Se vio acorralado sin que nadie lo persiguiera. Bastó un movimiento mínimo de las ovejas para que Atlas, un pastor alemán, diera media vuelta y optara por escapar del rebaño. En lugar de lanzarse a guiarlas como se espera de su raza, prefirió mantener distancia y comprobar con recelo qué acababa de ocurrir. El resultado fue una imagen que se aleja por completo de la típica estampa de un perro de pastoreo en acción.
No lo puede demostrar
Atlas muestra fortaleza y talento pero se echa atrás
Atlas reúne todas las características de un animal criado para ese trabajo: tamaño imponente, fuerza y una inteligencia que suele facilitar la tarea. Sin embargo, al enfrentarse a la primera oportunidad real de demostrarlo, se desentendió como si no fuera con él. La reacción se pareció más a la de alguien que empieza en un empleo y, al descubrir lo que implica, se repliega sin dudarlo.
El gesto fue tan claro que quienes lo observaron lo interpretaron como un rechazo frontal a la idea de guiar ganado. La reacción del perro se puede resumir en la frase que su dueña compartió al verlo: “Es seguro decir que nunca se le dará bien”. En ese instante, Atlas pasó de candidato ideal para las ovejas a perro doméstico convencido.
La forma en la que miró hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que aquello había ocurrido de verdad, reforzó la impresión de que no tenía intención de repetirlo. El impulso instintivo de huida se impuso, y lo que debía ser una demostración de habilidad terminó en retirada. La supuesta vocación de pastor quedó en entredicho con un gesto que habla por sí solo.
Lejos de parecer un fallo aislado, la actitud de Atlas encajó perfectamente con la de un perro hecho para otra vida. Su lugar parecía estar en un sofá, descansando, o quizá reclamando su premio desde la cocina. En vez de acumular méritos como perro de trabajo, se ganó la simpatía de quienes lo ven como un experto en relajarse y en escoger la comodidad por encima de cualquier otra tarea.
La paradoja es que, al final, no fue el rebaño quien necesitó guía, sino el propio Atlas, que eligió trazar un camino muy distinto al que estaba escrito para él. Y con esa decisión dejó claro que, si de oficios se trata, lo suyo pasa más por la nevera que por el campo.