No son pocos los que refieren a que volver al origen tiene tanto como de mágico como de necesario. Aquellos que, por el motivo que sea, en algún momento dejaron atrás su tierra con ganas de vivir algo nuevo, lo saben de buena tinta, y para muestra las declaraciones que eventualmente ofrecen algunas de las figuras más destacadas de nuestro panorama audiovisual patrio. Esta semana, una de esas voces ha resonado con especial claridad: la de una actriz que ha hecho del talento una forma de honestidad.
Ganadora de dos premios Goya y con una filmografía que transita entre lo comercial y lo arriesgado, Carolina Yuste ha compartido en el programa Hoy por hoy de la Cadena SER el vínculo profundo que mantiene con Badajoz, la ciudad que la vio nacer y a la que vuelve —siempre que puede— para tomar aire. En una conversación con José Luis Sastre, la actriz no esquiva la emoción cuando habla de lo que significa ese regreso: “Es que aquí es donde más conectada con el placer y la calma estoy”. Y no lo dice como quien idealiza lo perdido, sino como quien lo vive con intensidad y presencia cada vez que lo recupera.
“Una alegría triste”
Un tipo de bienestar que solo se alcanza volviendo al lugar donde empezó todo
La conversación con Sastre se mueve entre la complicidad y la intimidad. Él le pregunta cómo de importante es para ella estar en Badajoz, después de tanto trajín en la capital. “Pues imagino que como para ti estar en tu tierra, ¿no?”, responde ella, con una sonrisa. Porque en el fondo, la respuesta no necesita adornos: volver es reconocerse. “Aquí he construido, hemos construido, una forma de vida, está claro. Y me tiene muy contenta”, añade sobre Madrid, dejando ver que no se trata solo de nostalgia, sino también de presente.
Carolina Yuste en 'Hoy por hoy'.
Yuste describe una escena que resume toda esa pertenencia. Una noche cualquiera, en casa de su madre, rodeada de sus primas, escuchando historias mientras el cielo se deja ver estrellado y el fresco de la noche se cuela por la ventana. “Estaban los gatos y las gallinas. Y pensaba: ‘Qué a gusto estoy’”. En esa frase cabe una vida entera, pero también una paradoja: “Estoy en una constante ‘alegría triste’”, dice, porque cuando conecta con ese lugar también se hace más visible todo lo que ha tenido que dejar atrás. Esa mezcla de plenitud y melancolía que acompaña a quien ha elegido una vida intensa, pero no sin renuncias.
Relaciones que son de otra manera
El valor de lo intergeneracional y la memoria viva del vínculo con la tierra
Si algo subraya la actriz es la forma en que las relaciones en su ciudad natal tienen una densidad distinta, menos mediada por lo fugaz. “Mis amigas de Badajoz van a comer con mi madre, aunque yo no esté. O se van al campo con mi madre. Es como que las relaciones son intergeneracionales”, dice. Hay en esa afirmación una reivindicación implícita de lo comunitario, de una forma de vivir que no entiende de prisas ni de jerarquías emocionales.
En ese tipo de vínculos encuentra un espacio que Madrid, pese a todo lo que le ha dado, no siempre le ofrece. “Aquí somos de otra manera”, le había dicho Sastre. Y ella asiente: “Claro. Total, total”. En Badajoz, no hay que explicar quién eres para ser entendida. Las relaciones vienen de lejos, están hechas de infancia, de historias compartidas, de madres que son también amigas. “Lo que hacemos y las renuncias que hemos tenido que tomar para irnos a perseguir lo que eran nuestros deseos son maravillosos y estamos en coherencia con eso, pero hemos tenido que renunciar también a esa otra parte”. Ese “a gusto” que siente cuando vuelve es también exigente: “Cuando llego tengo que absorberlo todo y estar muy presente. Y me canso también un montón”. No es la comodidad lo que busca al regresar, sino la verdad de lo que fue y sigue siendo.
José Luis Sastre durante la entrevista con Carolina.
Un retorno sin mapa
El viaje de vuelta como acto necesario y reconciliación con el deseo
Hay en las palabras de Yuste algo más que una reflexión personal. Su relato se convierte, casi sin querer, en una declaración generacional: la de quienes han salido a buscarse fuera, pero necesitan volver para no olvidarse de quiénes eran antes de todo. En su caso, no se trata de elegir entre Madrid o Badajoz, sino de convivir con esa dualidad. “¿Cómo se puede existir en los dos espacios?”, se pregunta. No hay respuesta cerrada. Solo esa “alegría triste” que la acompaña cada vez que regresa. Porque si algo deja claro esta conversación es que el origen no se borra, pero tampoco se idealiza. Se transforma. Y cada vuelta a casa es una forma de reescribirlo. Aunque dure poco. Aunque canse. Aunque duela un poco irse después.
