Empezaba el milenio con un gran alivio: el efecto 2000 se había quedado en nada. El fin del mundo se retrasaría todavía un año más, concretamente al 11 de septiembre de 2001 con la caída espectacular de las Torres Gemelas de Nueva York.
Entretanto, en febrero de 2000 Jennifer López acudió a la 42ª gala de los Grammy con un vestido verde de Gianni Versace y el mundo nunca volvió a ser el mismo. Todos al mismo tiempo querían ver a JLo con ese vestido que parecía desafiar todas las leyes físicas, especialmente la de la gravedad. La gente exigía examinar esa imagen desde todos los ángulos posibles, tanto que fue el detonante para la creación de Google Images y el inicio de una era marcada por el consumo digital de casi todo.
Empezaba a sonar familiar una neopalabra: globalización
Aunque el nuevo milenio era algo decepcionante –no llegaba con coches voladores y, de momento, no conseguíamos contactar con alienígena alguno–, Internet y los teléfonos móviles empezaban a mostrar su potencial de cambiar el mundo que conocíamos: en 2001 Apple lanzó el iPod y seis años más tarde su primera versión del iPhone, el primer smartphone. El resto es historia.
Empezaba a sonar familiar una neopalabra: globalización; los reality show nos revelaban a nosotros mismos como sujetos interesadísimos en la intimidad de desconocidos que por primera vez ni siquiera eran famosos. En España flipábamos con Gran Hermano y luego fliparíamos aún más con Operación Triunfo. En el mundo, Coldplay lanzaba Parachutes, su álbum debut que llegaría al número 1 de todas las listas. Apareció una cantante llamada Beyoncé y Kylie Minogue renació de sus cenizas con un novio modelo de Tossa de Mar llamado Andrés Velencoso. Nos obsesionamos con las parejas de famosos del cine como Brad Pitt y Jennifer Aniston o Tom Cruise y Penélope Cruz, o Tom Cruise y Nicole Kidman. Vimos al entonces príncipe Felipe en la boda de Mette-Marit de Noruega con una guapísima Eva Sannum en una relación fugaz. Todo parecía posible en el nuevo milenio que nos traía el euro y un enmascarado encarecimiento de casi todo.
Pantalones de tiro inusitadamente bajo (en ellas y ellos)

Britney Spears durante su actuación en los premios MTV Video Music Awards en el 2000
Alexander McQueen tuvo la culpa de que el talle de los pantalones fuera perdiendo centímetros. Recién graduado de la Central Saint Martins presentó en su primera colección Taxi Driver (1993) unos pantalones de tiro bajo que mostraban el coxis. Los repitió en su colección primavera-verano de 1995. En 2000 la tendencia ya era mainstream. En 2001 Levi’s presentó la silueta Superlow para sus vaqueros. Llevar los pantalones por debajo de la cadera llegó en un momento en que esta prenda rompía todos los techos sociales y era aceptada en todas partes, aun cuando en determinadas posiciones dejaran ver demasiado de la ropa interior. Britney Spears fue la gran defensora de este estilo. Los chicos también ajustaron sus vaqueros muy por debajo de la cintura y solían colgar de las trabillas de los jeans unos llaveros muy largos de marcas surferas como Carhartt.
Hacerse un tatuaje en las lumbares

Justin Bieber enseña empezó a tatuarse muy pronto
Tanto enseñar cadera y coxis tuvo consecuencias: esa piel había que decorarla. No tengo pruebas pero tampoco dudas de que hay toda una generación envejeciendo dignamente (o no) con un tatuaje en las lumbares de un motivo celta o de unas letras japonesas que ya nadie recuerda su significado. Empezaron a abrirse estudios de tatuadores en las ciudades y la gente empezó a grabarse en la piel mensajes efímeros. De nada había servido que Johnny Depp, tras haber terminado su relación con Winona Ryder durante la que se había tatuado en un brazo: “Winona for ever”, lo hubiera tenido que dejar en “Win for ever”. Nunca aprendemos nada.
El look boho

La moda boho chic llenó pasarelas y calles
En 2004 las mellizas Olsen estrenaron su última película y a partir de entonces se dedicaron a dar de vez en cuando un revolcón a la moda. Su primer look: vestidos campesinos sobre vaqueros aparentemente machacados, un cinturón de piel con chinchetas, una bufanda y un pelo de textura natural y poco pulida fue calcado por cientos de imitadores en todo el mundo. En Reino Unido, Sienna Miller se echaba al mundo en un bolsillo tras la infidelidad de su novio Jude Law con la niñera de los tres hijos que tenían en común. Miller triunfaba con un look bohemio chic festivalero que combinaba vestidos románticos, varias capas de ropa, botas y un sombrero por donde asomaba una melena rubia larguísima. La suma del look era más importante que sus partes. Era una tendencia que honraba un estilo de vida más que a cada una de sus piezas. La actitud era casual, divertida, casi inocente.
Tener un blog

Paris Hilton y Kim Kardashian paseando juntas en 2006, tuvieron una verdadera relación de amistad.
Entramos en la era del street style: la calle se convierte en una gran pasarela. Todo el mundo es paparazzi y tiene un blog. Las revistas y los tabloides seguían teniendo el monopolio de la información de moda y sociedad, pero la gente empezó a abrirse sus espacios donde empezaron a aparecer famosos, pseudofamosos y tendencias que no entraban en el radar de la industria editorial. A veces daban scoops que se les escapaban a las grandes cabeceras que iban a rebufo de estos advenedizos. Por esa vía nos llegaban famosos en modo más natural sin que la mano de un estilista nos edulcorara su aspecto. Así conocimos a Cameron Díaz, Lindsay Lohan y a una recién llegada Kim Kardashian con unos looks informales y desconcertantes que implantaron otras tendencias: minifaldas con los bordes deshilachados combinadas con botas n importar la estación del año, camisetas de bebé con el mensaje Angel en colores ácidos y un frappuccino para redondear cualquiera de esos looks.
Ir en chándal de terciopelo

Chenoa, en chándal
Es quizás el conjunto que más cuestione la elasticidad del concepto elegancia según las épocas. El chándal, que ya llevaba varios años fuera del ámbito atlético, alcanzaba ahora la categoría de pieza cool de cualquier armario. A medida que iba superando barreras sociales el chándal se sofisticaba con tejidos que imitaban el terciopelo, con logotipos y frases bordadas en pedrería. Su paleta de colores pasó a tonos brillantes y pastel, especialmente el rosa chicle, como los de Juicy Couture que solían llevar París Hilton y Nicole y que se convirtieron en un absoluto objeto de deseo. Aquella canción de Martirio “arreglá pero informal” no era solo poesía. En los 2000 no había ningún problema en combinar un chándal con unos buenos tacones. En 2005 tuvimos en España nuestro momento protagonizado por un chándal cuando Chenoa salió ante la prensa a reconocer entre lágrimas su ruptura con David Bisbal con esa prenda en color gris.
La logomanía

El logo de Louis Vuitton estampado en varios productos de playa de 2008
A la contención de los noventa siguió una fiebre de letras. Si sobraba un centímetro de piel o tela se rellenaba con un logo. Tom Ford, Donatella Versace, Roberto Cavalli, Dior, Chanel… nadie parecía resistir la tentación. Los biquinis de Dior llevaban su monograma, Louis Vuitton estampó el suyo en todo lo que pudo y Marc Jacobs, que era entonces su director creativo, se pintó en su cuerpo desnudo y en rosa neón el logotipo de la maison. Lo que no llevaba un logo bien visible no era lujo.
Ahorrar para EL BOLSO, en mayúsculas

El Dior de Galliano, el Saddle se ha convertido en un clásico
Las revistas empezaron a llamarlos it bags y cada casa de moda tenía uno o dos cada temporada que se convertían en un trofeo para la gente de la moda y en poco tiempo para el resto de la humanidad. El Balenciaga de Nicolas Ghesquière tenía su Motorcycle City, el Chloé de Phoebe Philo, el bohemio Paddington, el Dior de Galliano, el Saddle, y el Louis Vuitton de Marc Jacobs creaba un it bag tras otro gracias a la estrategia de las colaboraciones con artistas como Stephen Sprouse o Takashi Murakami. Estos bolsos eran la señal definitiva de estatus de toda una generación.
Trabajar en algo de Internet

Fira Hits Barcelona para emprendedores
Superado el susto de la burbuja .com de 2001, tener un trabajo relacionado con la tecnología e Internet era cool. Si en los ochenta había que ser un yuppie de Wall Street ahora lo sexy era trabajar como developer en Silicon Valley o en cualquiera de sus variantes. Estos trabajos se consideraban creativos, estaban muy bien pagados y, como no sabíamos cómo funcionaba Internet, nos parecían casi mágicos. La realidad era que muchos de los que trabajaban en empresas como Google o Apple eran más nerds que sexys, tenían pocas habilidades sociales y una escasa tolerancia al alcohol, pero eso lo descubriríamos en la década siguiente.