Ser madre o padre de un niño en edad escolar hoy en día va mucho más allá de llevarlo al colegio. Supone una experiencia compleja que implica mucho más que el aula: formar parte de un grupo de WhatsApp de madres y padres que a veces no te deja desconectar, acudir a reuniones imprevistas, coordinarse con otras familias, organizar rifas o preparar el carnaval de los hijos.
Todo se hace con buena intención, porque siempre se busca lo mejor para ellos: que estén bien, que su camino en el aprendizaje sea lo más ameno posible. En muchas ocasiones, se proyecta en ellos lo que tú no tuviste, lo que te hubiera gustado tener, y que ahora quieres ofrecerles. Siempre lo mejor.
Pero esa buena intención también conlleva una carga emocional y una responsabilidad que no siempre es fácil de gestionar. “Ves que el cole carece de gente que se implique, y no quiero que desaparezcan muchas de las cosas que, si no fuera por algunas familias, ya no existirían”, confiesa Lídia Juvanteny, madre de una niña de 5º de primaria y de un niño en 2º, en una entrevista para La Vanguardia.

Colegio
Juvanteny es delegada de clase y secretaria del AFA (Asociación de Familias de Alumnos), una entidad sin ánimo de lucro formada por padres, madres y tutores legales del alumnado. Su objetivo: velar por una educación de calidad y representar los intereses de las familias ante el centro educativo.
El grupo de padres y madres a veces se usa para cosas que no tienen nada que ver con el cole, y eso agobia
“La verdad es que son bastantes cosas, y en muy poco tiempo”, reconoce. “Formo parte del AFA y de la comisión de Carnestoltes. Si no tenemos reunión del AFA, toca reunión de delegados o colaborar con la comisión, que además es la más exigente: es la que más familias implica, pero también la que menos ayuda recibe”. Hablamos con una madre implicada para entender cómo es realmente la trastienda de la vida escolar. El momento en que todo se descontrola, y esta labor empieza a abrumar, llega cuando te das cuenta de que nadie se ofrece a ayudar.
“Si no lo haces tú, simplemente no se hace”, afirma. “Empiezas colaborando ‘un poquito’, solo por echar una mano... y sin darte cuenta, te ves metida hasta el cuello en la comisión de carnaval, reuniéndote cada mes, cosiendo disfraces, montando carrozas y respondiendo mensajes eternos en el grupo de WhatsApp”, cuenta abrumada. “Porque al final, hay cosas que alguien tiene que hacer. Y muchas veces, ese ‘alguien’ siempre acaba siendo el mismo grupo de personas”.
Silenciar el grupo de WhatsApp no es una opción (aunque quieras)
Lo que empezó como una herramienta útil para estar conectado con el resto de familias puede acabar siendo un auténtico infierno. “El grupo de WhatsApp es lo peor. Muchas veces he querido salirme. Es un grupo donde a algunos les encanta criticar sin aportar nada, y eso altera al resto”, describe Lídia, tajante.
Muchas veces me siento mal cuando no llego o digo que no, aunque sé perfectamente que es porque ya no doy para más
Aunque el grupo nace con buena intención, la de colaborar, coordinarse y velar por lo mejor para nuestros hijos, a menudo se convierte en un verdadero quebradero de cabeza. Para empezar, están las notificaciones constantes que no te dejan desconectar: urgencias de última hora, dudas de último momento sobre deberes, excursiones o cambios de horario.
Luego está el clásico fenómeno del “grupo mudo con tres parlanchines”: las mismas personas hablan siempre y pueden llenar el chat con cientos de mensajes, mientras el resto se limita a leer (cuando puede) y no decir ni una palabra.

Madre con móvil
Los recordatorios se repiten en bucle, “¿Qué había que llevar mañana?”, “¿Dónde era la reunión?”, aunque ya se hayan dicho tres veces, estén fijados o reenviados. Y no faltan las discusiones fuera de lugar que acaban desviando el objetivo del grupo.
A veces, encontrar información clara y útil es misión imposible. Entre mensajes vagos, respuestas repetidas o temas que no vienen al caso, la comunicación se vuelve más ruido que ayuda. “A veces se usa para cosas que no tienen nada que ver con el cole, y eso agobia”, se queja Lídia. “Y a eso se suma la poca implicación de muchos. Parece una ventana abierta al marujeo más de una vez. Luego ves a esa gente por la calle, no te saludan, y, en cambio, están súper activos en el grupo. Hay cosas que no se entienden”.
La sobrecarga de reuniones y eventos escolares
Las reuniones de padres y madres, tanto las formales como las improvisadas, junto con la organización de actividades fuera del horario lectivo, fiestas, rifas, celebraciones como el carnaval, se convierten en un segundo trabajo para muchas familias.
Los niños te miran de otra manera cuando saben que estás aportando y ayudando en su cole
“Algunos días de vacaciones los he dedicado a organizar todo el tema del ‘Carnestoltes’. Me gusta implicarme en cosas del colegio porque ver a mis hijos felices, por ello me llena”, cuenta Lídia. “Es un poco de todo. Siempre quieres que todo salga bien, pero a veces la gestión para llegar ahí es brutal. Son malabarismos constantes entre familia, cole, extraescolares, trabajo…”
Además, “los niños te miran de otra manera cuando saben que estás aportando y ayudando en su cole”, añade. Esta implicación incluye a menudo la dificultad de compaginarlo con la vida laboral y personal, y la presión constante puede afectar al bienestar de las familias.

Colegio
Aunque, pese a todo, también se puede hablar del efecto positivo que tiene la participación cuando existe un buen ambiente. Eso sí, sin obviar que la exigencia de tiempo y energía es muy alta y, en ocasiones, aparecen sentimientos como la culpa. “Muchas veces me siento mal cuando no llego o digo que no, aunque sé perfectamente que es porque ya no doy para más”, revela Lídia. Aun así, ella da todo lo que puede y está satisfecha con su labor: “De por sí ya doy mucho, es mi forma de ver la vida, así que la gente sabe que doy todo lo que puedo y más”, explica.