Labubu, el monstruo adorable que resume la ansiedad de la época, se cuelga de los bolsos de lujo

Fashion week

No es solo un 'charm', ni un peluche, ni un capricho más: Labubu es la muñeca de moda que ha convertido la ternura en una fórmula eficaz del capitalismo emocional

Zufi Alexander lleva un bolso Miu Miu de paja con 'charms' de Labubu, durante el quinto día del 78.º Festival de Cine de Cannes

Zufi Alexander lleva un bolso Miu Miu de paja con 'charms' de Labubu, durante el quinto día del 78.º Festival de Cine de Cannes

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No hay nada discreto en una sonrisa de dientes afilados. Mucho menos cuando proviene de una criatura peluda, de orejas puntiagudas y gesto travieso, que cuelga como un amuleto de un bolso de Louis Vuitton. Se llama Labubu, es una niña —al menos en el universo de ficción creado para ella—, y desde hace unos meses no hay desfile, aeropuerto o selfie de celebrity que no la incluya como parte del estilismo.

La moda ha encontrado su nueva mascota, y lo ha hecho en el rincón más inesperado del mercado global: las vitrinas de Pop Mart, la marca china de juguetes coleccionables que ha hecho de la sorpresa una estrategia comercial y de esta pequeña monstrua un objeto de deseo.

Labubu nació en 2015, en los dibujos del artista Kasing Lung, nacido en Hong Kong y criado en los Países Bajos, que se inspiró en la mitología nórdica para dar forma a un universo de criaturas conocidas como The Monsters. Publicó varios libros infantiles ilustrados hasta que, en 2019, Pop Mart firmó un acuerdo con él para transformar esos personajes en juguetes de diseño, comercializados bajo el formato blind box: el comprador no sabe qué versión adqueire hasta abrir la caja. Desde entonces, el éxito ha sido progresivo, pero fue en 2024 cuando el fenómeno estalló, impulsado por una combinación muy contemporánea de algoritmos, fetichismo y prescripción de celebrities de alto perfil.

Lisa, integrante de Blackpink, del reparto de la última temporada de The White Lotus y rostro de campañas de Bulgari y Celine, publicó una foto con un Labubu colgado de su bolso como si fuera un charm de alta gama. Le siguieron Rihanna, Dua Lipa y Emma Roberts. En TikTok, el hashtag #Labubu acumula decenas de millones de visualizaciones; en eBay, algunos modelos superan los 400 euros. En marzo de este año, Harrods abrió un pop-up dedicado a Labubu en su planta baja. En su número de junio, Harper’s Bazaar Serbia ha llegado aún más lejos: su portada no es una supermodelo ni una actriz de culto, sino una ilustración de Labubu, convertida en página para colorear.

¿Qué tiene esta muñeca que la convierte en símbolo de estatus? Su diseño ayuda: orejas de duende, ojos enormes, sonrisa pícara y una estética que subvierte el canon kawaii tradicional —más grotesca, más andrógina, más rara—. Pero hay algo más. Labubu es, ante todo, un espejo de las tensiones que atraviesan el consumo actual: la necesidad de un lujo accesible, el deseo de lo limitado en un mundo saturado de productos, el regreso al objeto físico como ritual emocional.

El fenómeno recuerda a otros iconos de la cultura coleccionable asiática, de Hello Kitty a Sonny Angel, pero con un giro generacional. Labubu no aspira a ser una figura infantil: es explícitamente adulta. No se promociona en televisión, sino en Instagram. No se vende en jugueterías, sino en concept stores y máquinas automatizadas que exigen horas de cola. No se regala: se compra con la misma lógica que unas zapatillas de edición limitada o una cartera de Jacquemus. Es un objeto que dice “Sé lo que está pasando” y pregunta “¿Lo sabes tú?”. Y quizá lo más relevante: es pequeña en cada sentido.

El fenómeno recuerda a otros iconos de la cultura coleccionable asiática, de Hello Kitty a Sonny Angel, pero con un giro generacional

En tiempos de incertidumbre económica, inflación persistente y guerras comerciales como la que inauguró la era Trump —y que ahora un tribunal federal intenta desmantelar—, el consumo se reconfigura. Aparece lo simbólico, lo emocional, lo mínimo. Es lo que la teoría económica denomina “efecto pintalabios”: cuando el panorama se oscurece, el consumidor —que, pase lo que pase, sigue consumiendo— se refugia en placeres asumibles. Un muñeco de 30 euros, si está revestido de relato, escasez y ternura, puede convertirse en el equivalente contemporáneo de una joya. 

No sorprende que Pop Mart haya duplicado sus ingresos en 2024, superando los 1.800 millones de dólares, ni que la línea de Labubu haya crecido un 726% en solo un año. Porque no es solo una muñeca: es una fórmula emocional dentro de una caja de colores.

Tampoco es raro que haya encontrado su lugar en la moda. En paralelo al furor por Labubu, los charms para bolsos viven un revival que combina lo kitsch con lo aspiracional. Desde versiones miniatura del Speedy de Louis Vuitton (que superan los 800 euros) hasta ediciones de personajes de Disney en Primark, todo cabe si cuelga de un asa. Es el bolso como altar, y el charm como talismán: un espacio mínimo donde proyectar identidad, ironía, nostalgia o, simplemente, proyectar que se intenta proyectar.

Estas muñecas han logrado que el gesto vaya más allá del estilo. Muchos de sus seguidores las visten, les ponen nombres, las hacen aparecer en stories como si fueran mascotas o confidentes. Esa dimensión parasocial —esa forma de relación emocional con lo inanimado— añade un tipo de conexión que ninguna otra prenda o accesorio puede ofrecer. Labubu no es solo un adorno: es un personaje que acompaña, una criatura con aura. Y hoy, cuando gran parte de lo que somos parece pasar por lo que mostramos, ese vínculo con el objeto no es menor.

Un bolso Hermès naranja con un charm marrón del monstruo Labubu

Un bolso Hermès naranja con un charm marrón del monstruo Labubu

Getty Images

Con su pelaje suave, su sonrisa desafiante y esa mirada de quien está a punto de meterse en líos, Labubu no promete cambiar la vida: promete acompañar. Es consuelo portátil en un mundo de malas noticias que abruma y rara vez ofrece tregua. Y así, envuelta en ternura y nostalgia, una criatura de cuento se convierte en el emblema más amable —y más rentable— de un sistema que siempre encuentra nuevas formas de vender alivio.

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