2025: Otro paso atrás

Diario de València

2025: Otro paso atrás
Periodista

Hay años que no solo se viven: se padecen. Años que no dejan un balance, sino un poso; no una suma de hechos, sino una erosión lenta, casi geológica, de la autoestima colectiva. 2025 ha sido, para la Comunitat Valenciana, uno de esos años. Un año en el que la ya conocida debilidad valenciana en el ecosistema político nacional —esa fragilidad estructural para hacerse oír, influir y contar— no solo no se ha corregido, sino que se ha agravado hasta adquirir tintes preocupantes.

(Foto de ARCHIVO)
Varios militares en una calle de Paiporta, a 6 de noviembre de 2024, en Paiporta, Valencia (Comunidad Valenciana). Nueve días después de que la DANA se saldase con 217 fallecidos, la mayoría en Valencia, Paiporta sigue siendo una de las zonas más afectadas. Decenas de efectivos, el Ejército, la UME y voluntarios continúan trabajando retirando barro por las calles y escombros para volver a la normalidad de forma progresiva. Las oficinas ante mortem habilitadas por la Policía Nacional y la Guardia Civil en colaboración con médicos forenses contabilizaban por el momento 89 casos de desaparecidos activos.

Varios militares en una calle de Paiporta

Rober Solsona - Europa Press / Europa Press

Durante tiempo se habló de la “reputación valenciana” como un capital dañado por los excesos, la corrupción y la desmesura del viejo PP. Aquella década larga de fastos huecos y contabilidades opacas dejó cicatrices profundas, no solo en las arcas públicas, sino en la percepción que el Estado tenía —y tiene— de esta periferia mediterránea. Pero 2025 ha ido más allá. La gestión de la dana, la negligente respuesta inicial de la Generalitat Valenciana, la descoordinación clamorosa entre administraciones y la tardía reacción del Gobierno central han dibujado algo más inquietante: lo que podríamos llamar, sin excesos retóricos, un fallo del Estado.

No se trata únicamente de una mala gestión de una emergencia climática —aunque eso, por sí solo, ya sería grave—, sino de la constatación de que cuando el sistema se pone a prueba, Valencia no ocupa un lugar prioritario en la arquitectura del poder. Los grandes perdedores han sido, ante todo, los afectados por la dana (y en primer lugar los familiares de los fallecidos): ciudadanos que comprobaron con estupor cómo las administraciones eran incapaces de colaborar con eficacia, cómo los engranajes del Estado chirriaban cuando más se los necesitaba. Pero la pérdida no ha sido solo material o humana; ha sido también simbólica. Hemos salido de este episodio más débiles, menos creíbles, más periféricos.

Acabamos el año más débiles, menos creíbles, más periféricos y con menos capacidad de influir en el tablero político nacional”

A este deterioro se ha sumado, además, un año de clara involución política. La Comunitat Valenciana se ha convertido en uno de los laboratorios más avanzados del experimento ideológico de Vox: un ensayo peligroso, por sus consecuencias y por su banalización del retroceso. La memoria histórica, la igualdad, la defensa del colectivo LGTBI, el diálogo social con patronales y sindicatos o la propia lengua valenciana han sido campos de batalla de una guerra cultural impropia de una democracia madura. Una guerra que, al menos en el frente lingüístico, parece haber encontrado cierto freno con la llegada de Juanfran Pérez Llorca a la presidencia en sustitución de Carlos Mazón. Un alivio relativo, más táctico que estructural.

Conviene no olvidar el contexto: hablamos de una autonomía en la que han dimitido dos presidentes en menos de quince años, ambos del Partido Popular (el anterior fue Francisco Camps). Un dato que debería figurar en cualquier manual serio sobre la fragilidad institucional valenciana. A ello se suma un 2025 en el que, más allá de la reconstrucción tras la dana, los grandes debates que preocupan a la ciudadanía han estado ausentes del espacio público. La vivienda, convertida en un lujo inalcanzable; los servicios sociales, tensionados hasta el límite; la sanidad y la educación, atrapadas entre la falta de recursos y la fatiga profesional; y, como telón de fondo permanente, la grave infrafinanciación, ese agujero negro que todo lo explica y nada soluciona. Nada de esto ha ocupado el centro del debate político valenciano. Ni aquí ni, por supuesto, en Madrid.

El año se cierra con la sensación de que esta periferia sigue caminando hacia atrás, arrastrando una larga lista de pendientes que se han convertido en paisaje. El túnel pasante del corredor mediterráneo, siempre prometido y siempre postergado. La vía de ancho europeo entre Castellón y Tarragona, que sigue pendiente de ejecución y que podría retrasarse. Un sistema de Cercanías impropio de la cuarta autonomía española. Un metro gestionado por el Consell de Llorca saturado, con frecuencias cada vez más bajas, que no acompaña el crecimiento urbano ni demográfico. Por no hablar de la ausencia absoluta de la valentía para afrontar debates estratégicos urgentes como la creación de una metrópoli valenciana bien estructurada. La lista se alarga y se hace costumbre, que es la peor forma de resignación.

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La delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Pilar Bernabé (i), y la secretaria general del PSPV-PSOE y ministra de Ciencia, Innovación y Universidades, Diana Morant (c), despliegan la bandera LGTBI en la fachada de la sede de la Delegación del Gobierno en la Comunitat Valenciana, a 27 de junio de 2025, en Valencia, Comunidad Valenciana (España). El despliegue de la bandera ha sido con motivo de la Semana del Orgullo LGTBI+ 2025 con actos que se celebran del 26 al 29 de junio en Valencia.

Queda por delante algo más de un año de mandato para Pérez Llorca. Veremos qué da de sí. Pero nada apunta a que en ese tiempo se puedan afrontar los grandes problemas estructurales que arrastra la Comunitat. Gobernar no es solo gestionar lo urgente; es, sobre todo, ordenar lo importante. Y ahí es donde la política valenciana lleva demasiado tiempo fallando.

También la izquierda debería hacer autocrítica. Especialmente el PSPV, llamado a ser algo más que una fuerza reactiva. Centrar toda la acción política en la dana —comprensible en un primer momento— no basta. Algunos pasos se han dado para ampliar la mirada, pero siguen siendo insuficientes. Y estaría bien tener claro que sin Compromís no puede haber un cambio de ciclo en la Comunidad Valenciana, con todo lo que ello supone: una reflexión de las izquierdas que aún no se ha producido. Sin un relato ambicioso, sin una agenda valenciana clara y reconocible en el conjunto del Estado, la izquierda corre el riesgo de convertirse en un actor secundario de su propia tierra durante muchos años.

2025 se acaba y no deja demasiados motivos para el optimismo. La sensación es la de una comunidad cansada, maltratada, demasiado pendiente de decisiones ajenas y con poca capacidad para marcar su propio rumbo, con una enorme debilidad de sus élites locales económicas, políticas, financieras o sociales, con alguna digna excepción. Quizá 2026 traiga un cambio de conciencia colectiva para afrontar un futuro en el que los valencianos parecen, a menudo, no tener ninguna capacidad para influir en las grandes decisiones. Ojalá. Pero visto lo que ha sido este año, la prudencia aconseja no hacerse demasiadas ilusiones.

Este es el último post del Diario de València de 2025. Felices Fiestas

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