Inestabilidad valenciana

Diario de València

Inestabilidad valenciana
Periodista

“No hay manera de que tengan buena opinión de nosotros en España”. Lo comentaba, con evidente inquietud y un punto de exageración, un importante empresario valenciano a propósito del impacto que en otras geografías tiene la grave crisis política en la que se ha instalado la Comunidad Valenciana tras la dimisión de Carlos Mazón. Aducía este emprendedor, que suele viajar mucho a Madrid, que sin haber sido aún superada la crisis reputacional por los casos de corrupción de los tiempos de Eduardo Zaplana y Francisco Camps, Valencia vuelve a ser noticia por la nefasta gestión de la dana por parte de la Generalitat Valenciana, gobernada en solitario por el PP. Esta vez con el fuerte impacto emocional de la indignación de los familiares de las víctimas, cuya rabia se dirige, principalmente, contra el partido de Alberto Núñez Feijóo y, algo también, contra el Gobierno por la falta de coordinación y respuesta los días posteriores a la dana. De ahí el desgaste del PP en las encuestas en Valencia y la falta de despegue del PSOE.

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Feijóo con Mazón en Valencia en la reunión del Grupo Popular Europeo 

JOSE JORDAN / AFP

La frase de ese empresario es un latigazo de realidad. Resume a la perfección la losa que, una vez más, se cierne sobre el conjunto de la sociedad valenciana: la de una hipoteca reputacional que se reactiva con cada crisis, con cada titular adverso, como si un déjà vu colectivo nos condenara a repetir los peores capítulos de nuestra historia reciente. Justo cuando creíamos haber pagado, con creces, los platos rotos de la era Zaplana y Camps y el 'caso Gürtel', la gestión de la dana y su secuela de dolor, indignación y finalmente, dimisión, nos devuelve al punto de partida. A la mirada crítica, a veces condescendiente y a menudo simplificadora, de una España que nos observa con el ceño fruncido.

La ciudadanía de esta tierra no es responsable de los errores de cálculo, de la opacidad,  o de la falta de previsión de sus gobernantes, ya vengan de la Generalitat o del Gobierno central. Los valencianos y valencianas son, una vez más, las víctimas de una tormenta perfecta donde se mezcla la incompetencia y negligencia de quienes debieron gestionar con acierto la Emergencia con la fatalidad meteorológica, con las decenas de miles de damnificados. Son ellos quienes sufrieron la riada, quienes perdieron a sus seres queridos. Someter a un territorio entero a un juicio sumario por los actos de sus representantes es un ejercicio de injusticia colectiva que, sin embargo, España repite con obstinación con sus periferias desde la centralidad del “sistema Madrid”.

Porque, y este es el meollo de la cuestión, lo que sucede en la Comunidad Valenciana ya no es un asunto local. Ha trascendido, como un reguero de pólvora, hasta el corazón de la política nacional, alterando sus frágiles equilibrios. La dimisión de Carlos Mazón no es solo el epílogo de una crisis autonómica; es la primera ficha de un dominó que puede tumbar la estrategia de Alberto Núñez Feijóo en toda España. El PP valenciano, ahora sumido en la incertidumbre y en una negociación forzada con Vox, se ha convertido en el campo de pruebas de la gobernabilidad de las derechas a nivel estatal; lo fue tras el 28-M, pero ahora cobra un nuevo sentido.

Y en esta partida, Santiago Abascal lleva, por el momento, las mejores cartas. La debilidad del PP valenciano, acorralado por la crisis y la urgencia por recomponer su imagen, es la fortaleza de Vox. El partido de Abascal puede imponer condiciones más duras, exigir mayores cuotas de poder o, incluso, forzar una repetición electoral (muy improbable) si no obtiene lo que desea. Feijóo observa desde Madrid con la preocupación de quien ve cómo un incendio en la periferia puede quemar su propia casa. Cualquier concesión excesiva a Vox en Valencia sentará un precedente peligrosísimo para futuras negociaciones en otras comunidades o, incluso, para la gobernabilidad de España en un futuro próximo. Si el PP cede demasiado, se desdibuja; si no cede, la inestabilidad se perpetúa y la imagen de la derecha, ya dañada por la gestión de la dana, se resiente aún más. Feijóo puede salir seriamente quemado de este fuego valenciano.

Por ello, la política nacional debería observar con lupa lo que acontece en esta geografía. No como quien mira el espectáculo de un naufragio ajeno, sino como quien estudia en un laboratorio los efectos de sus propias contradicciones. Valencia es el espejo en el que se reflejan los dilemas de la España de la era post-28M: la dificultad de gobernar en solitario, la tensión entre el centro y la periferia, entre el campo y la urbe, el precio de los pactos con la ultraderecha y la gestión de las crisis en un mundo hipermediatizado.

Y en esta partida, Santiago Abascal lleva, por el momento, las mejores cartas. La debilidad del PP valenciano, acorralado por la crisis y la urgencia por recomponer su imagen, es la fortaleza de Vox, con Feijóo temeroso de que el incendio acabe quemando toda la marca”

Al final, y esta es la amarga paradoja, los valencianos nos encontramos, una vez más, como protagonistas involuntarios del tablero nacional. No lo buscamos, no lo pretendimos. Nuestro protagonismo no nace de un éxito colectivo, de un modelo económico brillante o de una efervescencia cultural. Viene impuesto por la tragedia y por la incapacidad de quienes nos gobiernan para gestionarla con diligencia y transparencia. Somos el epicentro de un terremoto político cuyas réplicas llegarán a Madrid, pero lo somos por los motivos equivocados.

Esta situación es otra muestra más de la debilidad estructural de una periferia que, pese a su peso demográfico y económico, sigue bailando al son que marcan otros, desde Madrid. La “inestabilidad valenciana” no es solo un problema local; es el síntoma de una España que no acaba de encontrar su equilibrio y en la que, cada cierto tiempo, son los mismos quienes cargan con el lastre de demostrar, una y otra vez, que sí merecen ser tomados en serio. La pregunta que late bajo los escombros de la dana y los restos de la crisis política es: ¿Cuándo dejaremos de ser el problema y podremos empezar a ser parte de la solución?

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