Desde la calle se ve discreta: una verja metálica que llega al pecho, el cubículo del garaje a la derecha, a la izquierda una pared de cristal translúcido que se curva lo justo para ocultar la puerta de entrada. Al cruzar la verja, se pasa por encima de cinco stolpersteine. Sus placas de latón recuerdan los nombres de los que aquí vivieron y fueron víctimas del nazismo. Corresponden al matrimonio de Fritz Tugendhat y Grete Löw-Beer y sus tres hijos. Los tres hijos de Grete, dos con Fritz y una hija de su matrimonio anterior.
Durante su primer matrimonio, Grete había vivido en Alemania y había estado en contacto con la vanguardia artística. De ahí que contactaran con Ludwig Mies van der Rohe, profesor de la escuela de arte Bauhaus y autor del audaz pabellón de Alemania en la Exposición Internacional de Barcelona. Buscaban a un arquitecto para la villa que se iban a construir en Brno, su ciudad natal, donde pensaban a instalarse. El lugar, un terreno en pendiente con vistas sobre el centro histórico. Cabe decir que Mies van der Rohe trabajaba codo con codo con su pareja, Lilly Reich, hasta el punto de que es imposible saber qué corresponde a cada cual en sus diseños.
Desde los armarios hasta los topes de las puertas están diseñados por Reich y Mies van der Rohe
Al hacer el encargo, Fritz Tugendhat alegó que quería las paredes limpias. Por lo que se refiere al presupuesto, el arquitecto podía disponer a su antojo. En junio de 1929 empezaba la construcción y, en diciembre de 1930, se podía entrar a vivir. El resultado, un edificio de tres pisos al que se entra por arriba.
La declaración de intenciones se evidencia ya en el vestíbulo, con el palisandro de la alta puerta de entrada, el travertino italiano que cubre el suelo, la luz que regala la pared de cristales translúcidos, la ausencia de ornamentos. Este primer piso alberga las habitaciones, una para cada miembro del matrimonio, la de los niños, la de la niña y la de la preceptora. Las habitaciones de la familia dan todas a la terraza que se abre sobre el jardín y la ciudad. Hay también dos baños con azulejos del suelo al techo y equipamiento completo. Desde los armarios hasta los topes de las puertas están diseñados por Reich y Mies van der Rohe. (No lo están los muebles de los niños, a la espera que crecieran para proveerlos de los definitivos.) Puertas y pasillos permiten circular por todos los espacios o salir al exterior.
Villa Tugendhat, una de las obras más preciadas de Mies van der Rohe
Pero donde el sentido del espacio rompe con lo establecido es en el piso de debajo. Allí, comedor, biblioteca, despacho, invernadero, interior y exterior, se mezclan en un único salón. Dos de sus paredes están cubiertas de cristal, ventanales que van del suelo al techo. Dos de los inmensos cristales que dan al jardín pueden esconderse, de manera que se diluye la frontera entre interior y exterior. Detrás de la otra pared de cristal hay un espacio con plantas, que se protege del exterior con otra pared de cristal.
El salón solo está dividido por la pantalla de ébano de Macasar que medio envuelve la mesa redonda del comedor y por las placas de ónice del Atlas marroquí que dan sombra a la biblioteca y a los espacios de trabajo, mientras que del otro lado permiten sentarse a disfrutar de las vistas. Al sol del atardecer invernal, los filones del ónice recogen la luz y se iluminan. En cualquier caso, ni el ónice ni la pantalla de Macasar impiden la circulación. Son más de doscientos metros cuadrados diáfanos, en los que el espacio cambia, muta, se siente y se regula según las horas, la estaciones y las necesidades.
Todavía hay más, con la cocina adjunta o el piso de debajo, en el que se esconden los aparatos que servirán aire frío o caliente según convenga. Allí también disponía Fritz de una habitación donde revelar sus fotografías y hasta había una fresquera en la que preservar los abrigos de pieles del calor de la canícula.
La Villa Tugendhat, sin duda, hizo realidad el sueño de un arquitecto vanguardista.
Al cabo de ocho años de vivir en ella, Fritz Tugendhat la dejaba para irse a Suiza, donde le esperaba el resto de la familia. Apenas tres meses más tarde la Alemania nazi pegaba un primer mordisco y ocupaba los Sudetes checos, y, en marzo de 1939, se tragaba lo que quedaba del país. Fritz ya no regresaría. Grete pudo hacerlo en noviembre de 1967, solo de visita.

