El bar preferido de Woody Allen que sirve los mejores martinis de Nueva York

Con historia

El Bemelmans Bar fue un éxito inmediato; hoy es una cápsula del tiempo para disfrutar la noche neoyorquina

Invitadas del Michael Kors Cocktail Party en el Bemelmans Bar de Nueva York

Invitadas del Michael Kors Cocktail Party en el Bemelmans Bar de Nueva York

WWD via Getty Images

Es un lluvioso viernes por la noche en Manhattan. Un músico al piano canta canciones clásicas: Piano Man, What a wonderful world... Al acabar, uno de los camareros de la coctelería se acerca al micrófono y le pide, por favor, que toque para sí mismo Cumpleaños feliz. Anima a los presentes mientras sacan una delicada tarta de nata y frutos rojos. Avergonzando, el pianista - Rob Mosci - reconoce ante los asistentes que no sabe cómo se han enterado de su aniversario. “Lo habrá visto alguien en Facebook”, sonríe, y agradece las felicitaciones. 

Después de este breve intermedio, vuelve a la carga con la música, esta vez con Somewhere over the rainbow. Se despide con New York, New York, de Frank Sinatra, comentando que ojalá en casa le espere su pareja con un trozo de pastel. Mosci deja la sala y el murmullo de las conversaciones pasa a ser la banda sonora el resto de la velada.

Las paredes decoradas del Bemelmans y sus martinis perfectos atraen desde siempre fiestas y música en directo y a la gente más 'in'

Las paredes decoradas del Bemelmans y sus martinis perfectos atraen desde siempre fiestas y música en directo y a la gente más 'in'

Leticia Vila-Sanjuán

En la calle 76 en el Upper East Side neoyorquino, entre las avenidas Madison y Park, se encuentra el hotel Carlyle, un edificio que a primera vista no destaca especialmente entre sus vecinos imponentes y regios. Pero si entras por la puerta giratoria y te diriges hacia el pasillo que queda a mano izquierda, recorrerás las mismas esquinas que transitaron John y Jackie Kennedy, Jack Nicholson y Anjelica Huston, David Bowie o Marilyn Monroe. 

En su interior, junto al restaurante café Carlyle - célebre por su música en directo, el jazz, y las apariciones constantes de Woody Allen, que rodó ahí una de las escenas más conocidas de Hannah y sus hermanas- está ubicado el Bemelmans Bar, una de las joyas todavía algo secretas de la gran manzana.

El Bemelmans fue la inspiración de Wes Anderson para 'El gran hotel Budapest'

Afamado por sus excelentes martinis, los murales que ilustran sus paredes, los músicos al piano y el encanto del veterano personal del bar, el Bemelmans es una especie de cápsula en el tiempo de una época dorada de la noche de la ciudad. Por las tardes, el compositor Earl Rose, que lleva tocando veinticinco años, cambia su repertorio en función de su humor y de la audiencia, interpretando a George Gershwin, Porter y Harold Arlen. Por las noches y los fines de semana, otros pianistas en residencia, como Rob Mosci, entretienen al público, mezcla de vecinos del Upper East Side, oligarcas adinerados, huéspedes del hotel, turistas y curiosos de la urbe que se han vestido para la ocasión.

El hotel Carlyle abrió sus puertas en 1930, el mismo año que se inauguró el edificio Chrysler, en pleno apogeo del art déco en Manhattan. Diez años después, el gerente, Robert Huyot, pidió a su amigo el ilustrador austríaco Lugwig Bemelmans que pintara las paredes del nuevo bar, que acabaría llevando su nombre. Bemelmans, que había crecido en el mundo de la hostelería (fue camarero en el Ritz y escribió un divertido libro de memorias titulado Hotel Splendide), se comprometió a trabajar de forma gratuita a cambio de que mientras lo hacía él y su familia se hospedaran en el hotel. Dice la leyenda que ralentizó su proceso creativo para alargar la estancia, que duró dieciocho meses.

Las paredes pintadas del Bemelmans

Las paredes pintadas por el ilustrador Lugwig Bemelmans 

LETICIA VILA-SANJUÁN

El artista tuvo carta blanca para pintar lo que le apeteciera. A lo largo y ancho de las paredes del recinto, inmortalizó las cuatro estaciones en un Central Park que el transeúnte contemporáneo apenas reconocerá - el parque queda a pocas calles- con ovejas pastando y animales salvajes. También añadió conejos sorbiendo té discretamente o elefantes amparados bajo coloridos parasoles. Todo ello un reflejo de la alta sociedad del momento y de la clientela del Carlyle, encantadora, elegante, pero también algo caprichosa. La coctelería abrió sus puertas en 1947 y fue un éxito instantáneo. Actualmente, el Bemelmans es el único lugar con una instalación pública de las obras de su artista.

Pido un Madeline's Vesper martini, el cóctel insignia: Bombay Sapphire, Grey Goose y vermut. Llega perfectamente agitado y frío acompañado de un sidecar -una pequeña hielera con una botellita, que contiene el resto de la bebida- para que me la vaya administrando a mi ritmo y esté siempre fría - reposa en dos servilletas rojas con el logo del bar. El nombre Madeline's Vesper hace referencia a la serie de libros infantiles Madeline, que catapultó a la fama a Bemelmans. La protagonista, parisina, tiene un cameo en las paredes de la coctelería.

Dos modelos fuera del Carlyle Hotel, ien Nueva York, mientras el portera busca un taxi

Dos modelos años setenta fuera del Carlyle Hotel, ien Nueva York, mientras el portera busca un taxi

Conde Nast via Getty Images

A medida que voy sorbiendo el cóctel me invade la sensación de que estoy dentro del decorado de una película que me resulta familiar: el director de cine Wes Anderson confesó que el Bemelmans había sido la fuerza inspiradora del universo de El gran hotel Budapest. Sofia Coppola rodó On the Rocks, con Bill Murray y Rashida Jones. El chef y escritor Anthony Bourdain, en una de las últimas entrevistas que concedió, reconoció sentado en su barra la perfección de sus martinis y de las pinturas decorativas. Termino mi martini y salgo a la calle donde la lluvia torrencial me devuelve a la realidad. Pasa un coche a toda velocidad en dirección al parque y el hechizo se rompe mientras las aceras quedan salpicadas. Pero de fondo suena la música de piano, el eco lejano del Nueva York del Bemelmans.

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