Elena Monje, farmacéutica: “Si eres de los que siempre dejan algo de líquido en la taza o el vaso cuando tomas café u otra bebida, déjame decirte que esto tiene una explicación psicológica”

Bienestar

Cada vez hay más personas que experimentan esta sensación y lo cierto es que no es ninguna manía extraña, sino que tiene toda la lógica

Elena Monje, farmacéutica

Elena Monje, farmacéutica

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Hay gestos que repetimos sin pensarlo, pequeñas costumbres que pasan desapercibidas en nuestro día a día. Uno de ellos, tan simple como dejar un pequeño resto de café en el fondo de la taza, es mucho más común de lo que parece. Lo hacemos casi de forma automática, sin cuestionarnos por qué. No es que no tengamos sed, ni que no nos guste el café, pero algo nos impide dar ese último sorbo.

Este pequeño gesto, que muchos repiten sin darle importancia, despierta una sensación difícil de explicar. ¿Por qué cuesta tanto terminar ese último trago? ¿Qué ocurre en nuestra mente cuando, inconscientemente, decidimos no acabar la bebida? Lejos de ser una simple costumbre sin sentido, este comportamiento ha empezado a llamar la atención por su frecuencia y por el patrón común que comparten quienes lo experimentan: una mezcla de incomodidad, rechazo sutil e incluso cierta aprensión que aparece justo al llegar al final de la taza.

Lejos de ser una simple rareza, este tipo de comportamientos cotidianos pueden tener raíces más profundas de lo que imaginamos. La mente humana actúa muchas veces de forma automática para protegernos, incluso ante estímulos que no representan un peligro real. Por eso, cuando gestos tan comunes como no terminar una bebida se repiten en tantas personas, vale la pena preguntarse qué mecanismos psicológicos podrían estar activándose sin que nos demos cuenta.

Estos residuos activan circuitos cerebrales que están relacionados con la aversión al asco, que es una emoción fundamental en la evolución humana para evitar enfermedades

Elena Monje

En un vídeo en su cuenta de TikTok, la farmacéutica Elena Monje explica que ella misma ha experimentado esta sensación en la que, sin ningún motivo aparente, es incapaz de no dejar un pequeño rastro en su taza de café o en sus vasos cuando bebe algo, y no precisamente porque no tenga más sed o no le guste la bebida.

Muchas personas no son capaces de terminar la parte final del café y otras bebidas

Muchas personas no son capaces de terminar la parte final del café y otras bebidas

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La farmacéutica afirma que, aunque al principio pensó que esto era una simple manía suya, buscando información se dio cuenta de que era algo que también le sucedía a mucha más gente y encontró que tiene una base psicológica importante. Lo cierto es que el cerebro humano está confeccionado para evitar potenciales fuentes de contaminación, y el último sorbo de una taza o vaso puede contener sedimentos, cambios en la textura o temperatura e incluso restos de saliva o residuos visuales que activen el sistema de alerta.

Por ello, aunque no haya peligro real, el cerebro interpreta esa “rareza” como una señal de que podría haber algo indeseable, y genera rechazo. Esto es lo que se conoce como aversión al asco, una emoción básica en la evolución humana para evitar ingerir alimentos potencialmente contaminados o en mal estado. 

La aversión al asco está muy relacionada con el instinto de evitar contaminación, aunque no haya real

Elena Monje

Además, en el fondo de la taza, el sabor puede cambiar y ser más amargo, más denso o más frío. Por eso, dado que algunas personas tienen hipersensibilidad sensorial, esto acentúa la sensación de malestar ante esos cambios sutiles. Asimismo, en algunos casos se ha convertido ya en una manía aprendida o una conducta repetitiva de la que no somos conscientes, pero que se mantiene por costumbre.

Esta aversión al asco es un proceso completamente natural y primitivo

Esta aversión al asco es un proceso completamente natural y primitivo

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Por ello, aunque no hay estadísticas oficiales sobre el número de personas a las que les ocurre esto, lo cierto es que es un comportamiento cada vez más habitual y no es nada raro. Tiene una explicación neuropsicológica relacionada con el instinto de autoprotección, y muchas personas lo viven igual.

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