Si desean una experiencia diferente en el centro de València, ya sea con la familia o sin ella, L’Iber es una opción confiable.
Existen vías que invitan a moderar la velocidad. La calle Caballeros, situada en el centro de la Ciutat Vella de València, es un ejemplo. En el número 22, detrás de la distinguida fachada del Palau de Malferit, se inicia una experiencia singular: L’Iber, Museo de los Soldaditos de Plomo, un sitio que cautiva tanto por su arquitectura como por las piezas expuestas en sus vitrinas, las cuales representan figuras a escala que narran la historia de la humanidad.
Recreación en miniatura del Torneo del Tirant, en el Museu Íber
Para mí, además, es un lugar particularmente importante. L’Iber surgió de una afición que acompañó a mi padre, Álvaro Noguera, a lo largo de su existencia. En casa se comentaba —con esa sonrisa que combina afecto y estima— que, mientras jugaba con figuritas de plomo, meditaba sobre tácticas de negocios. No era una ocurrencia ingeniosa: ilustraba una forma de ser. La paciencia del acopiador, la atención al pormenor, la búsqueda de la perfección, la rigurosidad de quien organiza con sistema y la perspicacia de quien concibe situaciones potenciales. Con el transcurso del tiempo, aquella inclinación se convirtió en un conjunto de objetos; y el conjunto, en una iniciativa cultural singular.
Actualmente, la colección del museo exhibe más de 100.000 piezas y su acervo sobrepasa el millón y medio de miniaturas, estableciéndolo como el principal museo a nivel mundial en su especialidad. Sin embargo, su mayor tesoro no reside en la cantidad, sino en la vivencia que ofrece. Un paseo por sus galerías equivale a un viaje a través del tiempo: desde el Antiguo Egipto, pasando por la Antigua Grecia y Roma, la Edad Media, importantes campañas bélicas, representaciones de la vida diaria y sucesos que definieron el curso de nuestras civilizaciones. Sin olvidar a personajes como Astérix y Obélix, Tintin, el certamen del Tirant, las obras históricas de Perez Galdós, los diseños de la alta costura francesa, el grupo musical The Beatles o la celebración del Corpus Christi en Valencia a inicios del siglo XIX. Cada escena en miniatura se ha creado con tal detalle que invita a la contemplación cercana, a una segunda mirada, a desvelar aspectos que no son evidentes de inmediato. Y este acto físico, casi lúdico, transforma nuestra conexión con lo que contemplamos: la historia deja de ser un concepto abstracto para convertirse en algo real, visual y comprensible.
Tal vez por esa razón L’Iber sirve eficazmente como nexo entre distintas edades. Los más jóvenes acceden motivados por la diversión; los mayores permanecen cautivados por la nostalgia; y todos se marchan con un nuevo tema de charla. En nuestra situación, ese nexo se denomina: herencia. Pues L’Iber no constituye únicamente una recopilación familiar; representa la constancia de que una afición mantenida a lo largo del tiempo puede transformarse en un bien común y en una contribución tangible al acervo cultural de València. Asimismo, representa un método para salvaguardar y divulgar la historia a través de un discurso accesible, desprovisto de pomposidad, pero dotado de seriedad.
Actualmente, el museo también interactúa con otra forma de expresión artística visual: el cine. La calle Caballeros, debido a su arquitectura, iluminación y ambiente, ha servido como escenario natural en varias ocasiones, y esta noción de “escenario” se alinea perfectamente con la exhibición temporal que aún se puede visitar durante estas festividades: El cine en miniatura, grandes historias en formato pequeño. Una fascinante travesía por secuencias y figuras del séptimo arte meticulosamente reproducidas, rindiendo tributo al encanto del cine… en tamaño 1:32.
Si buscáis una opción distinta para estas celebraciones en el centro de València, recomiendo vivamente visitar el Museo L’Iber, que exhibe soldaditos de plomo, y descubrirlo por vosotros mismos.
Por último, la otra gran atracción del Museo es el edificio que lo contiene: el Palau de Malferit, uno de los mejor preservados de la urbe. Con un origen que probablemente se remonta al siglo XV, su patio armónico, sus arcos de piedra y su imponente escalera de bóvedas conducen a las estancias de una casa de la acomodada burguesía valenciana de mediados del siglo XX, la cual se ha mantenido intacta, con sus pinturas, sus tapices y su atmósfera serena y nostálgica.
Si deseáis una alternativa diferente para estas festividades en el corazón de València, os sugiero que acudáis al Museo L’Iber de los soldaditos de plomo y lo exploréis directamente. Pues existen vías con legado… y legado en la calle Caballeros.
Apto para niños de 4 a 104 años.