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Chenonceau, el castillo de las damas con los mejores jardines de Francia

Con historia

La construcción es el mejor jardín de Francia, fue amado, administrado y protegido por mujeres, entre ellas Catalina de Médici y su gran rival, Diana de Poitiers, amante de Enrique II

Chenonceau programa paseos en canoa, catas bajo las estrellas y exclusivas ‘masterclasses’ con Jean-François Boucher, escenógrafo floral del palacio reconocido como el mejor artesano de Francia.

@carma.casula

Cuando la corte francesa era itinerante y danzaba de palacio en palacio, los reyes eligieron el valle del Loira como lugar de recreo, lejos de la conflictiva París. Clima más saludable, tranquilidad y mejor calidad de vida para organizar fiestas locas y criar a sus hijos. Y sigue así el llamado “jardín de Francia”, reconocido patrimonio mundial por la Unesco por su alto valor cultural y paisajístico. Concentra castillos y mansiones entre campiñas y bosques a la ribera de su río más largo y salvaje.

Un frondoso corredor arbóreo lleva hasta Chenonceau, levantado sobre el caudaloso río Cher, afluente del Loira, e indisolublemente ligado a las mujeres extraordinarias que lo amaron y dejaron en él su impronta. Es el “castillo de las damas” un referente de elegancia y refinamiento renacentista y del turismo cultural y enológico francés. 

Es el “castillo de las damas” un referente de elegancia y refinamiento renacentista y del turismo cultural y enológico francés

La saga en femenino parte desde su construcción, cuando Thomas Bohier, ministro de finanzas de la corte, la delega en su esposa, Catherine Briçonnet. Pero los fraudes de Bohier llegaron al rey Francisco I, que requisó la propiedad.

El auge se debe a dos mujeres con una estrecha y compleja relación en un matrimonio a tres. Catalina de Médici (1519-1589), reina de Francia, madre de tres reyes y dos reinas, suegra de Felipe II de España y la mujer más poderosa de la Europa del siglo XVI. Su tío el papa Clemente VII acordó con Francisco I de Francia que se casara con el hijo de este, Enrique II. Ambos tenían 14 años, pero el joven estaba fascinado con Diana de Poitiers (1500-1566), noble dama de gran belleza y tutora 20 años mayor que él, que no tardó en pasar a mayores como amante oficial, con gran poder en la corte. La florentina, relegada y rechazada por plebeya hija de mercaderes, extranjera y no agraciada, no dudó en ser la pionera en alzarse con tacones para estar a la altura de su rival, más cuando su posición peligraba tras una década sin engendrar descendencia, una historia que se explica en la serie televisiva La reina serpiente.

Jardín interior en el palacio creado con tapices y bouquets de Jean-François Boucher

@carma.casula

Entre esposa y amante había cierto pacto tácito de cordialidad. A ambas, inteligentes, cultas y sibilinas, les interesaba la permanencia mutua cuando menos para no empeorar su situación: una, para frenar el divorcio, la otra, para no ser desplazada por una nueva esposa. Todo cambió cuando el médico de Diana se puso entremedias, literalmente, y aconsejó a los reales cambiar de postura... y la maquinaria se puso en funcionamiento: 10 hijos en 12 años.

Con Enrique rey, crecieron las atenciones y los regalos a Diana, como el castillo de Chenonceau. Ella lo remodeló y añadió el gran jardín que lleva su nombre y donde, con visión financiera, hizo un huerto con árboles frutales y verduras entremezclados con flores y moreras para criar gusanos de seda y vender su género. También construyó un puente sobre el río para abrir nuevos jardines y acceder al bosque.

Retrato de Diana de Poitiers que preside la Sala del Consejo del Chateau Chaumont Sur Loire

Carma Casulà

Con la muerte accidental del rey en los festejos nupciales de su hija Isabel de Valois con Felipe II de España, llega el momento de Catalina. Toma las riendas del poder y ­desaloja a la otra de Chenonceau, que también debe entregar sus joyas. En compensación, le ofrecen el castillo de Chaumont.

El palacio se queda pequeño como residencia real por sus dimensiones contenidas. Así, sobre el puente de Diana se levanta la luminosa y diáfana galería Médici de dos plantas, una modernidad traída de Italia llena de ventanales que dejan entrar la luz y el paisaje. Será el lugar de las fiestas y los bailes de corte, tan propicios para encuentros y estrategias políticas.

Su sencillez contrasta con las abigarradas estancias repletas de cuadros de maestros como Rubens, Murillo o Poussin, y tapices de Flandes, tan necesarios para combatir el frío y la humedad de una edificación sobre el agua. Sus famosos y ­delicados arreglos florales aportan un ambiente relajante. Luisa de Lorena, sumida en el luto por su amado esposo, el rey Enrique III, pone punto final a la historia real del lugar.

Panorámica del Chateau de Villandry y la Potagerie, o huerto agrícola de sus jardines donde se entremezclan la fragancia de las flores con los aromas a frutales y a verduras 

@carma.casula

Un legado salvado de la Revolución por Louise Dupin, otra gran propietaria que le devolvió brillo como foco cultural invitando a Montesquieu, Voltaire o Rousseau. Cierra la saga Simone Menier, que animó a su familia de magnates chocolateros a instalar un hospital militar en las galerías Médici durante la Primera Guerra Mundial.

Hoy el castillo sigue siendo un conjunto arquitectónico con jardines y viñedos rodeados del mayor bosque privado del país. Entre ellos, el jardín Russell Page o la galería Des Dômes, con la botica y el gabinete de curiosidades y, debajo, la bodega donde catar sus vinos DOC Tou­rai­ne-Chenonceaux, solo a la venta en su dominio, dada la pequeña producción.

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También se cumplen 15 años del reconocimiento de la gastronomía francesa como patrimonio cultural inmaterial. Al arte del buen comer, Catalina aportó recetas e ingredientes como la alcachofa o el hojaldre y refinamientos como el uso del tenedor. Un invento de Leonardo Da Vinci, que vivió en la cercana Amboise sus últimos años, invitado por Francisco I.