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El Hierro: miradores, acantilados volcánicos y árboles que lloran en la isla de los paisajes indómitos

Escapada

Abrupta y accidentada, la más remota del archipiélago canario esconde en su minúsculo territorio toda una variedad de paisajes de conmovedora belleza, pero sin el asedio turístico de sus islas hermanas

El Roque de la Bonanza en la bahía de Las Playas

unaihuiziphotography

Acantilados volcánicos, arenales perdidos entre coladas de lava, diminutas calas de arena negra, bosques prehistóricos de laurisilva, coronas rocosas sobre el Atlántico… La naturaleza se empleó a fondo con la más joven, pequeña y occidental de las Canarias. En apenas 30 kilómetros, El Hierro despliega tal biodiversidad a lo largo de su arrugada orografía que el paisaje, sin exageración, resulta cambiante a cada paso. Aquí el tan recurrente título de continente en miniatura toma una fuerza inusitada.

Los paisajes de El Hierro son sobrecogedores

Noelia Ferreiro

Dibujada como una suerte de triángulo irregular, El Hierro conforma el punto más alejado de la Península, de la que se aparta mirando a la inmensidad del Atlántico camino de América. Esta posición no solo le ha valido una sentencia al aislamiento muchas veces difícil de gestionar, sino que también ha forjado el carácter de esta isla declarada por la Unesco geoparque mundial. Un carácter salvaje, retraído, silencioso, que precisamente le salva del acecho turístico que sufren sus hermanas de archipiélago.

Rozando el cielo

Con más de 500 conos visibles y unos 300 sepultados (la mayor densidad volcánica de las Canarias) se trata de una isla reciente en términos geológicos, cuya juventud se refleja en ciertos arrebatos que, cada tanto, deja traslucir. Aún en la memoria está aquella erupción submarina de 2011 que dio origen al volcán Tagoro en el fondo del mar y, con él, a un ecosistema único que es objeto de estudios científicos. 

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Fruto también de su actividad telúrica es una de las peculiaridades que atesora esta isla: los lajiales o campos de lava. Unas extraordinarias extensiones de coladas volcánicas que alumbran un paisaje de formas sorprendentes.

Para apreciarlas en toda su magnitud, y también para entender la configuración de este territorio ribeteado de imponentes acantilados y con anfiteatros abiertos al océano, nada como divisarlo a vista de pájaro. Y es que El Hierro cuenta con una red de estratégicos miradores, desde los que se vierten vistas sobrecogedoras.

El mirador de La Peña, sobre el valle de El Golfo, lleva la rúbrica de César Manrique

Flavio Vallenari

Destaca el de Isora, por encima de la bahía de Las Playas, que permite divisar al majestuoso Roque de la Bonanza. O el del Lomo Negro, sobre el volcán del mismo nombre, bajo el que se extiende un manto cromático de roques amarillos y verdosos. O el de Malpaso, el más elevado, con 1500 metros de altitud, que en los días claros deja asomar, muy al fondo, el perfil de la isla de La Palma.

Pero ninguno como el mirador de la Peña, que lleva la rúbrica del gran artista lanzaroteño César Manrique. Un privilegiado balcón que se alza sobre el valle de El Golfo con un elegante restaurante en las alturas, esculpido sobre el risco de Tibataje. 

A los pies se extiende soberbia la costa recortada, a la que llegan las plantaciones de plátanos y piña tropical. En el edificio se abre impoluto un salón blanco, con inmensos ventanales, columnas volcánicas y frondosos jardines. En conjunto es una explosión de belleza al borde del abismo, con el Atlántico oscuro y bravo en el horizonte.

La magia de los árboles

Visitar El Hierro pasa por descubrir, uno a uno, sus iconos naturales. Desde la reserva marina del Mar de las Calmas hasta los impresionantes grabados rupestres de El Julán efectuados por los bimbaches (aborígenes de la isla), pasando por las piscinas naturales como Charco Manso, Charco Azul y La Maceta, con aguas cristalinas de distintas profundidades que refulgen en contraste con la roca negra.

El Garoe se encuentra resguardado por una pared de piedra volcánica en un rincón del Centro de Interpretación del agua

MARIUSZ PRUSACZYK

Pero los dos más simbólicos, curiosamente, tienen a los árboles como protagonistas, en una isla que pasa de los áridos paisajes volcánicos a las explosiones de verdor que propicia la laurisilva. El primero es el Sabinar, un punto de visita obligada para deambular entre las dramáticas formas que exhiben las sabinas centenarias gracias al azote del viento. Inclinadas y retorcidas, se han convertido en un emblema. Hay quien ve en ellas una obra maestra de la naturaleza… y hay quien ve una metáfora de la lucha de los antiguos pobladores contra las adversidades de El Hierro.

Más allá de este bosque, emplazado en el extremo oeste, hay otro árbol sagrado que hasta cuenta con su propio centro de interpretación. Se trata del Garoé, el tilo al que los indígenas veneraban por su milagrosa capacidad para generar agua. Un asunto que traía de cabeza a los conquistadores, obsesionados con la búsqueda del líquido elemento que tanto escaseaba en la isla. 

Con más de 500 conos visibles y unos 300 sepultados, se trata de una isla reciente en términos geológicos

Con el tiempo (y más allá de la leyenda de la joven bimbache que desveló el secreto por amor), se supo que la presencia del agua se debe, en verdad, a un fenómeno meteorológico: la lluvia horizontal. Hoy, muchos siglos después, el árbol que llora (en realidad no es el original puesto que fue destruido por un huracán en 1610) sigue destilando agua fresca bajo el peso de la bruma.

Comer y dormir a lo herreño

Tan ligado a las raíces como el Garoé está el restaurante 8Aborigen, comandado por el chef Marcos Tavío, quien desgrana la historia de la gastronomía canaria a través de la arqueología. Lo suyo es una cocina erudita en la que la experiencia trasciende los límites culinarios para hablar también de origen e identidad. Con un menú degustación de doce platos, esta propuesta sin igual en todo el archipiélago es una exaltación de la canariedad en la mesa, donde no faltan plantas halófilas, lapas, viejas, burgados, cabras, higos o cochinos negros.

El restaurante 8Aborigen de Marcos Tavío es un canto a la historia y la tradición canarias

Noelia Ferreiro

Y para dormir sin perder la esencia de la isla, el lugar es La Rayuela, un hotel boutique de estilo colonial que recoge a su vez elementos de César Manrique en una bonita apuesta por la arquitectura identitaria del archipiélago. En esta casa orientada hacia el mar y la montaña, y con una parcela gigantesca en la que crecen los icónicos dragos, los alisios limpian el aire y el paisaje enmarca un maravilloso desayuno con producto ecológico y local. Como en la famosa novela de Cortázar, aquí se rompe la estructura lineal para dinamitar el tiempo y el espacio. Y para que cada cual cree su propia historia en la remota isla de El Hierro.