Javier Novas, profesor de Educación Infantil en Múnich, 28 años: “Aquí no te ven como alguien que ‘cuida niños’, sino como un educador. En los países en los que he trabajado he notado más reconocimiento social que en España”
Españoles por el mundo
En Alemania ha descubierto el respeto y la autonomía que, asegura, los maestros aún no tienen en España

Javier ha encontrado su sitio en Múnich, donde siente que su trabajo está mucho mejor valorado y reconocido que en España

Dejar tu tierra atrás, enfrentarte a un idioma que no dominas y empezar desde cero en un aula llena de niños que hablan otra lengua que no se parece en nada a la tuya. Así empezó la aventura de Javier Novas, un extremeño de 28 años que decidió cruzar fronteras en busca de algo que en España, según él, escasea: el reconocimiento hacia los educadores.
Tras vivir en Irlanda y Australia, Javier se ha asentado en Múnich (Alemania), donde trabaja como profesor de Educación Infantil en un centro internacional. Desde allí comparte en redes su día a día, mostrando la cara luminosa, y también la más complicada, de emigrar para poder vivir de su vocación.
“Irse fuera no es rendirse, es buscar un lugar donde se valore tu trabajo”, resume en una entrevista con Guyana Guardian. Su historia refleja la de toda una generación que ha tenido que mirar más allá de nuestras fronteras para construir una vida estable sin renunciar a su pasión.
Eres profesor de Educación Infantil y has trabajado en tres países muy distintos: Irlanda, Australia y ahora Alemania. ¿Qué te llevó a salir de España por primera vez?
Básicamente, cuando terminé la carrera no había oportunidades. En España la mayoría de los centros son públicos, y para acceder a ellos hay que pasar unas oposiciones con muchísima competencia. Hay gente que se pasa años estudiando para conseguir una plaza. Mi primera salida fue a Irlanda, y fue un poco por curiosidad: quería ver cómo se vivía en otro país y mejorar mi inglés. Yo ya lo hablaba, pero quería perfeccionarlo y, de paso, trabajar en algo relacionado con mi profesión.

¿Cómo describirías la situación de los profesores en España?
Creo que en España la mayoría de quienes estudiamos Educación lo hacemos por vocación. Tengo muchos amigos agotados porque no se les da suficientes recursos: trabajan solos en el aula y con ratios muy altos. Además, la falta de estabilidad —por el sistema de oposiciones y los contratos cortos— hace que sea muy difícil tener una vida estable. A eso se suma que, socialmente, la figura del profesor no está muy valorada. A veces da la sensación de que todo el mundo cree que puede ser profesor, y muchos padres se sienten por encima de ti, cuestionando tu trabajo constantemente.
¿Crees que en otros países la profesión está más valorada?
Sí, sin duda. En los tres países en los que he trabajado he notado más reconocimiento social. En Irlanda, quizás cuando yo fui no tanto, pero ahora sí. Y en Alemania o Australia, mucho más. Allí no te ven como alguien que “cuida niños”, sino como un educador. En España se sigue diciendo “guardería”, como si solo fuéramos cuidadores, pero el trabajo del educador infantil va mucho más allá: se trata del desarrollo integral del niño, no solo de vigilarlo.
En España se sigue diciendo “guardería”, como si solo fuéramos cuidadores, pero el trabajo del educador infantil va mucho más allá
Cuando llegaste a Alemania no hablabas el idioma. ¿Cómo fue empezar desde cero?
Fue un reto enorme. En mi escuela se trabaja en inglés y alemán, pero muchos niños solo hablan alemán, así que tuve que adaptarme rápido. Me ayudó mucho el propio contacto con ellos: los gestos, los juegos, las rutinas visuales… Con los niños aprendes a comunicarte más allá de las palabras, y eso te acaba motivando a aprender el idioma. Al final, esa conexión con ellos te impulsa a mejorar cada día.

¿Qué diferencias ves entre la forma de enseñar en España y la de fuera?
Diría que fuera hay menos presión académica. En España, incluso en Educación Infantil, hay una obsesión con que los niños “aprueben”. Aquí se confía mucho más en el criterio del educador y se da más libertad al niño. En Alemania, por ejemplo, se fomenta mucho la autonomía desde pequeños, algo que en España solo ocurre en algunos centros. Para mí, dar autonomía a los niños lo cambia todo.
Después de haber vivido en tres países, ¿qué te gustaría que existiera en el sistema educativo español?
Muchas cosas. Me siento muy afortunado de haber vivido todo esto, porque si algún día vuelvo a España podré aplicar lo aprendido. A veces bromeo con mis amigos y les digo que no puedo contarles todo lo que he aprendido… ¡porque me quitarían el trabajo! Pero, en serio, me encantaría algún día poder montar algo propio y poner en práctica lo que he visto fuera.
Si algún día España empieza a valorar más a los educadores, me encantaría regresar y aportar todo lo que he aprendido fuera
Más allá de lo laboral, ¿cómo ha sido adaptarte a distintas culturas, rutinas y formas de vida?
Cada país te obliga a ser flexible. En Irlanda, por ejemplo, el clima influye mucho en el humor. Hay costumbres muy distintas a las españolas y al principio cuesta. Pero eso te hace más empático, no solo en el trabajo, también a nivel personal. Además, conoces a gente de muchas culturas, y eso te enriquece muchísimo. Creo que hoy soy mejor persona y mejor educador gracias a esa diversidad.
¿Qué ha sido lo más difícil de construir una nueva vida fuera? ¿Y lo que más te ha sorprendido para bien?
Lo más difícil fueron los comienzos. Me fui a Irlanda sin conocer a nadie y al principio me sentí muy solo. Luego, en Australia conocí a mi pareja y eso cambió todo, porque ya tenía apoyo. Lo que más me ha sorprendido es que los países también pueden convertirse en hogar. Irlanda, por ejemplo, la sigo sintiendo como casa y siempre quiero volver, aunque sea de visita. Depende mucho de con quién te rodees y de si te das la oportunidad de integrarte en la cultura.

En tus redes compartes tanto lo bueno como lo malo de vivir fuera. ¿Qué reacciones recibes?
De todo tipo. Muchos educadores que también están fuera se sienten reflejados, y los que están en España me escriben para pedirme consejos o agradecer que cuente la realidad.
Creo que mostrar tanto lo positivo como lo difícil ayuda a que más gente tome decisiones con los pies en la tierra. Emigrar no es fácil, pero tampoco imposible.
¿Te planteas volver a España en el futuro?
Nunca digo nunca. Mis amigos y mi familia están allí, y claro que me gustaría volver algún día, pero ahora mismo estoy bien, creciendo personal y profesionalmente. Si algún día España empieza a valorar más a los educadores, me encantaría regresar y aportar todo lo que he aprendido fuera. De momento, quiero seguir aprendiendo y compartiendo mi experiencia. Eso sí, echo mucho de menos a mi gente… aunque al final, un avión te lleva de vuelta.
Irse fuera no es rendirse, es buscar un lugar donde se valore tu trabajo
¿Qué le dirías a quien está pensando en irse a trabajar al extranjero?
Que lo haga, pero que no idealice. Irse fuera no es rendirse, es buscar un lugar donde se valore tu trabajo. Eso sí: hay que prepararse, estudiar idiomas y tener paciencia. Las cosas no llegan en uno o dos meses. Emigrar te puede cambiar la vida para bien o para mal, y requiere fortaleza, pero si lo haces con cabeza, te puede hacer crecer mucho. A mí me ha hecho más fuerte y me ha enseñado a adaptarme y conectar con personas sin importar el idioma o el país.