El espíritu vital de Numa, el centro de arte que apostó por un barrio deprimido de Ciutadella
Arte contemporáneo
Abierto hace un año en la ciudad más grande de Menorca, la Fundación Numa apoya a artistas poco conocidos y se esfuerza para hacer llegar la creatividad a la sociedad local
Vista del edificio de la Fundación Numa desde el Interior del patio; a la derecha, las esculturas en bronce de 'La familia' de Caspar Berger
Desde la azotea del edificio de la Fundación Numa en Ciutadella de Menorca, que acaba de cumplir un año, se distingue la silueta de la costa oriental de Mallorca en días claros como este. También se disfruta de una vista privilegiada del perfil urbano de la villa, los dos bastiones de la antigua muralla, la catedral arriba, a la izquierda, y abajo, el puerto y el Pla de Sant Joan, donde realmente nació esta aventura artística y ciudadana.
Desde aquí se ve también el jardín y el patio, habitado por Los amigos y La familia, esculturas que el holandés Caspar Berger dejó aquí tras su exposición del año pasado, Inner voice, una colección de impactantes bustos de bronce y figuras sentadas en sillones, como en un trono. Y si se baja por las escaleras interiores, se accede a dos plantas de exposición presididas por la luz y el espacio, mucho espacio, entregado al arte sin concesiones.
Vista de Ciutadella desde la Fundación Numa
Y en ese espacio, como si la naturaleza hubiera trepado por los muros de piedra arenisca de marés y se hubiera colado entre las contraventanas de ipé en crudo, esperan este año las obras de Hiroshi Kitamura: dejemos para más adelante la descripción de estas formas cuasivivas y las pinturas que las acompañan y concentrémonos en Numa.
Aquí, las vistas y la amplitud de las que goza este centro de arte que acaba de cumplir un año son el premio por haber apostado por el emplazamiento en Dalt Sa Quintana, un barrio receptor de inmigración evitado durante decenios por la población local. Y por unos huertos abandonados pese a su valor histórico.
Las vistas y la amplitud son el premio por haber apostado por Dalt Sa Quintana, un barrio evitado por la población local
Quien sí se fijó en ellos fue el financiero luxemburgués Jean Paul Goerens, que hace veinte años quedó deslumbrado por Menorca y compró la finca S’Albufera, junto al puerto, donde vive ahora. La rehabilitación de la casa y los terrenos reveló su valor patrimonial, con la aparición de cuevas talayóticas y una tumba de época romana.
Marie Hélène Beharel, pareja de Goerens y fundadora de Numa, llegó más tarde a Menorca, hace ocho años, y se contagió de la misma fascinación. Juntos promovieron hace cinco años la asociación Junts as Pla, que alienta la rehabilitación natural y patrimonial del Pla de Sant Joan, el espacio al fondo del puerto que cada año acoge las fiestas de San Juan. Presentaron un plan basado en el arte, la cultura y un festival familiar anual, Amalgama, que encontró el apoyo del Ayuntamiento y el Consell.
Marie Hélène Beharel, ante una de las obras de Hiroshi Kitamura en exposición
“Todo el equipo de Numa está ya desde Junts as Pla y son artistas y personas ligadas al arte”, explica Beharel. Ella y Goerens son apasionados de la creación, y aún más de los creadores, artistas y artesanos.
Con esos inicios y su voluntad de contribuir en la comunidad, la creación de una fundación de arte casi caía por su propio peso. De ahí nace Numa. “El nombre proviene del griego pneuma, que simboliza el espíritu vital, la fuerza creativa, el aliento de la vida —explica Goerens—. Pero la palabra numa nace de la equivocación de un amigo norteamericano, que lo pronunció mal; nos gustó y nos lo quedamos”.
Todo el equipo de Numa está ya desde Junts as Pla y son artistas y personas ligadas al arte”
Como amateurs que son, con una orientación distinta de las galerías convencionales, buscaban “crear un espacio de paz donde la gente se pueda sentir bienvenida, porque hemos experimentado otros lugares donde te sientes extraño”, explica Beharel. “También dar visibilidad a artistas que carecen de ella y que nos interesan como personas”, prosigue. “No tenemos una estrategia, y todo el equipo comisaria las exposiciones de forma conjunta. Tampoco tenemos un modelo económico —confiesa con cara de inquietud—, y si seguimos como hasta ahora, será difícil mantener la fundación porque es deficitaria. Por suerte, ahora van a entrar mecenas” que apoyarán una iniciativa que pasa también por la educación de los más jóvenes en el arte.
La familia, bronces de Caspar Berger que forman parte de la colección de la Fundación Numa
Sus argumentos, además de la nueva vida que han insuflado a Dalt Sa Quintana con la rehabilitación de la calle y la plaza ante el edificio de Numa, son la dinamización cultural de Ciutadella, la fidelización de artistas locales, la atracción de coleccionistas que beneficia también a las galerías de toda la vida y las sinergias que ya promueven con instituciones públicas y privadas.
Y, por supuesto, todo ello gracias a las exposiciones, comenzando por la ya citada de Berger en el 2024 y siguiendo con la deslumbrante Hiroshi Kitamura que se puede visitar ya y hasta octubre de este año.
Kitamura, trabajando en su taller de Camallera (Girona)
Kitamura (Hokkaido, Japón, 1955) es un creador atípico. A caballo entre su formación oriental y la cultura mediterránea que ha sumado en casi cuarenta años de residencia en España, ha construido una poética que se basa en la negación como forma de acceder a lo esencial: el artista debe desaparecer, ser un colaborador de la materia, encontrar lo más puro de esta, su naturaleza y su voluntad de expresarse, y ayudarla a hacerlo.
Un aspecto de la exposición Hiroshi Kitamura en Numa, con varias obras
Serie: 141 (2019), una de las pinturas que Kitamura expone en Numa
Sus esculturas, si se puede llamar así a estas formas que parecen cobrar nueva vida a su antojo, son ensamblajes de maderas que llegan a él de diversas procedencias, y que limpia y estudia hasta entenderlas para que encuentren su nueva vocación. Con el mismo espíritu, pinta sus cuadros, con tinta china, témpera, nácar y tintes naturales, lanzando la pintura sobre el papel de arroz mojado, para que busque su camino; su mano es solo el vehículo que la pone en movimiento.
Caminar entre las esculturas de Kitamura y sus cuadros, la mayoría de ellos de tres metros de ancho, transmite equilibrio y paz; lejos de planteamientos conceptuales, irradian una visceralidad anclada a la tierra y sentimientos primarios, una relación con la naturaleza en la que el hombre solo es un elemento más y el ciclo vida-muerte siempre vence.
Kitamura recuerda cómo Beharel y Goerens lloraron de emoción al ver sus esculturas y tintas en su taller de Camallera (Girona), antes de decidir llevarlo a Numa. Es probable que en aquel momento sintieran algo así.