De Agua Lavanda a Dries Van Noten: Puig, la historia de un éxito centenario

Creadores

Con 110 años de historia, Puig atesora un legado de creatividad. De las sobremesas familiares en Vilassar a las torres de cristal en l’Hospitalet, el libro, 'Puig, home of creativity' (Rizzoli), es también la historia de un país que aprendió a contar su identidad mediterránea a través del diseño

Antonio Puig, Julia Planas y parte de la familia en la finca de Les Ginesteres

Antonio Puig, Julia Planas y parte de la familia en la finca de Les Ginesteres

Cedida por Puig

Muchas marcas se esfuerzan por parecer auténticas, pero la historia de Puig no necesita artificios: es la de una familia que, generación tras generación, ha sabido transformar una pequeña empresa de perfumes en una firma global de creatividad, belleza y lujo. Desde las sobremesas en la casa de Les Ginesteres de Vilassar de Dalt, donde Antonio Puig Castelló transmitía sus valores alrededor de la mesa, hasta las torres de cristal en l’Hospitalet de Llobregat —la primera firmada por Rafael Moneo, la segunda, inaugurada en 2024, por el estudio GCA Architects—, el trayecto de Puig es, ante todo, un relato sobre cómo la creatividad puede encarnar valores, traducir emociones y hacer crecer un legado.

Esa historia se condensa en Puig, home of creativity, el libro editado por Rizzoli que celebra los 110 años de la firma catalana. A lo largo de más de 250 páginas, se despliegan diseño, legado y emoción en una narrativa coral con textos, poemas, fotografías y conversaciones con los protagonistas que han definido —y siguen definiendo— la creatividad de Puig. Como escribe su presidente ejecutivo, Marc Puig, en el prólogo: “Este libro es un homenaje a la energía y el talento de nuestras personas”.

‘Puig, home of creativity’, el libro editado por Rizzoli que celebra los 110 años de la firma catalana

Todo empezó en 1922, cuando Antonio Puig lanzó el pintalabios llamado Milady, el primero fabricado en España. Aquel barcelonés, recién casado con Júlia Planas, aún no sabía que estaba fundando un imperio perfumero, Cuando Agua Lavanda se convirtió en un símbolo de la España de posguerra, tampoco sabían que serían pioneros en sumar firmas de moda a su universo de aromas, haciendo el camino inverso al hasta entonces acostumbrado, porque habitualmente son las casas de costura las que tras consolidarse se lanzan al mundo de los aromas y la belleza.

La empresa creció al mismo tiempo que lo hacían los cuatro hijos de Julia y Antonio. Mariano y Antonio, los mayores, alternaban sus estudios con el trabajo en la fábrica; el primero aprendió en Ginebra de la mano de Givaudan y Antonio se formó en Grasse con el maestro Jean Carles, creador de Miss Dior. El tercero, José María, por su parte, se encaminó a la producción de encendedores y aerosoles, que más tarde se escindió en dos ramas: Flamagas y Monturas. Enrique, el más joven, se convirtió en un maestro de las relaciones públicas y llegó a convertir la Copa del Rey de vela la regata más importante del Mediterráneo. “Mi padre nos iba dando poco a poco más responsabilidades”, recordaba Mariano, quien con los años se convertiría en el gran embajador de la marca.

Anuncio publicado en Estados Unidos por Puig Barcelona

Anuncio publicado en Estados Unidos por Puig Barcelona

Puig

Con los hermanos llegó la innovación: abrieron la primera delegación fuera de España, en Estados Unidos, de la mano de Fernando Aleu, un médico catalán entusiasta usuario de Agua Lavanda que trabajaba en el Hospital Albert Einstein de Nueva York. En 1962 inauguraron la planta del Besòs y en 1968 llegaba la fragancia masculina Agua Brava. 

Pero fue la relación personal de Mariano Puig con Paco Rabanne la que marcó el gran salto. Para poder competir en los mercados internacionales, Agua Lavanda Puig o Agua Brava no eran suficientes; necesitaban una marca, a poder ser, francesa. “España no era un país democrático y no gustaba. Para hacer negocios en Francia necesitábamos tener allí un nombre y un rostro que no fuera español”, explicaba Mariano. Y de esa inquietud nació la asociación con Paco Rabanne. 

Con el lanzamiento en 1973 de Paco Rabanne pour Homme, Puig entraba de lleno en el universo de la moda

Con el lanzamiento en 1973 de Paco Rabanne pour Homme, Puig entraba de lleno en el universo de la moda y se internacionalizó realmente. A esa alianza le siguieron otras, como la de Carolina Herrera en Nueva York y, años después, la compra de Nina Ricci.

La tercera generación recogió el testigo con el mismo espíritu, pero pensando en el largo plazo de la empresa, y para no caer en el nepotismo, se estableció que en los consejos de las sociedades operativas siempre hubiera más miembros no familiares que de la saga, en particular en la comisión que decide los nombramientos. Marc Puig, hijo de Mariano, comenzó en ventas y lidera la compañía. Su primo Manuel Puig, hijo único de Antonio, se encargó de la expansión internacional en América Latina y Europa. Hoy, los Puig siguen dirigiendo la empresa desde Barcelona, pero a inicios del siglo XXI la tercera generación limitó la participación de la familia en la empresa y estableció que la cuarta se formarían para ser buenos accionistas y participar desde los órganos de gobierno, pero no trabajaría en Puig.

Rebecca Longendyke de Paco Rabanne.

Rebecca Longendyke de Paco Rabanne.

Puig

La tensión entre razón y emoción —el seny i la rauxa tan catalán— atraviesa toda la historia de Puig. También la publicación que conmemora su 110.º cumpleaños. Comienza en Barcelona —la ciudad donde nació la empresa— y desde allí despliega un mapa emocional que recorre los pilares de su cultura: familia, diseño, belleza, y un portafolio de marcas con identidades fuertes y complementarias. Desde la sensualidad metálica de Rabanne hasta la poética brutalista de Dries Van Noten, pasando por el optimismo gráfico de Carolina Herrera, el cromatismo de los maquillajes de Charlotte Tilbury, la rebeldía de Jean Paul Gaultier o el universo ultrafemenino de Nina Ricci, cada capítulo documenta una visión singular del lujo, siempre con la premisa de la libertad creativa con sentido y propósito.

Leticia Sala, poeta que colabora en este proyecto, traduce los valores de la compañía en versos, con una aproximación que revela el tono íntimo del libro: “El entusiasmo que uno lanza al mundo solo genera más; es contagioso, se multiplica”, recita en inglés. Su lenguaje —táctil, evocador— se alinea con la sensibilidad visual que proponen fotógrafos como Salva López, Anna Huix, Caterina Barjau, Ricardo Pinto o Nacho Alegre. “Estamos acostumbrados a que los valores de marca se expresen de maneras planas o poco originales. Pero ni Puig ni sus valores son aburridos ni planos. Por eso la idea de traducirlos en poesía me pareció tanto brillante como original”, explica la poeta.

Puig entendió que el diseño no es solo forma, sino también intención

Este recorrido visual y sentimental revela que, desde sus orígenes, Puig entendió que el diseño no es solo forma, sino también intención. No se trata solo de frascos, logotipos o espacios —aunque los haya memorables—, sino de una actitud, como la que llevó a desarrollar en 1922 Milady, el primer pintalabios fabricado en España y en 1962 a colaborar con André Ricard, que diseñó el emblemático frasco verde de Agua Lavanda Puig —inspirado en una garrafa balear—. Al tiempo, Alexandre Cirici —teórico, crítico y publicista antes de que existiera la profesión— ideaba con el fotógrafo Oriol Maspons campañas que hoy podrían colgar en museos con anuncios que cruzaban la línea entre el arte y la comunicación, entre el dibujo publicitario y la escenografía gráfica.

“Por mis venas no corre sangre, sino Agua Lavanda Puig”, diría Enrique Puig Planas, segunda generación al frente de la marca. Esa fragancia, lanzada en 1939, no solo marcó un hito comercial, sino que con su rediseño condensó una identidad: mediterránea, austera, elegante. En 1968, el frasco serviría de molde para Agua Brava, un perfume de madera y sal, de litoral catalán, cuyo tapón de madera definió un nuevo vínculo entre la mano y el objeto. Tocar pasó a ser consustancial a oler.

Diez aromas con porcelana, madera, resina o metal, en colaboración con Stoelzle Masnières

Diez aromas con porcelana, madera, resina o metal, en colaboración con Stoelzle Masnières

Puig

Esa tactilidad ha adoptado múltiples códigos a lo largo de las décadas: los lunares gráficos de Carolina Herrera en los años ochenta, los cilindros de Fabien Baron para el perfume 212, el lingote dorado de 1 Million, los frascos escultóricos y recargables de Dries Van Noten. En cada caso, el diseño envuelve una identidad, a veces refinada, a veces irónica. 

Incluso los trofeos hablan en este idioma. El de la reciente Puig Women’s America’s Cup, diseñado por Patricia Urquiola, prescindía de asas en su textura dinámica en busca del abrazo. “Diseñar con propósito —recuerda Urquiola— es diseñar para el otro”.

De arriba abajo y de izquierda a derecha: Manuel Puig, Marc Puig, Marian Puig, Antonio Puig, Mariano Puig y José M.ª Puig

De arriba abajo y de izquierda a derecha: Manuel Puig, Marc Puig, Marian Puig, Antonio Puig, Mariano Puig y José M.ª Puig

Puig

Esa cultura se percibe también en el cuartel general de la compañía en l'Hospitalet de Llobregat. El edificio diseñado por el premio Pritzker Rafael Moneo, blanco, con diagonales de hormigón y una lámina de agua que refleja el cielo, respira sobriedad. En esta torre una escultura de bronce de Joan Miró titulada Femme multiplica la escala del envase que André Ricard ideó en 1969 para Agua Brava y lo transforma en mujer. El arte vuelve a marcar el tono en la ampliación de la sede de la compañía, la T2: en su lobby de piedra se ha instalado Monument à la femme, una escultura de bronce de 2,5 metros concebida en 1970 a partir de una pastilla de jabón fabricada por Puig que Miró usaba para limpiar sus pinceles. Cedida por la Fundació Joan Miró, la pieza refuerza el vínculo entre el arte y la identidad de la marca.

En sus mejores momentos, Puig, Home of creativity es mucho más que una monografía corporativa: es un retrato generacional, una elegía empresarial y una meditación sobre cómo el diseño puede contener valores sin diluirlos. Porque el lujo no siempre brilla: a veces huele a lavanda, sabe a comidas familiares y se guarda en papel encuadernado.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...