Vivimos una época donde todo evoluciona a gran velocidad, y las empresas nacen y desaparecen en cuestión de meses. Por eso, cuando un negocio familiar no solo supera las seis décadas, sino que además celebra su trayectoria con la apertura de un nuevo establecimiento, estamos ante una historia que merece ser contada.
Ricard Noguera Calafell es el gerente de Família Nuri. Ahora tiene 63 años y sus hijos representan la tercera generación de este negocio, que ya cuenta con seis establecimientos de restauración: Ca la Nuri, Xiroi, Arrozal, Bar Nuri, Bar Nuri en Time Out Market y el último en abrir sus puertas, Nuara. Un negocio familiar que no solo ha superado las seis décadas, sino que sigue creciendo.
Un negocio familiar que no solo supera las seis décadas, sino que sigue creciendo
Todo empezó como empiezan estas historias. En 1952 dos jóvenes se conocieron y se enamoraron. Jordi era comercial y Nuri trabajaba en el horno con su padre, ambos en Sant Fruitós de Bages. Se casaron y se trasladaron a Barcelona, a un piso en la calle Dos de Mayo, al lado del Hospital de Sant Pau. Jordi empezó a trabajar en el Bar Figueres, que era de su prima.
Entonces nació Judith. Nuri no trabajaba, pero realquilaba algunas habitaciones del piso donde vivían para ganar algo de dinero. Dos años después, volvió a quedarse embarazada de Ricard, y les surgió una oportunidad en el barrio de Poble Nou, en la calle Espronceda, 62. Les avisaron de que había un bar libre. Era 1962 y la zona estaba llena de fábricas. Jordi ya tenía experiencia y Nuri cocinaba muy bien.

Nuri y Jordi en la cocina del Bar Nuria
Toda la familia se trasladó al nuevo bar, que llamaron Bar Nuria, el primero de todos. Eran cinco, contando al abuelo Valentí, y dormían en una habitación dentro del local. No tenían mucho, pero trabajo nunca les faltó.
Ricard, ¿cómo fueron esos años?
Durante 14 años, mis padres no tuvieron ni un solo día de fiesta, solo el día de Navidad, cuando íbamos a Sabadell, y a partir de las tres de la tarde. A los 10 años, mi madre ya me ponía a trabajar desescamando anchoas. No llegaba al grifo y quería irme a jugar, así que lo hacía rápido, pero si mi madre veía que no estaba bien, me hacía empezar de nuevo. Luego no podía quitarme ese olor de encima. Fue duro. Mi madre no podía estar por mí y estuve unos 10 años comiendo bistecs rusos con patatas fritas, o lo que es lo mismo, hamburguesas. Mi hermana comía en el colegio, pero yo no. Entraba en el bar y se lo pedía al camarero. Luego no me gustaba nada: ni la leche, ni las verduras... Así vivimos durante muchos años. Fue una época bonita; no teníamos dinero, pero nunca nos faltó la comida.
Durante 14 años mis padres no tuvieron días de fiesta, solo el día de Navidad”
¿Fue duro?
Mis padres abrían el bar sobre las 6:30 h. En aquella época, los trabajadores iban a las fábricas a las siete y pasaban por el bar a tomar un barreja (moscatel y anís). Luego, a la hora del desayuno, también venía mucha gente. Por aquel entonces, todo el mundo acudía al bar: se jugaba a las cartas o al dominó por las tardes, y por la noche se quedaban los serenos hasta el cierre. También lo frecuentaban los camioneros. Cuando mis padres pudieron, compraron dos pisos: uno para vivir nosotros y otro para alquilar a los transportistas. Nuri fue una gran visionaria y, con ese alquiler, pagaban las dos casas.
¿Qué pasó luego?
Nos hicimos mayores y mi madre enfermó de asma porque la cocina era de carbón. El médico les recomendó dejarlo. Alquilaron el Bar Nuria y nos mudamos a la Cafetería Salamero, al lado de la iglesia de la Concepció. Era 1976. La clientela era distinta: venía gente de la Clínica Santa Madrona o de misa los fines de semana. No hacíamos tantas comidas, era más de plancha y bocadillos. Por las mañanas, acompañaba a mi madre a colocar seis o siete bandejas de pastas y luego me iba al instituto. ¡Fue una buena época!” Había muchas oficinas del ramo del textil, con mucho movimiento. Empezamos como cafetería, pero con la excusa de hacer nuestra comida pues les dábamos de comer a los clientes, no teníamos permiso pero…

El nuevo Bar Nuri en el Poble Nou, todavía hay quien los recuerda, a pesar de los años
La cosa no fue bien
Llegaron los ochenta, yo ya salía con la que es mi mujer y le pedí a mi padre un sueldo, y él me contestó que “si me hacía falta algo” que lo cogiera, pero nada de sueldo, así que me busqué la vida. Un cliente del bar que tenía una tienda de decoración, me propuso trabajar con él, y me fui, a media jornada, y por la mañana seguía con mi madre, la ayudaba a hacer tortillas. Con el tiempo conseguí hacer toda la jornada. Mis padres lloraron cuando me fui. Cada vez había menos trabajo, no les faltaba de nada, pero estaban preocupados. Cerraron oficinas, cerraron la clínica, a la iglesia no iba tanta gente, abrieron nuevas cafeterías por el barrio… yo veía como decaía el negocio.
Se fue pero volvió
Iba a jugar fútbol sala por el Vall d’Hebron y, al terminar, bajábamos por la calle República Argentina. Allí había una pescadería que su dueño había convertido en una pescadería-freiduría. Nos parábamos a cenar y siempre estaba llena. Pensé que una idea así la podríamos trasladar al Salamero, pero estaba mi padre, que era el jefe. Llevé a mi madre un día a este sitio y la convencí rápido. ¿Qué hice? Me fui al paro, capitalicé el dinero, monté una sociedad, les di un porcentaje a mis padres, di de alta a mi madre en la Seguridad Social y jubilé a mi padre porque ya tenía la edad. Él no lo entendía y me costó bastante convencerlo, pero finalmente lo montamos y empezamos a trabajar. De los que jugábamos a fútbol, el entrenador era pescadero, Mariano. Hablé con él e hicimos un trato: él me traía pescado cada día, el que no se gastara se lo llevaba y lo vendía en sus paradas. De esta forma, yo tenía producto fresco siempre. Tuvimos suerte porque el local era pequeño y siempre estaba lleno. Los de la Concejalía del Distrito eran clientes, y eran quienes daban los permisos, así que hacían la vista gorda con la normativa. Le pusimos Ca la Nuri. Mi mujer se encargó del diseño y yo lo gestionaba desde fuera. Tuvimos un boom y el local se nos quedó pequeño.
Me fui al paro, capitalicé el dinero, monté una sociedad, les di un porcentaje a mis padres, di de alta a mi madre en la Seguridad Social y jubilé a mi padre”

Nuria con sus nietos
La historia no acaba aquí
Yo seguía como autónomo en la tienda de muebles y, un día, en 1999, el banco me llamó para decirme que en la calle Consejo de Ciento había un restaurante llamado Claraboya que se traspasaba. Rápidamente llegamos a un acuerdo. Cogí el local e hicimos la mudanza durante el puente de la Purísima. Fue un auténtico follón, con las neveras por la calle. Todo pasó muy rápido. Todavía hoy existe. Dejamos Ca la Nuri y nos trasladamos a Ca la Nuri Eixample, lo que hoy es Terra Ca la Nuri. Entonces, mi madre empezó a necesitar ayuda, hablé con mi hermano pequeño, dejó su trabajo y se metió en el restaurante con ella. Luego se incorporó mi cuñada.
¿Pero hay un Ca la Nuri?
Yo estaba cansado de los muebles y, como soy inquieto, un día paseando por el Front Marítim vi un local de copas que se traspasaba, justo delante del Hospital del Mar. Era mayo y llamé. Nos pusimos de acuerdo, pagando un traspaso al Ayuntamiento. Se lo comenté a mi hermano, pero él prefirió continuar en Terra Ca la Nuri. Dejé mi trabajo y empecé a trabajar con mi madre. Abrimos el 14 de julio de 2003. Reformamos el local poco a poco y estuvimos en precario casi cinco años. Solo teníamos un baño, tenía que subir a buscar a los clientes, los taxis se iban al restaurante Salamanca, el ambiente no era muy bueno y tampoco sabíamos si nos renovarían la concesión, que se acababa en 2016. Entonces salió a concurso y no tenía claro que lo ganáramos. Así que, paseando por delante del chiringuito Mango, hice amistad con el dueño. Casualidades de la vida, también se traspasaba. Se me ocurrió que, por si acaso, podría quedármelo. Se llama Xiroi y aquí nació Família Nuri, con los dos negocios.

Terraza del restaurante Ca la Nuri
¿En Poble Nou vuelven a tener un bar?
En 2022 abrimos Bar Nuri, porque nos surgió una oportunidad, justo coincidió con el 60 aniversario del primer bar, y quisimos volver a tener un establecimiento en el barrio, como antes. Todavía hay algún vecino que nos conoce, pues era nuestra casa.
Y ahora Nuara
Teóricamente, me gustaría jubilarme, pero otra vez hay un concurso en Ca la Nuri. Hemos vuelto a vivir lo mismo que con Xiroi, por lo que, para estar preparados en caso de no renovar, negocié para quedarme en el Puerto Olímpico. Así abrimos Nuara. Es una concesión a 16 años, con una estructura nueva, creada desde cero y diseñada a nuestro gusto. Es una apuesta. Ofrecemos producto a la brasa y buenos vinos.

Interior del nuevo restaurante Nuara en el Balcó Gastronòmic
¿Qué tipo de cliente tienen en sus restaurantes?
Nuestros clientes son la mayoría de aquí, pero les abrimos las puertas a todos. Sobre todo el fin de semana. Las ganas de desconectar y de no cocinar en casa, pues tiene un valor. Intentamos encontrar el equilibrio entre todos los locales.
¿Qué plato del Nuara le gusta más?
El chuletón. Es de lo que más me gusta, incluso cuando como fuera.
¿Y el plato estrella?
Los arroces, para lo bueno y lo malo.

Uno de los arroces del Nuara, nunca pueden faltar en la carta
¿Comida de proximidad?
Sí, intentamos tener los proveedores cercanos, de hecho son proveedores de muchos años, que nos ayudan. Nos facilitan el trabajo. Me han hecho favores.
¿A qué tipo de público le puede interesar Nuara?
Un público cosmopolita, que le guste comer bien. Queremos ofrecer una experiencia gastronómica chula. La gente de Barcelona debe conocerlo. No es un público de 25 euros, por ese precio puedes ir a Xiroi a comer bien, pero no aquí.

Ricard con sus hijos Laura y David en el Nuara
Si bien es cierto que “hemos tenido aventuras que no nos han funcionado. Abrimos Foc, abrimos otro Salamero, que tampoco funcionó. Otro en honor a mi padre, Bocafí d’en Noguera, de nivel alto, al cabo de un año vino la pandemia y lo tuvimos que cerrar”, nos dice Ricard, pero de momento la trayectoria empresarial continúa en familia. David, su hijo, ha hecho cocina y pastelería en Hofman y Laura, su hija, ha estudiado Marketing, ambos trabajan con él, son el relevo que continuará con un negocio que empezó como bar de barrio en los sesenta para convertirse en un grupo gastronómico.