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'Lágrimas de barro': cuando la lluvia arrasa también por dentro

Damas y tramas

Lola Carrasco Gestora cultural y docente

A veces la tierra llora, y lo hace con barro. En Valencia sabemos bien lo que significan esas lágrimas desde el 29 de octubre de 2024. Lo vivimos con el corazón encogido, con el miedo pegado a la garganta y la impotencia de ver cómo el agua no solo se llevaba coches y casas, sino también certezas, proyectos y, en demasiados casos, vidas.

Los datos, fríos y devastadores, apenas alcanzan a contar lo que ocurrió: 156.549 fincas afectadas en todo el país, más de 60.500 viviendas dañadas en más de sesenta municipios, 10.400 naves industriales y locales comerciales arrasados, 54.312 hectáreas anegadas bajo la fuerza del temporal. Y, por encima de todo, 229 vidas perdidas. Detrás de cada número, un nombre, una familia, una ausencia.

La portada del libro de Carmen Amoraga y Maxi Roldán. 

LV

Para los valencianos, estas cifras nos transportan a otras catástrofes que aún resuenan en nuestra memoria: la riada de Valencia de 1957, que inundó barrios enteros, arrasó calles y dejó miles de personas sin hogar; la pantanada de Tous en 1982, cuando el colapso del embalse arrasó el corazón de la Ribera; y otros episodios históricos de inundaciones que han marcado nuestra relación con la lluvia. En mi familia de Alzira, es recurrente el miedo cuando se anuncian lluvias fuertes. Tras los años transcurridos, todavía hoy la gente sube sus coches a zonas altas de pueblo y tiembla, solo con el recuerdo de lo acaecido. ¿Cuál es la diferencia? 30 fallecidos frente a los 229 recientes. Inexplicable. En una sociedad hipercomunicada e hiperconectada en la que los avisos se pueden realizar por todos los medios al alcance. Son reiterados los huracanes en EEUU y, aunque a lo largo de la historia han dejado víctimas, su descenso en cada nuevo fenómeno meteorológico ha sido notable. Medidas de prevención, información y autocuidados; evacuaciones, sistemas de emergencias. Aquí nada de nada. La desolación más absoluta.

La dana de 2024, aunque distinta en circunstancias, nos recuerda dolorosamente que la naturaleza puede golpear con brutal fuerza y que la memoria histórica es indispensable para prevenir, comprender y reconstruir.

Lágrimas de barro, el libro de Carmen Amoraga y Maxi Roldán, nace precisamente de ese barro, de esa mezcla de dolor y necesidad de comprender. Amoraga —afectada por el desbordamiento del barranco del Poyo, amiga y escritora— lo explicaba así: “No quiero hablar de mi libro, solo deseo limpiar mi casa y ayudar al pueblo”. Desde entonces, su vida se ha resumido en limpiar el barro y volver a limpiar; pero también en ayudar, acompañar, llorar, recordar, agradecer y, cómo no, escribir. “Cada uno apoya con las herramientas que puede y la escritura es mi gran herramienta. Quería contribuir con el sentimiento a pie de calle, que al final es lo que hago en las novelas: contar historias cotidianas”, asegura.

El libro reconstruye, minuto a minuto, aquel martes y los meses que siguieron, en un intento de poner orden en el desorden, de dar sentido a lo que parecía imposible. Entre la precisión del relato y el temblor de los testimonios, emerge una verdad que duele pero también dignifica: la del coraje cotidiano. La de los voluntarios que acudieron sin pedir nada a cambio, los vecinos que abrieron sus casas, los que buscaron entre los escombros, los que sostuvieron la esperanza cuando ya no quedaba casi nada. Como relataba Amoraga en Instagram: “Hoy lo hemos hecho con los vecinos. Uno ha conseguido una cuba, otro una máquina para llevarse el barro y, entre ayer y hoy, la zona estaba llena de amigos y de voluntarios que han llegado andando desde Jávea, Castellón o desde Valencia”.

El libro nace precisamente de ese barro, de esa mezcla de dolor y necesidad de comprender

Leer Lágrimas de barro es revivir el miedo, pero también la solidaridad. Amoraga lo describe con emoción: “Aquí nací, en la misma calle en la que vivo. Mi pueblo entero ha sucumbido bajo el agua. Todas las calles, todas las casas, todas las personas... Algunos hemos perdido un poco. Otros más. Otros, todo. Mi corazón, mis lágrimas, están con ellos”.

En tiempos en los que la memoria parece durar lo que un titular, este libro se convierte en un recordatorio de que no se puede reconstruir lo que no se recuerda. Para quienes estuvimos cerca, para quienes conocemos los nombres detrás de las cifras, Lágrimas de barro no es solo una lectura: es una forma de abrazar, de rendir homenaje y de no olvidar. Porque cuando el barro se seca, lo que permanece —si lo contamos— es la dignidad.

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