Les Corts, seguirá aforado y la causa pasaría al Tribunal Superior de Justicia si fuera necesario. Es lo que hizo Camps en 2011. Si renuncia al escaño, como hizo Mónica Oltra, pierde el aforamiento y se sitúa ante la justicia ordinaria. Esta decisión es crucial para definir los tiempos del relevo. El PP prefiere que Mazón mantenga el aforamiento para evitar un impacto jurídico inmediato que pueda agravar la crisis, pero también entiende que su permanencia en Les Corts puede retrasar aún más la resolución política del caso. Cada opción tiene consecuencias institucionales distintas y todas condicionan los ritmos del partido.
Aunque nadie lo contempla como opción inmediata, Mazón mantiene la capacidad de disolver las Corts y convocar elecciones anticipadas a partir de abril de 2025. Sería una jugada extrema, difícil de justificar públicamente, pero con potencial para alterar por completo el tablero político. Podría presentarse como una búsqueda de legitimidad ante una persecución política, o como una forma de devolver la palabra a los valencianos. Sin embargo, en el PP esta opción se percibe como un riesgo mayor que una solución. El partido no quiere elecciones valencianas en un calendario ya saturado de citas autonómicas y estatales, y teme que una convocatoria precipitada favoreciera a Vox o incluso al PSPV en plena crisis del gobierno autonómico.
La evolución de la postura de Feijóo es reveladora. Pasó de defender con entusiasmo a Mazón a pedir explicaciones y, desde hace días, a guardar un silencio calculado que en el PP interpretan como un distanciamiento definitivo. Feijóo parece decidido a dejar que el desgaste avance y que sea el propio Mazón quien dé el paso de hacerse a un lado. La ausencia de una defensa explícita, la falta de gestos públicos y el hecho de que la dirección nacional haya empezado a hablar en privado de un relevo inminente muestran que Génova ya no considera a Mazón un valor político, sino un riesgo. Pero ese silencio no resuelve el problema central: el PP necesita una salida que no deje la Generalitat en manos de Vox, y Mazón tiene aún capacidad para resistir.





