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Dubrovnik, el latido artístico del Adriático

Escapada

La antigua Ragusa deslumbra con sus murallas blancas y sus tejados de terracota pero su alma va más allá del decorado

La historia vibra en talleres artesanales, arte moderno y cocina creativa. Entre islas, coral, bordados de seda y vino malvasija, la perla del Adriático invita a saborear la vida ‘pomalo’ en las cercanas Cavtat y Konavle

La playa de Banje y, al fondo, la amurallada Dubrovnik

Mahala Nuuk

Hay ciudades que se prestan al exceso de adjetivos, y Dubrovnik, con su geografía teatral que se abraza al Adriático, es una de ellas. Sus murallas blancas bañadas por el mar, sus tejados de terracota, los ecos venecianos en sus plazas componen una bella postal. Pero mirar más allá del decorado es descubrir una ciudad que resiste la tentación del cliché y se reinventa a través de su llegado cultural.

La antigua Ragusa fue durante más de 500 años una república marítima independiente, diplomática y sofisticada. El comercio de la sal fue su principal riqueza, y su lema: “La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo”. Pero bien podría haber sido “ni amigos ni enemigos, sólo intereses”, en aquella nación neutral. Hoy, ese espíritu se transforma en una pulsión creativa que recorre no sólo Dubrovnik, sino también las poblaciones vecinas de Cavtat y Konavle.

El contraste entre historia y vida cotidiana en la parte antigua da sabor a la conocida como perla del Adriático

Mahala Nuuk

Ragusa comerciaba con sal, pero también con su preciado coral rojo, que fue moneda, ofrenda y símbolo de poder. Se intercambiaba por especias, oro o plata y viajaba en caravanas hacia Tíbet, Nepal o Mongolia. Con la llegada de los europeos a América, el coral viajó de nuevo y se sumó a las turquesas que trabajaban pueblos nativos, como los navajos. En la ciudad queda un taller que ha recuperado esa joyería milenaria, Clara Stones. Mientras, las filigranas de Marko Farac hacen viajar al siglo XIII, cuando esta joyería artesanal llegó a Dubrovnik. Hoy las trabaja combinando la herencia cultural con un enfoque moderno.

Artesanas preservan las joyas de coral y el bordado con seda para mantener vigente la cultura del Adriático

Esta alianza entre memoria, cultura y elegancia también la encarna Adriatic Luxury Hotels. Esta cadena colabora activamente con artistas y ateliers, promoviendo residencias creativas y manteniendo viva la identidad de Dubrovnik frente al turismo masivo. “Somos más que hostelería; somos embajadores de la ciudad”, afirman con orgullo. De entre todos sus hoteles, el Excelsior brilla como el emblema de Dubrovnik. Fundado en 1913 y renovado en el 2017, estuvo abierto incluso durante los duros años de guerra y ha alojado a reyes, artistas, políticos y amantes de lo bello. El hijo de Rod Stewart se casó aquí hace un año y en el restaurante Prora, con su techo de caña y sus arcos de piedra frente al mar, las pedidas de mano son tan habituales como la brisa marina.

El hotel Excelsor disfruta de vistas insuperables

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El Excelsior, que cuenta con la piscina cubierta más grande de la ciudad, tiene acceso directo a la playa Banje, una de las más fotografiadas de la costa dálmata. Enfrente las islas Elafitas y Lokrum, sede del icónico trono de hierro de Juego de tronos, maldecida por los benedictinos cuando los expulsaron, poblada hoy por los pavos reales descendientes de los que trajo el archiduque Maximiliano de Austria, un jardín botánico y su propio “mar muerto” donde flotar sin esfuerzo.

También en el barrio de Ploče está el Museo de Arte Moderno de Dubrovnik, que fue residencia del influyente armador Božo Banac, diseñada en 1932 y construida durante seis años con los grandes palacios de la ciudad como modelo. Su propietario apenas vivió en ella antes de huir a Nueva York por la Segunda Guerra Mundial. Hoy, este elegante edificio alberga más de 2.600 obras. Pero quizás lo más impactante no esté colgado de las paredes, sino a cielo abierto: desde su terraza se tienen vistas privilegiadas, entre esculturas de bronce y columnas con capiteles zodiacales.

Anja Mujić mantiene viva la tradición coralina en Dubrovnik

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A pocos pasos, los antiguos lazaretos, construidos en el siglo XVII como cuarentena para marineros, albergan hoy el Art Workshop Lazareti, un hervidero de ideas donde confluyen teatro, danza, multimedia e instalaciones. En verano, el Festival de Dubrovnik llena palacios y fortalezas de música clásica y dramaturgia contemporánea. En el Palacio del Rector, ahora museo y sede de conciertos, se conserva la inscripción que guiaba a los gobernadores: “Olvida lo privado, ocúpate de lo público”. El rector era elegido por solo 30 días, para que no tuviera tiempo de caer en corruptelas.

El puerto Viejo de Dubrovnik

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Veinte kilómetros al sur de Dubrovnik, Cavtat ofrece un puerto tranquilo que acoge la casa natal del pintor Vlaho Bukovac, escondida en una callecita perpendicular al paseo marítimo. A pocos pasos, el arte contemporáneo conecta con el programa SupetART, que transforma los salones del hotel Supetar, una casa señorial con 16 habitaciones, en una galería de arte por la que han pasado creadores como Romana Milutin Fabris, Miho Skvrce, Dubravka Tullio, Iris Lobaš Kukavičić o Tonko Smokvina. Allí expone estos días Klara Knego, que en sus lienzos descompone Dubrovnik en planos, líneas y texturas que invitan a mirar la ciudad como si fuera la primera vez. Sus obras, de un azul tan impactante como el del Adriático, oscilan entre la nostalgia y la matemática. “El azul es un color muy importante para mí. No solo por su presencia visual, sino por lo que representa: calma, profundidad, nostalgia”, explica. Dubrovnik inspira, “pero también desafía. A veces siento que debo reinventar mi visión para no caer en la repetición,” reconoce la artista.

Piscina del hotel Supetar, en el pueblo costero de Cavtat

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Si Dubrovnik es piedra y Cavtat es color, Konavle es textura. Este fértil valle que a finales del siglo XVIII se integró en la República de Dubrovnik guarda saberes que se resisten al olvido. Por siglos ha sido frontera entre Bosnia y Herzegovina y Montenegro. La división no solo fue geográfica, sino también cultural y social. Durante ese tiempo, la esclavitud existía en territorios otomanos, pero no en Dubrovnik, así que las comunidades evitaban relacionarse, esto preservó una cultura muy homogénea y las tradiciones, supersticiones, vestimenta y modos de vida se mantuvieron intactos durante siglos, al contrario que en otras regiones mediterráneas. De aquí son célebres los bordados en seda.

Antonia Ruskovic mantiene viva la tradición ancestral del bordado en seda de Konavle

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La palabra croata “pomalo” resume la filosofía dálmata: vivir sin prisa y con disfrute. En Dubrovnik, esta actitud se saborea en cada copa de vino malvasija, en los platos que sirven en Vapor (hotel Bellevue), considerado uno de los mejores restaurantes de Croacia; en un maridaje en Sensus o un tartar de ternera boškarin de Istria en el jardín del hotel Supetar. También degustando un pescado en el restaurante Arsenal, con vistas al Puerto Viejo, o en el 360º, que tiene una estrella Michelin y una terraza que se extiende sobre las murallas medievales y la fortaleza de San Juan. Un viaje con historia, costa y pausa.

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