Tendemos a pensar que es muy moderno convocar a artistas urbanos para que cubran con sus colores e imaginación los muros de nuestras ciudades. Y sobre todo que es algo muy propio de la cultura occidental. Pero nada de eso. Distintos lugares del mundo, da igual su latitud o su credo, lo practican desde hace décadas. Un ejemplo de ello no está muy lejos de aquí. Se trata de la ciudad de Arcila, al norte de Marruecos y situada a menos de 50 kilómetros de Tánger.
En 1978, Arcila celebró su primer Festival Cultural Internacional ideado por el pintor local Mohamed Melehi y con el amparo del alcalde del momento, Mohamed Benaïssa, que además ocupó los cargos de ministro marroquí de Cultura y de Asuntos Exteriores. Por entonces era difícil presagiar que decenas y decenas de creadores iban a ilustrar sus muros año tras año renovando la estética de esta población marinera al mismo tiempo que se transformaba por completo la economía local.

Una calle de la medina de Arcila con un mural artístico
Arcila, o Asilah en la transcripción fonética del árabe, tradicionalmente había sobrevivido de la actividad pesquera en las aguas del vecino océano Atlántico, sin embargo, hoy vive del turismo gracias al extraordinario aspecto de la ciudad. De hecho, a la medina de Arcila se la considera la más limpia, mejor conservada y de las más bellas de todo el país. Algo que sin duda es la gran herencia que han dejado casi 50 años de festivales artísticos.
Los vecinos se afanaron desde la primera edición en reparar y encalar algunos muros de la antigua medina para que los artistas venidos de fuera pudieran plasmar su arte. Y les debió gustar el resultado ya que empezaron a repetir el proceso cada verano.
La medina de Arcila se considera la más limpia, mejor conservada y de las más bellas de todo el país
No solo eso, en cada certamen se adecentaban más muros. Hasta que no se conformaron con levantar lienzos en blanco para los pintores y pasaron a reconstruir las casas antiguas para convertirlas en tiendas, bares o riads donde alojar a un número creciente de visitantes. De hecho, muchos de ellos eran los mismos artistas que decidían quedarse una temporada para inspirarse en este plácido rincón costero.
El flujo artístico era constante y con un carácter cada vez más internacional, pero con un concepto de temporalidad de lo más sugerente. Aquí no se busca la permanencia y pasar a la posteridad. Se trata de un arte efímero. No hay problema en que cada verano las obras realizadas el agosto pasado se encalen y otro pintor las sepulte con su nuevo mural. Eso sí, sabiendo que, dentro de unos meses, su creación también desaparecerá.

La conocida como puerta del Arte es uno de los iconos de la medina de Arcila
Son pinturas expuestas a un ciclo de vida. Nacen y mueren en un tiempo determinado. Pero entre ambos momentos hacen brillar esta pequeña ciudad y le dan un aspecto cambiante. Por muchas veces que se visite, siempre es diferente y guarda sorpresas en su laberíntica medina protegida por el océano y con unas murallas con siglos de historia. Porque, aunque el turismo parece haber descubierto Arcila de manera reciente, el hecho es que se trata de un lugar con un dilatado, espectacular y hasta turbulento pasado dada su ubicación cercana al estratégico estrecho de Gibraltar.
El enclave lo conocieron fenicios, los cartagineses y también los romanos. Y en los inicios de la convulsa edad media, cuando se llamó Zilil, llegó a ser un emirato independiente que acabó controlando la dinastía Omeya y también los almorávides.
No obstante, terminando el siglo XV ocurrió un hecho trascendental. Atracaron aquí las naves portuguesas ávidas de dominio en ultramar. Así que los lusos no dudaron en conquistarla y por orden del rey Alfonso V se alzó la muralla que rodea la medina y que es admirable vista desde la playa.
Esas murallas en realidad no impidieron posteriores conquistas y reconquistas, pero sí que han servido para conservar una medina fascinante a la que aún hoy sólo se puede acceder por tres puertas. Son la Bab Homar o puerta de la Tierra, la Bab Al-Bahar o puerta del Mar y la Bab Kasbah, ideal para sumergirse en este caótico callejero que de alguna forma invita a una ensoñación oriental.

Murallas originadas en el siglo XV durante la conquista portuguesa
La bienvenida no puede ser más apropiada. Al poco de acceder se descubre la gran mezquita de Arcila que remonta sus orígenes al siglo XV. Aquí, a diferencia de lo que aguarda en las plazas y callejas de la medina, domina de manera rotunda el color blanco en su larga fachada solo animada por toques verdes en puerta y ventajas, además de por un estilizado minarete para llamar a oración a los fieles.
Tras pasar ante la mezquita se llega a la plaza Ibn Khaldun y la rotunda torre Al-Kamra que habla del carácter belicoso que tuvo ese lugar antaño. Algo que ahora ha desaparecido por completo, ya que a partir de este punto solo esperan unas agradables callejas por la que lo mejor es perderse y dejarse llevar por el capricho conforme se atisban colores y reclamos.
Tal vez sea un conjunto de murales de tonos estridentes sorprendentemente mimetizados con la arquitectura típica. Quizás sea un callejón solitario en el que contrasta el azul añil sobre el blanco de la cal. O puede que llame la atención un pasaje sobre las propias murallas que invita a contempla el mar y la atractiva playa de Lalla Rahma desde las almenas, que ahora decoran más que defienden.
Ese mismo tramo sobre las murallas conduce al recuperado palacio de Raissouni. En la actualidad está transformado en centro cultural, pero posee una historia de lo más truculenta. Aquí residió un gobernador local que ejecutaba a sus presos lanzándolos al vacío desde la terraza de palacio y también sirvió como refugio para botines piratas.

Edificio cubierto por alfombras en venta en Arcila
Un poco más allá de palacio está el mausoleo de Sidi Ahmed El Mansur. Está integrado en una coqueta mezquita, cuya cúpula atrae las miradas al estar situada sobre al oleaje del océano y junto a un íntimo cementerio muyaidín que conserva viejas tumbas protegidas por esmaltes y cerámicas. En realidad, por toda la medina a hay diversas mezquitas, la gran mayoría muy humildes. A su puerta se suelen ver personas que se descalzan y en actitud devota entran a orar. Por cierto, solo se puede entrar a eso, ya que los infieles no deben acceder a su interior.
Aunque no acaban aquí los atractivos del paseo por Arcila. En cualquier medina marroquí hay que irse de compras y aquí también. Abundan las tiendas de textiles y artesanías varias como los trabajos en cuero o la joyería. Pero es evidente que de todos estos negocios, los más vistosos son los que se dedican a la venta de alfombras, que no dudan en aprovechar fachadas enteras para exponer sus mercancías y de paso aportar su propia gama de color a uno de los lugares más vistosos y luminosos que se pueden visitar en Marruecos.
No perderse...
La Ville Nouvelle
La gran mayoría de visitantes de Arcila llegan desde Tánger haciendo una excursión de un día. Pero es una lástima ir con prisas y no poder disfrutar con calma de la medina, de las playas e incluso del ambiente de la Ville Nouvelle o ciudad nueva. A ella se accede desde la puerta Bab Homar que se adentra directamente en el zoco. Desde ahí también se alcanza la avenida Hassan II repleta de restaurantes donde nunca falta el pescado fresco.
Y no muy lejos, está la iglesia católica de San Bartolomé que recuerda la presencia hispana en Arcila tanto en el siglo XVI durante un corto periodo de tiempo como a inicios del XX cuando formó parte del protectorado español desde 1912 hasta la definitiva independencia de Marruecos en 1956.