Nuestro bienestar es esencial para seguir adelante en el día a día. En una sociedad cada vez más extensa y completa, tanto el cuerpo como la mente deben estar preparados para afrontar cualquier consecuencia. Sin embargo, la cabeza es a menudo un elemento olvidado. Tan pronto como nos despistamos, podemos encontrarnos sintiendo dolor, agotamiento, pulsaciones, ansiedad, nervios y muchas más afectaciones.
En este sentido, una de las situaciones que pueden afectar es la adicción a las pantallas, en especial si esta empieza a una edad temprana. Animales Humanos, el podcast que presenta Ibai Vegan, ha indagado en la cuestión con el filósofo David Pastor Vico, quien ha destacado la problemática de los menores y las nuevas tecnologías. Según el oriundo de Jambes, Bélgica, los padres deberían evitar situar un teléfono, tableta u ordenador en niños y niñas pequeñas.
“Somos tan crueles que nos da miedo la calle, pero no nos da miedo ponerle un teléfono en las manos a un niño. La calle, uh, qué miedo. Pero el teléfono se lo pongo porque no pasa nada. Cuando el peligro hoy ya no está en la calle, el peligro está en ese teléfono. No por lo que se vaya a encontrar, sino por el teléfono en sí y por el daño que hace ese tipo de tecnología”, remarcaba, detallando los problemas derivados de este enganche a las pantallas.
“La imposibilidad de salir de ese bucle, la necesidad y el síndrome de abstinencia que se tiene cuando le quitas el teléfono a los niños es brutal. Ves los pataleos, los lloros, los gritos. Porque está chutado, se está chutando con eso. Es que la culpa no es sólo de la máquina, la culpa también es de que nos hemos asustado, hemos retrocedido, hemos sacado los niños de las calles, hemos dicho que vivimos en la sociedad más peligrosa, que es mentira”, sentenciaba.

David Pastor Vico, filósofo: “Nos da miedo la calle pero no ponerle un teléfono en las manos a un niño”
Opciones para juntarse
Vico también habló en el podcast sobre el nivel de supervivencia dependiendo del nivel de compañía: “Nuestra posibilidad de supervivencia siempre va supeditada al otro. Solos, estamos destinados a desaparecer, y esto nuestro cerebro lo sabe. La soledad no deseada genera un dolor real y palpable, y la gente que empieza a adolecer de soledad no deseada, por mucho ‘que diga es que prefiero estar solo que mal acompañado’. Vete una isla desierta, chulo”.
“Al final acaba buscando un balón de voleibol, le pone la mano y le dices Wilson. Y lloras cuando desaparece. Es nuestra esencia. Necesitamos ver la cara de otro para entender que nosotros estamos en el mismo plano y que nos desarrollamos igual. En cuanto aparecen estos sentimientos de tribu se empiezan a priorizar las relaciones humanas, los espacios en común, lo público, la educación, la sanidad y no tanto el ‘mira que reloj, bro, 40K, masivo’, ¿sabes?”, sentenciaba.