“Acuérdate de Acapulco, de aquella noche, María Bonita, María del alma; acuérdate que en la playa, con tus manitas, las estrellitas las enjuagabas...”. Así comienza María Bonita, el célebre vals que el compositor Agustín Lara escribió de un tirón para su tormentoso amor, la divina María Félix, la Doña, celebrada como “la mujer más hermosa del mundo”. Con esas palabras, el Flaco de Oro capturó la esencia de la perla del Pacífico, una ciudad impregnada de pasión y nostalgia, suspendida entre el asombro de su bahía y los golpes sufridos por la violencia de la naturaleza y los hombres. México: la belleza y el terror.
Sergio Palacios, “de la Virgen de Guadalupe y del Cruz Azul”, es director de Promoción Internacional de la Secretaría de Turismo del Estado de Guerrero, un territorio evocador, complejo y ancestral, cuña de la mexicanidad. Acapulco (de Juárez) es uno de los vértices del Triángulo del Sol, junto con las apacibles playas de Ixtapa-Zihuatanejo, la ciudad de las mujeres hermosas, y la blanca y plateada Taxco de Alarcón, dos de los tres pueblos mágicos de Guerrero, siendo el tercero Ixcateopan, ciudad de mármol y descanso eterno del último emperador azteca.
En los cincuenta las aguas cristalinas y sus atardeceres espectaculares atraían a estrellas internacionales
Hoy Palacios está cerca de la jubilación, que planea disfrutar comiendo sus adorados jumiles, unas chinches de monte que aquí son un verdadero manjar, vivos o molidos en salsa. En su juventud, llenó 15.000 botellas con arena dorada de Acapulco y las vendió a los estadounidenses; con lo recaudado se compró una casa, aprovechando una época en la que la marca de la ciudad sonaba a champán y margaritas.
En los años cincuenta y sesenta, de hecho, Aca era un símbolo del glamour internacional. A solo 400 kilómetros de Ciudad de México, las aguas cristalinas que bañan las playas de Bonfil, Papagayo o Puerto Marqués y sus atardeceres espectaculares atraían a estrellas como Elizabeth Taylor, Rita Hayworth o Elvis Presley. Políticos y celebridades como JFK y Marilyn Monroe encontraban allí su refugio romántico.

Playa de Bonfill está muy cerca de la ciudad de Acapulco
En esos años de oro, a lo largo de la avenida Costera Miguel Alemán, dedicada al presidente que apostó por el desarrollo turístico del hasta entonces somnoliento puerto, conocido sobre todo por el tornaviaje del galeón de Manila, surgieron hoteles lujosos como el Pierre, Las Brisas o el Princess, y lugares como el Baby’O, la discoteca “donde ves y te ven”. Allí, las mayores estrellas del siglo pasado, desde Luis Miguel, que sigue siendo un fijo del local, hasta Michael Jordan, Bono o Sylvester Stallone, constataron personalmente que “el Pacífico no tiene memoria”. Sin embargo, se dice que, por precaución, Jordan pidió las grabaciones de seguridad de su noche de fiesta para evitar que fueran usadas en su contra durante su juicio de divorcio.
Sea como fuere, el agua y el mar sí tienen memoria y buscan sus espacios. Durante la madrugada del 25 de octubre de 2023, Otis tocó tierra en Acapulco con vientos sostenidos de 265 kilómetros por hora, pasando de tormenta tropical a huracán categoría 5 en apenas 21 horas. Murieron más de cincuenta personas, se destruyeron numerosas infraestructuras urbanas y aproximadamente el 80 % de los hoteles cerraron. “En todo Acapulco, no hay un solo poste eléctrico en pie”, dijo el entonces presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador.

Antiguos taxis en las estrechas calles de Taxco, Guerrero, México
Hoy el frente marítimo sigue salpicado de varios esqueletos del lujo, sobre todo porque, un año después, el 24 de septiembre de 2024, fue el turno de John, un huracán categoría 3, menos violento que Otis, pero quizá más destructivo al impactar sobre una ciudad aún convaleciente. Si en 2023 fue el viento, en 2024 la violencia llegó con el agua, de una forma muy similar a lo ocurrido un mes después en Valeècia. Estas heridas agravaron una situación económica delicada, tras años en los que Cancún había desviado muchos flujos turísticos hacia el Caribe. En 2013, el puerto de Acapulco, que en su momento recibía más de 140 cruceros al año, se redujo a solo 13.
Estos golpes habrían abatido incluso a la ciudad más resiliente, pero Acapulco es especial y está acostumbrada a renacer. Si en náhuatl su nombre significa “el lugar donde el viento destruyó los carrizales”, su espíritu indómito brilla en los ojos de los clavadistas, los jóvenes que desde hace 90 años, cada día se lanzan al mar desde los 35 metros de La Quebrada, tras encomendarse a la Virgen de Guadalupe y esperar a la ola capaz de protegerlos del impacto contra las rocas. “El miedo nunca se pierde; se aprende a convivir con él, y nos ayuda a mejorar”, asegura Javier, de 32 años, clavadista desde los 15.

Los clavadistas de la Quebrada saltan al Pacífi co desde más de 30 metros
Después de los huracanes y los años más oscuros marcados por la criminalidad, que puso en jaque la vocación turística de Acapulco, la ciudad ha encontrado una nueva fuerza gracias al compromiso de empresarios y figuras emblemáticas que están reconstruyendo su atractivo. La Riviera Diamante, en particular, es el microdestino que lidera el renacimiento acapulqueño, combinando tradición e innovación a lo largo de 40 kilómetros de costa que conectan Brisas con Barra Vieja. Es el último desarrollo urbanístico tras Acapulco Tradicional y Acapulco Dorado, impulsado principalmente por el grupo Mundo Imperial del empresario mexicano Juan Antonio Hernández.
Tras las catástrofes, todo el personal del grupo fue reconvertido a la carpintería, logrando así reconstruir los establecimientos en tiempo récord. Con la reapertura del legendario Hotel Princess y la Arena GNP Seguros, sede de eventos como el ATP 500 de tenis y conciertos internacionales, el CEO de Mundo Imperial, el iraní Seyed Rezvani, lidera un movimiento que busca devolver a Acapulco su lugar en el turismo global, recuperando el antiguo glamour que aún se respira, por ejemplo, en el hotel Pierre, construido en 1957 por el magnate Jean Paul Getty como retiro personal y transformado en uno de los destinos más codiciados por el jet set internacional.
“Cancún es solo un cementerio de edificios; esto es México”, sentencia Rezvani, quien lleva casi treinta años viviendo en México y que, como muchos otros, perdió casi todos sus recuerdos más queridos cuando el agua impulsada por John le inundó la casa. El empresario asegura: “Hemos aprendido la lección y ahora sabemos cómo construir para enfrentar los eventos naturales”. De hecho, Mundo Imperial planea seguir invirtiendo en esta parte de la ciudad, aprovechando la cercanía con el aeropuerto: “No solo hoteles y centros de convenciones, sino también residencias de ancianos o clínicas de bienestar y estética. Todo con refugios de emergencia y comunicación satelital”, explica el CEO.
En un país donde todos, siempre, hablan de comida, la gastronomía es otro pilar de la reconstrucción: desde el pescado a la talla en los encantadores restaurantes en playa Bonfil o los tradicionales jueves pozoleros, hasta la alta cocina de Susana Palazuelos, chef y empresaria de 80 años, quien ha deleitado el paladar de la reina Isabel II de Inglaterra.

Su belleza natural y sus hoteles convirtieron Acapulco en un gran centro turístico
Tras el paso de Otis, apoyó a la comunidad con cocinas de emergencia, y sus restaurantes, como Zibu, en plena carretera escénica, celebran el antiguo encuentro entre las tradiciones culinarias mexicanas y asiáticas, atrayendo visitantes de todo el mundo. “Lo que sucedió es una gran lección de la naturaleza: este es un paraíso, todos lo amamos y hay que cuidarlo. En Acapulco no se vive, se revive, y el mar está más hermoso que nunca”, suspira la chef.