“Cuando ves a una niña de nueve años durmiendo en tu moto a la una de la mañana, se te cae el alma”: el español que cambió de vida en Indonesia a través del boxeo

Proyecto de vida en Indonesia 

Tras abandonar su negocio en España, Sancho Vilaseca impulsa en Lombok un proyecto de boxeo gratuito para menores que sobreviven vendiendo pulseras hasta medianoche

En Tailandia, junto a su socio, ha encontrado el propósito que buscaba y hoy es feliz, aunque reconoce que echa de menos a su familia

En Tailandia, junto a su socio, ha encontrado el propósito que buscaba y hoy es feliz, aunque reconoce que echa de menos a su familia

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Hay decisiones que no se toman en un solo día, pero que en el fondo son el reflejo de lo que verdaderamente queremos. A veces empiezan con ese cansancio del día a día que lleva intrínseca la inevitable rutina a la que todos estamos sometidos, con esa sensación de que, aunque todo va bien, hay algo que no termina de encajar.

Eso es precisamente lo que le sucedió a Sancho Vilaseca. Aunque tenía un piso en Madrid, un negocio que iba bien y una rutina estable que muchos firmarían sin dudar, cada mañana, frente al espejo, veía a alguien viviendo una vida que no es la que realmente quería. “No me veía así hasta la jubilación”, recuerda. Ese pensamiento, tan simple como persistente, fue el que abrió la grieta por la que comenzó a plantearse salir por completo de su zona de confort.

Proyecto de vida en Indonesia 

El salto al vacío: Australia 

El primer gran salto lo llevó hasta Australia, donde trabajó jornadas de más de 60 horas semanales y acabó incluso en un matadero, una experiencia dura que le enseñó más sobre sí mismo que cualquier empleo anterior. Luego vino un año entero lejos de su familia, encadenando viajes que no buscaban paisajes, sino perspectiva, que fue lo que encontró en Lombok.

La sonrisa de los niños cada vez que van al gimnasio es algo que le hace saber que todo esto merece la pena

La sonrisa de los niños cada vez que van al gimnasio es algo que le hace saber que todo esto merece la pena

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Allí, en esa preciosa isla indonesia vecina de Bali descubrió una realidad que le marcó: un turístico lugar que contrasta con la pobreza de familias que se ven obligadas a que niños de nueve o diez años estén vendiendo pulseras en la calle hasta medianoche, dormidos en motos que no conducen, esperando a que alguien los recoja. “Cuando ves a una niña de nueve años durmiendo en tu moto a la una de la mañana, se te cae el alma. Ellos no deberían estar ahí”, explica.

Sancho llegó a la isla para reencontrarse con su familia, con quien había quedado allí porque era un lugar intermedio entre Australia y España, no para levantar un proyecto, pero a veces el propósito aparece cuando uno deja espacio a las cosas. Bastó una conversación con un amigo, una moto alquilada y un paseo entre arrozales y caminos de tierra para que una frase se fijara en su cabeza: “si este lugar te está dando tanto, tienes que devolver algo”. No le gustaba la forma en la que muchos extranjeros viajaban a la isla por su enorme potencial solamente para explotarla y sacar su propio beneficio, sin dar nada a cambio, así que decidió revertir el concepto.

Un proyecto de vida en Indonesia 

Nace Little Warriors Project

Así nació Little Warriors Project, un gimnasio solidario de boxeo que él e Iván, su socio, están levantando prácticamente desde cero. El local aún huele a cemento fresco y queda mucho por hacer, pero ellos han puesto ahí todos sus ahorros: el dinero que Sancho guardó en Australia, el coche que está vendiendo y la fe de que el proyecto tiene sentido. “Estamos quemando los barcos. No quiero mirar atrás y pensar que lo intenté a medias”, admite.

Todavía queda mucho para acabar de construir el gimnasio pero el proyecto es ya toda una realidad

Todavía queda mucho para acabar de construir el gimnasio pero el proyecto es ya toda una realidad

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El sistema es sencillo: los turistas y expatriados pagan su cuota mensual de gimnasio y una parte se destina a financiar clases gratuitas para los niños locales. Con ese dinero cubren material, camisetas y, quizá, estudios futuros para quienes destaquen, lo justo para darles un lugar donde volver a ser niños. 

“Hay que verles con las manoplas… sonríen distinto. Es como si respiraran de verdad por primera vez en todo el día”, cuenta. Y aunque Sancho admite que aún le cuesta procesar todo lo que ha dejado atrás —Madrid, y sobre todo, su familia—, también reconoce que hay algo que Lombok le ha dado y que en España no encontraba: propósito.

Hay que verles con las manoplas… sonríen distinto. Es como si respiraran de verdad por primera vez en todo el día

Sancho Vilaseca 

Sancho explica que es sensacional ver cómo los niños van llegando poco a poco al gimnasio. Se cuelgan de los sacos, imitan golpes, juegan, sudan… Por fin son lo que deberían ser a su edad: niños. Y mientras él los observa, imagina un futuro más amplio: una cadena de gimnasios solidarios en otros países, quizá uno en Madrid, para que así su madre pueda conocer a su futuro nieto algún día sin que haya una pantalla de por medio. 

Pero, por el momento, hoy está aquí: entre cables, herramientas, calor, polvo y sacos nuevos. En un espacio que aún no parece un gimnasio, pero que ya empieza a ser un refugio para todos esos niños que tanto necesitan volver a serlo. 

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