El hogar de Fátima Burnay es un mundo de contrastes. Se respira una atmósfera única, una mezcla de lo vintage y lo contemporáneo, lo ordenado y lo caótico, lo íntimo y lo abierto. Al salvar el rellano , con cuatro bombonas que ya no alimentan la calefacción de la casa, porque se cansó de trasegarlas, se palpa un universo donde el arte y la belleza se fusionan con la vida cotidiana. La luz de la mañana ilumina recuerdos, inquietudes y pasiones de una artista que, a pesar de su naturaleza reservada, deja traslucir una sensibilidad de gran profundidad.
Fátima tiene una relación fascinante con los muebles y objetos que pueblan su piso de Chamberí: cada uno de ellos tiene una historia. Reconoce su tic acumulativo y “un poco Diógenes”. Desde las sillas confidentes, que recrean un pequeño drama entre muebles, hasta los juegos de cristal tallado, la cerámica popular portuguesa o las plantas, para las que tiene buena mano, todo parece tener un propósito. Y aunque no sea de esas personas que coleccionan objetos preciosos, hay algo inconfundible en los pequeños detalles, como el anillo de topacio que lleva siempre en un meñique, un escudo heredado de su abuela, un talismán que se transmite de generación en generación. Aquí y allá, sombreros y plumas, recuerdos de las piezas que diseñaba hace unos años.
La artista colecciona sombreros, que también ha diseñado
En este entorno abigarrado, Fátima comparte su vida con Ray Loriga, compañero de existencia. El escritor sufrió un tumor cerebral benigno que amenazó con destruirlo todo y que al final se cobró la visión de un ojo y una leve parálisis facial. Hoy Ray escribe discretamente en la cocina y prepara café para los periodistas que alteramos su intimidad .No solo ha superado el susto, sino que ha seguido adelante con una determinación que, según Fátima, es la que define su carácter. El amor entre ellos es claro, pero también son dos artistas que se entienden, que se inspiran y se retroalimentan. Ahora están embarcados en un proyecto conjunto, un cuento infantil que Loriga escribirá a partir de las ilustraciones de Burnay, que reconoce que ha cambiado varias veces el enfoque y lleva “un poco loco” a su pareja.
Para mí, los objetos son memoria”
La invitación a su casa tiene algo de ritual de despedida. Ambos están en un punto de inflexión que les ha hecho elegir una nueva vida en Trujillo (Cáceres). “En el campo, Ray y yo estamos mucho mejor que en la ciudad, sobre todo mucho más tranquilos”, explica. La artista, que conoce bien la zona, porque se ocupó del interiorismo de la finca El Azahar, de su buena amiga la productora de cine Nathalie Trafford, ahora se está sacando el carnet de conducir, “una necesidad, porque Ray no conduce ni ha tenido carné, y depender del autobús es complicado. Además, me ilusiona la proximidad con Portugal; podré viajar más a Lisboa, donde tengo muchos amigos y raíces familiares, ya que mi abuela era portuguesa”.
Está ilusionada, pero reconoce que la mudanza será un reto nada fácil. Quiere aprovechar para plantear una nueva decoración “más despejadita, aunque me conozco, porque para mí los objetos son memoria y el problema que tengo es que le cojo cariño a las cosas, cada una tiene su sentido para mí”. A Trujillo le acompañará su cama barco, “aunque ya está un poco viejita, siempre ha estado conmigo, desde pequeña”.
La creadora, sentada en lo que ella define como su ‘cama barco’, una pieza antigua que la acompaña desde siempre.Tras ella, una de sus pinturas, concebida como un colorista biombo
Hubo un tiempo en que Venecia fue su hogar. “Viví allí casi dos años”, recuerda con nostalgia. Su estancia en la ciudad italiana fue parte de su investigación en Historia de la arquitectura, pero terminó convirtiéndose en un viaje personal y artístico. “Venecia tiene una energía única. Es un lugar donde el tiempo se mueve diferente, donde la calma y la belleza están en cada rincón oculto. Es una ciudad pausada, profunda”. La relación entre el arte y el entorno es algo que ha marcado su trabajo: las luces que cambian según la hora, los reflejos en el agua, la arquitectura que parece suspendida en el tiempo. “Esa atmósfera me influyó mucho”, admite.
Melancolía por Venecia, y también por las tiendas de segunda mano que frecuentaba en su juventud, espacios que ya no existen. “Ahora lo vintage está de moda, pero cuando yo lo vivía, había algo especial. Las piezas no eran solo ropa, eran parte de una historia”. A veces se da algún capricho, pero no es una gran compradora y prefiere tirar de fondo de armario. Sus favoritos son los zapatos de tacón bajo o con plataforma y le encantan los abrigos. “No soy nada de bolsos”, dice, sin embargo, pero confiesa su debilidad por los sombreros antiguos. “Los colecciono. Hay algo en ellos que conecta con el pasado”. Tal es su gusto por lo retro le lleva a decidir que si pudiera viajar al pasado lo haría a los años veinte del siglo XX, “la primera liberación de la mujer, con un arte y una literatura buenísimos, con gente moderna que llevaba sombreros con normalidad...”
Cristal tallado y muchas plantas en casa de Fátima de Burnay
La cocina de la casa de Fátima Burnay, en el barrio madrileño de Chamberí
Fátima es acogedora y cálida, también muy reservada. Se confiesa una gran tímida. Lo es desde niña, cuando prefería quedarse en la sombra, observando, creando, acompañando a su padre arquitecto. Así tuvo el privilegio de pisar los tejados del Museo del Prado, que su padre restauró. Explica que la gente tiende a malinterpretar su introversión, a verla como algo distante, pero es solo una mujer que necesita su espacio y sus tiempos para crear. Muestra la nueva serie de acuarelas en que está trabajando y revela que se ha lanzado a diseñar alfombras, que ella y una amiga harán tejer en Marruecos.
La artista tiene una relación especial con la música y adapta sus elecciones sonoras según el momento del día. Por la mañana, prefiere la música clásica, que la acompaña en el despertar y en sus primeras horas de actividad. Entre sus selecciones se encuentran compositores como Mozart, que suena mientras hablamos y cuya armonía le aporta serenidad. A medida que avanza el día, su playlist se vuelve más variada. Escucha desde Bryan Ferry hasta Talking Heads, un gusto ecléctico que abarca el pop sofisticado y las tendencias más alternativas. Por la noche, cuando busca relajarse, se inclina hacia el jazz, aunque no se encasilla en un solo estilo. Puede escuchar desde el free jazz hasta el sonido más clásico de New Orleans. Entre sus grandes referencias: Charlie Parker y Chet Baker.
Acuarelas, rotuladores y pintura acrílica dan forma a la creatividad de Fátima de Burnay, que pronto tendrá un taller donde desarrollar obras grandes
Fátima de Burnay atesora obras de arte entre las que se incluyen cuadros de su padre, el arquitecto Dionisio Hernández Gil
Para un hipotético libro sobre su vida, no duda en escoger un título: Los funambulistas. “No sé si habrá uno que se titule así... Al caminar siempre hay que poner un pie en el aire, no sabría vivir sin esa incertidumbre de una vida haciendo equilibrios”.
