¿Feminismo o feminidad?

Nadar de espalda

Un día, en Santa Maddalena, Beatrice me pide si quiero leerle en voz alta el último libro de Emmanuel Carrère. El libro acaba de salir en Francia, se titula Kolkhoze, y todavía no está traducido al español. Lo empezamos y pronto nos vemos sumidas en una narración intergeneracional: vidas familiares enredadas, relaciones misteriosas, sentimientos que jamás se expresan de modo sentimental. Algo me hace detenerme. Beatrice me mira, expectante. “¿Te puedo pedir un consejo sentimental?”, le digo.

Beatrice tiene 99 años, yo 29. Nos separan 70 años, pero nos une la curiosidad sobre los hombres y las mujeres. “Quiero a un hombre”, le digo, “pero hay aspectos de su vida que me duelen, me entristecen de verdad”. Beatrice me pide detalles y se incorpora en el sofá, pero justo cuando creo que va a pronunciar unas palabras rotundas, claras, que derriben mi inseguridad, la oigo: “Dile, con todo el cariño que tienes por él, lo que te entristece. Si le importas, le importará”.

Feminismo y feminidad, eterno debate

Feminismo y feminidad, el eterno debate

Getty Images

Le digo que ya lo he hecho, y que mis amigas me instan a poner límites más claros, a expresar de forma asertiva mis necesidades, a exigirle que sea emocionalmente responsable conmigo. Beatrice dice: “Eso es horrible, qué cansancio. ¿Por qué estás obligada a convertir a la tristeza en fortaleza? La fortaleza debes enfocarla en ti, no en él. ¿Por qué hay que ser tan resistente, tan hercúlea?”. Beatrice a menudo se queja del feminismo y, sin embargo, da ejemplo de algo igualmente valioso: la feminidad. Es posible que Beatrice tenga razón, y que algunos discursos contemporáneos se equivoquen al tildar a ciertas conductas femeninas de antiguas, como callarse en vez de hablar, o fingir desinterés en vez de combatir con discursos. Quizás, en ese combate, colocamos al hombre en el centro de nuestros esfuerzos e intereses, en vez de a la mujer.

Beatrice me cuenta que, cuando se conocieron por primera vez, el que luego sería su marido –el escritor Gregor von Rezzori– se presentó en su galería de arte, donde ella trabajaba desde los veinticinco años: “Estaba sorprendidísimo de que yo estuviese ocupada, que tuviese mi propia vida”. Beatrice es hija del siglo veinte y yo del siglo veintiuno, pero se puede ser muy moderna desde la más estricta feminidad, y muy antigua desde un aparente feminismo: todo depende de los hechos, no de los discursos. 

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...