El macaco, uno de los primates más extendidos del mundo, fascina por su sociabilidad y complejidad emocional. De cuerpo robusto y pelaje que varía entre el color marrón, gris y negro, sus patas y brazos de la misma longitud le permiten desplazarse cómodamente en tierra donde pasa la mayor parte del tiempo, pero también trepar a los árboles en busca de tranquilidad, refugio o dar rienda suelta al sueño de casi diecisiete horas al día. Habita desde los bosques tropicales de Asia hasta las regiones más áridas de Pakistán y Afganistán o las zonas templadas de Japón, China, Marruecos y Nepal. Algunos incluso viven en pueblos y ciudades.
Existen 23 especies de macacos, pero ya sea el macaco de cola de cerdo, el de Berbería, el tibetano, el japonés, el rhesus o el de mejillas blancas, lo que más destaca es su rostro, que parece estar diseñado para expresar emociones. Es fácil que el primate frugívoro transmita curiosidad, miedo, sumisión, alegría, reconciliación, desafío, placer o que, con sus pícaros ojos, nos muestre que está en pleno juego o que pretende cortejar a una dama.

El macaco, uno de los primates más extendidos del mundo, fascina por su sociabilidad y complejidad emocional
Estas criaturas inteligentes y emotivas viven en grupos de veinte a cincuenta individuos rígidamente jerarquizados. Heredan su posición social de sus padres, pero esta puede cambiar si uno hace méritos para ganarse la confianza y el respeto del jefe del clan.
La sociabilidad del macaco desempeña un papel crucial para su supervivencia, ya que no solo garantiza el acceso a recursos, sino que también refuerza los vínculos afectivos. Cada individuo cumple un papel que beneficia a la comunidad: las hembras suelen encargarse de cuidar a las crías, mientras que los machos protegen al grupo frente a las amenazas externas. Colaboración y estatus contribuyen a un equilibrio que mantiene unida la comunidad.

Estas criaturas inteligentes y emotivas viven en grupos de veinte a cincuenta individuos rígidamente jerarquizados
Entre estos vínculos, destaca la compasión. Estudios sobre su comportamiento han revelado que los macacos reconfortan a otros miembros en momentos de estrés o dolor. Cuando uno sufre rechazo o resulta herido, no es raro que otros lo acicalen o permanezcan junto a él en un claro gesto de apoyo.
Frans de Waal, primatólogo neerlandés, documentó este comportamiento compasivo como una expresión de altruismo primario. Se trata de una respuesta emocional compleja, más que de un instinto. Eso refuerza la cohesión del grupo, aumenta sus posibilidades de supervivencia, genera reciprocidad y confianza entre ellos. El macaco no solo ofrece consuelo a través del contacto físico como abrazos o caricias, sino que también emite sonidos y se comunica a través de miradas cargadas de significado.
La filósofa francesa de origen judío, mística y activista política Simone Weil (1909-1943), entendía la compasión como una respuesta inevitable ante el sufrimiento del otro. Comprometida con los más vulnerables —los pobres, los obreros y los marginados—, Weil convirtió su propia vida en un acto de solidaridad. Falleció exhausta a los 34 años debido a la tuberculosis, agravada porque decidió limitar su alimentación a las raciones que recibían sus compatriotas en el frente durante la Segunda Guerra Mundial.

La filósofa francesa de origen judío, mística y activista política Simone Weil (1909-1943)
De formación bíblica autodidacta, Weil encontró en los salmos y en los libros sapienciales del Antiguo Testamento una fuente de inspiración que le infundió fe, esperanza y caridad. Sus enseñanzas le guiaron en su compromiso hacia quienes tanto defendía.
Reticente a abrazar el catolicismo, la filósofa reflexionó sobre el sufrimiento humano y definió la compasión como una forma de amor puro y desinteresado en el que uno se despoja del ego para volcarse plenamente en el otro. En este sentido, la compasión requiere atención, un concepto central en su pensamiento. Weil afirmaba que la atención pura nos permite ver al otro en su verdad más absoluta. Como ella misma expresó: “La atención es la forma más rara y más pura de generosidad”.
Para ella, compadecerse es descender al nivel del que sufre, compartir su carga y, si es posible, aliviarla. La compasión transforma al ser humano.
Desde su propia experiencia del sufrimiento, Simone Weil entendió el sentido de la cruz como símbolo de amor.

Entre sus obras, cabe destacar Vigías del abismo. Experiencia mística y pensamiento contemporáneo, El reencantamiento espiritual posmoderno, La mística de la palabra, Misterio y transparencia, Interioridad y espiritualidad o Búsqueda
Hoy tengo el honor de entrevistar a Josep Otón, doctor por la Universitat de Barcelona con una tesis sobre la filosofía de la historia de Simone Weil. Es catedrático de enseñanza secundaria, docente en el Institut Superior de Ciències Religioses de Barcelona y autor de una veintena de libros dedicados a reflexionar sobre los puntos de encuentro entre la experiencia espiritual y el pensamiento contemporáneo. De ahí su interés por esta filósofa francesa cuyo pensamiento sintetiza en el libro Simone Weil: El silencio de Dios.
Rosa: Josep, ¿crees que la compasión del macaco puede considerarse un antecedente de la compasión humana?
Josep: No soy especialista en etología y, por tanto, me resulta difícil responder a esta pregunta. Sin embargo, supongo que considerar que se trata de un “antecedente” puede dar a entender que la evolución es un proceso que desemboca en el ser humano y no creo que los científicos de este ámbito estuvieran muy de acuerdo.
Por otro lado, Weil valoraba la naturaleza desde la perspectiva del “cosmos” griego y seguramente encontraría una enseñanza implícita en este comportamiento animal. Lo cual no es ajeno al propio cristianismo. En los evangelios se pone como ejemplo a “las aves del cielo y a los lirios del campo”.
Rosa: ¿El pensamiento de Simone Weil es tan complejo como su vida?
Josep: El pensamiento de Weil es complejo porque su personalidad era compleja. Además, no llegó a publicar ningún libro en vida. Solo nos han llegado cartas, diarios, artículos breves, notas, borradores… Su obra es muy amplia, pero a la vez fragmentaria, diversa y dispersa. Murió con tan solo 34 años. Esta muerte tan prematura no le permitió estructurar y sistematizar su pensamiento a través de una obra de madurez. Aun así, sus escritos rezuman una gran lucidez que aúna una gran sensibilidad con una inteligencia extraordinaria.
Muchas veces sus textos son auténticos laboratorios de ideas. Parte de la realidad la analiza, la cuestiona e intenta aportar puntos de vista que puedan revertir las situaciones de injusticia o de sufrimiento.
Rosa: Centrándonos en la compasión, Simone Weil consideraba que este sentimiento implica renunciar al ego para entregarse al otro. ¿Cómo cuadra este acto de renuncia en la sociedad actual que exalta la identidad individual?
Josep: En nuestra sociedad la compasión puede estar mal vista porque es asumida desde una perspectiva condescendiente que degrada a las personas vulnerables. La caridad, la beneficencia, la labor asistencial, la limosna pueden ser entendidas como una expresión de cierta magnanimidad, de cierto sentimiento de superioridad que humilla aún más al humillado y enaltece al benefactor.
Weil es muy crítica con esta actitud. Ella procura partir de la empatía, de hacer el esfuerzo por entender el sufrimiento del otro. Dice que escuchar es ponerse en el lugar del otro mientras habla. Pero, además, la situación de penuria o de riqueza es circunstancial, depende en muchos casos del azar. Por eso ella suele utilizar el término “desdicha” (le malheur). En su pensamiento, el amor compasivo se identifica con la justicia, no es una simple virtud filantrópica.
Rosa: La filósofa, mujer apasionante y apasionada como tú la defines, conoce el cristianismo y busca a Dios. ¿Cuándo y cómo descubre a ese Dios próximo a los débiles, a los que ella defendió y se entregó?
Josep: Su primer encuentro con el catolicismo fue en una procesión en un pueblo de pescadores de Portugal. Le impresionaron los cantos. Allí entendió que Jesús murió como un esclavo y, por tanto, el cristianismo era la religión de los esclavos. En el siglo XX los esclavos eran los obreros y ella había trabajado en una fábrica. Entonces el cristianismo tendría que ser su religión.
Rosa: Para la revolucionaria inconformista que participó en la Guerra Civil Española y mantuvo distancias con la Iglesia por no estar bautizada, ¿existía un Dios castigador?
Josep: Weil rechaza con insistencia la idea del Antiguo Testamento del Dios de los ejércitos. Las religiones que se jactan de la omnipotencia divina acaban legitimando los diversos tipos de totalitarismos. En cambio, ella se adhiere a la idea de un Dios kenótico, que abraza la vulnerabilidad. Le impacta sobremanera la imagen de Jesús en la Cruz abandonado por el Padre.
Rosa: La filósofa encontró en la cruz el sentido del amor desinteresado. Desde tu perspectiva, ¿cómo se relaciona esta visión con la compasión que ella practicó a lo largo de su vida hasta el extremo de sacrificar su salud?
Josep: Se preocupó por los demás y se comprometió en todo tipo de causas justas poniendo en peligro su salud que ya era de por sí frágil. El viaje a Alemania en pleno auge del nazismo, el trabajo a destajo en la fábrica, la participación en la Guerra Civil española, la colaboración con la Resistencia, el proyecto de una formación de enfermeras de primera línea… muestran la voluntad de una vida intensa y entregada que no iba acompañada por una robustez física que la hubiera puesto a salvo de los perjuicios de tantas adversidades.
Hay que recordar que, cuando la ingresaron por tuberculosis, había escrito más de mil páginas en tres meses. Un trabajo extenuante.

Josep es autor de una veintena de libros sobre interioridad, espiritualidad y pensamiento contemporáneo, algunos publicados en catalán, portugués (Brasil) y francés.
Rosa: Weil habló del silencio de Dios como un espacio donde el sufrimiento humano se hace visible. ¿El silencio y la compasión están vinculados ante el dolor?
Josep: Es un tema sumamente complejo. Weil vive la eclosión de la tragedia del III Reich. Un escenario en el que, como mínimo en apariencia, Dios ha abandonado la historia. De ahí la expresión “el silencio de Dios” que sería equivalente a hablar de su ausencia o de su abandono de la creación. Todo ello genera un auténtico dilema teológico que puede abocar al ateísmo al presentarse como la respuesta más sensata.
Aun así, Weil no abandona la perspectiva creyente y asume el problema del mal y la falta de una respuesta racionalmente convincente desde la experiencia de la compasión. Lo contrario de la compasión sería la crueldad. Ambas actitudes parten del sufrimiento. Una intenta paliarlo; la otra, provocarlo. Frente a la crueldad que impera en ese momento histórico, Weil opta por creer en la compasión. Es en la lucha por mitigar el sufrimiento donde la experiencia religiosa alcanza su plenitud.
Además, el punto intermedio entre compasión y crueldad sería la indiferencia. Ahora bien, la indiferencia se alinea con la crueldad. La compasión sería, en este sentido, el antídoto contra la deshumanización sistemática que Weil experimentó en el trabajo en la fábrica y comprobó cómo era utilizada por los regímenes totalitarios. Así, su pensamiento se aproxima a lo que Hannah Arendt acabará definiendo como la “banalidad del mal”.
Rosa: Como experto en la figura de Simone Weil, ¿cuál crees que es su enseñanza más poderosa sobre la compasión y su relación con el sentido de lo humano en la actualidad?
Josep: En ocasiones, la compasión es mal vista porque suplanta a la justicia. Pero también es cierto que la ceguedad de la justicia impide entender el componente profundamente humano que conlleva la compasión.
Weil vivió una época de una crueldad ostentosa. Evidentemente, no era la primera vez que sucedía, ni tampoco iba a ser la última. Pero los años 30 y 40 del siglo pasado se caracterizan por esta prodigalidad del mal.
En ese contexto, Weil considera que “la justicia consiste en vigilar para que no se haga daño a los seres humanos”. En nuestros días perviven las formas de crueldad burda y descarada, pero también aparecen versiones más sofisticadas y maquilladas, sobre todo las que se sustentan sobre la despersonalización y la deshumanización.
El pensamiento y la vida de Weil nos alertan de estos peligros y nos invitan a recuperar la compasión como algo esencial de la vida del ser humano. De lo contrario, corremos el riesgo de perder el fundamento de nuestra condición.