La jirafa es el mamífero terrestre más alto que existe. Con casi 5 metros de altura y un peso que alcanza los 750 kg en las hembras y hasta 1.600 kg en los machos, esta criatura extraordinaria es la vigía silenciosa de la sabana africana. Es la primera en detectar a los depredadores desde muy lejos y, ante el inminente peligro, corre a una velocidad de 60 km/h para ponerse a salvo. No obstante, no siempre logra escapar de las fauces de los grandes carnívoros.
En su tranquila rutina diaria, la jirafa alcanza con su largo cuello de 2 metros la copa de las acacias. Si desea beber agua de una charca, puede hacerlo con gran dificultad extendiendo y abriendo sus patas delanteras.

La jirafa es el mamífero terrestre más alto que existe
De aspecto enigmático, su cabeza recuerda a la de un camello, pero con cuernos cubiertos de pelo. Su cuerpo moteado como el de un leopardo le sirve para camuflarse, aunque su altura no le permite ser más discreta. Con pezuñas similares a las de los ciervos o las vacas, llama la atención su sorprendente elegancia al caminar balanceando la cabeza y las patas rítmicamente.
La jirafa no es un animal territorial ni establece fuertes vínculos sociales. Al carecer de cuerdas vocales, se comunica con sonidos de baja frecuencia imperceptibles para el oído humano. Las hembras emiten un leve mugido para llamar a sus crías.
Se traslada de un lugar a otro sin alterar el silencio de la sabana africana. No sabe nadar y, curiosamente, solo duerme dos o tres horas al día, distribuidas en breves intervalos lo que le permite estar siempre alerta. Puede vivir unos veinticinco años en libertad y treinta y cinco en cautiverio, eso sí, siempre que su vida transcurra con tranquilidad y en silencio.
Ese silencio la convierte en un símbolo de calma. Su comportamiento nos recuerda que no es necesario alzar la voz para ocupar un lugar en el mundo; basta con existir en armonía, observar con serenidad y dejar que nuestras acciones hablen por nosotros.

La jirafa no es un animal territorial ni establece fuertes vínculos sociales
El filósofo y matemático griego Pitágoras (siglo VI-V a.C.) elevó el silencio a la categoría de virtud esencial para el crecimiento personal y espiritual. Para él, el silencio era un medio para conectar con el propio ser interior. Solo el silencio permite desarrollar la capacidad de analizar los pensamientos antes de expresarlos.
En la escuela pitagórica de Crotona, en la costa oriental de Calabria, el silencio era la primera lección que se debía aprender. A algunos estudiantes se les obligaba a pasar hasta cinco años en rigurosa discreción antes de ser admitidos en la escuela. Este rito, conocido como la “disciplina del silencio,” era visto como una purificación necesaria para desarrollar el pensamiento y controlar las emociones.

Pitágoras, detalle de La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio.
El silencio, sin embargo, no era un fin en sí mismo sino el primer paso hacia la escucha profunda que permite el autoconocimiento y la comprensión de las verdades universales. La práctica del silencio permitía al alumno conectarse con la esencia de la naturaleza, el cosmos y los números. Dio tanta importancia al universo sonoro que descubrió las relaciones numéricas escondidas en las diferentes alturas de los sonidos. Para él, el universo estaba compuesto por proporciones y números que, al ser comprendidos, revelaban la belleza de la creación. El silencio, en este sentido, no era pasividad, sino la capacidad de escuchar la “música de las esferas”, esa armonía que conjuga todas las cosas. Ayuda a trascender las limitaciones humanas y a sintonizar con las leyes del universo. Solo aquellos que habían superado la disciplina del silencio eran considerados dignos de recibir y preservar la sabiduría.
A diferencia de otros matemáticos griegos, Pitágoras no dejó escritos porque creía que el conocimiento debía ser transmitido de maestro a alumno, pero dejó una fecunda estela, los pitagóricos, a través de los cuales nos ha llegado su pensamiento.
Hoy, su filosofía nos recuerda que en un mundo ruidoso y agitado, el silencio no solo es refugio, sino también una puerta hacia la sabiduría y la armonía universal.
En este contexto, la jirafa, con su vida tranquila, ajena al ruido, refleja una vida concorde con el entorno, donde el silencio no es ausencia, sino una forma activa pero serena de estar presente.
Hoy tengo el honor de entrevistar a Francesc Torralba, Doctor en Filosofía, en Teología, en Pedagogía y en Historia, actualmente catedrático de la Universidad Ramon Llull.

Francesc Torralba ha publicado 121 libros
Rosa: Francesc, ¿el comportamiento silencioso de la jirafa podría sugerirnos nuevas formas de relacionarnos más allá de las palabras? ¿Algunas de esas formas mejorarían nuestra relación con los demás y con la naturaleza?
Francesc: El silencio no es la ausencia de lenguaje. Es, como vio Ludwig Wittgenstein, un poderoso juego de lenguaje que permite expresar lo más enigmático de la condición humana y del mundo que nos circunda. Existe el lenguaje verbal, pero también otras formas de lenguaje que no podemos, en ningún caso despreciar. Dice Aristóteles que el ser humano es el animal dotado de palabra, pero la palabra no siempre ilumina la realidad. En ocasiones la oscurece y la confunde. Hablar bien no es fácil, pero saber callar todavía es más difícil.
Rosa: Pitágoras contemplaba el silencio como una herramienta para alcanzar el equilibrio o la paz interior. ¿Tienen cabida en el ruidoso mundo actual algunas de sus enseñanzas?
Francesc: Existe el silencio epidérmico que consiste en callar, pero el griterío interior persiste con toda su potencia. Existe otro silencio, mucho más difícil y profundo, que consiste en acallar las voces interiores para encontrar la propia voz. Este silencio requiere, como dice Simone Weil, un duro ejercicio ascético. La interioridad humana es permeable y como tal receptiva al caos exterior. No somos ajenos al mundo que vivimos. El caos de afuera se reproduce en el interior si uno no es capaz de poner distancia. Esta distancia es el silencio.
Rosa: La escuela pitagórica de Crotona imponía una cierta disciplina del silencio para controlar las palabras, los pensamientos y las emociones. ¿Se aplica eso actualmente en algunos ámbitos o se descarta totalmente?
Francesc: Desde hace lustros defiendo la necesidad de una pedagogía del silencio. Es preciso enseñar a los niños a hablar, pero también a callar. Como dice el sabio bíblico, Cohelet, tiene que haber un tiempo para hablar y otro para callar. El silencio tiene su gramática y su sintaxis. Es preciso acostumbrarse a él para degustar su inmenso poder y gozar de él. Sin embargo, el silencio es el gran descartado de nuestras esferas educativas. Nos resulta muy difícil permanecer en él. La incontinencia verbal es un mal muy común, tan común como lo es la dispersión mental y emocional por el exceso de estimulación audiovisual que sufrimos. Raramente una palabra mejora el silencio.
Rosa: Pitágoras consideraba que el silencio ayuda a desarrollar la atención y la capacidad de escuchar. ¿Qué beneficios o desventajas observas con la práctica del silencio?
Francesc: La escucha profunda requiere, como condición de posibilidad, el silencio interior. Solo cuando uno adopta forma de recipiente, se vacía de sus voces interiores y se dispone a recibir al huésped, practica la verdadera escucha. El silencio nos permite gozar intensamente de la contemplación del mundo, del arte, de la música en especial, pero también nos eleva al plano de lo divino. Solo quien está en silencio puede auscultar la Palabra que ha sido engendrada desde el Infinito.
Rosa: Pitágoras vinculaba el silencio con la capacidad de escuchar la “música de las esferas,” una metáfora de la armonía del universo. ¿La práctica del silencio nos conecta con lo trascendente y fomenta la paz interior? ¿Es el camino hacia la sabiduría como sostenía el filósofo?
Francesc: De entrada, el silencio es incómodo porque nos desnuda, nos pone frente a nuestras vidas y, por consiguiente, emerge el vacío con toda su potencia. La palabra oculta ese vacío. Martin Heidegger se refiere al poder que tienen las habladurías para evadirnos de nosotros mismos. Mientras charlamos de la vida de los demás, de sus amores y desamores, no tenemos que enfrentarnos a nuestra propia existencia y eso nos permite sobrellevarnos mejor. Nos hemos convertido en consumidores de novedades. Sin embargo, el silencio es catártico porque le pone a uno frente al espejo y no puede huir del horror al vacío. En este sentido, es revelador, incluso liberador y puede ser el principio de una profunda conversión interior.
Rosa: La conexión entre el silencio y la espiritualidad es un tema recurrente en la filosofía y en las diferentes tradiciones religiosas. ¿Hay puntos de confluencia entre la reflexión filosófica y la religiosa sobre el valor del silencio?
Francesc: En todas las tradiciones espirituales y simbólicas de la humanidad el silencio juega un papel determinante, porque predispone a la escucha de lo que trasciende la condición humana, de la alteridad, de lo que está más allá de sus categorías y conceptos. Esta escucha nos eleva, pero también genera temor y temblor, porque rompe nuestras certidumbres, esquemas y comprensiones de la realidad.

Francesc Torralba ganó el Premio Joseph Ratzinger en 2023
Rosa: El silencio se ha practicado tradicionalmente en retiros espirituales o en monasterios. ¿Se dan corrientes laicas significativas de reconocimiento del silencio en Occidente?
Francesc: La espiritualidad, sea laica o religiosa, exige el cultivo del silencio. Incluso en el marco de una espiritualidad atea juega su función. Permite adentrarse en uno mismo, examinarse a la luz de la propia conciencia, proyectar el futuro, evaluar la calidad de los vínculos que uno teje con sus allegados e incluso someter a interrogación el propio ateísmo. En un mundo superpoblado de imágenes y de palabras, el silencio es contracultural, subversivo, revolucionario. Lo es para todos, tanto para creyentes como para no creyentes.
Rosa: El filósofo griego afirmaba: «No digas pocas cosas con muchas palabras, sino muchas cosas con pocas palabras.» El chino Lao-Tsé, contemporáneo suyo, venía a decir lo mismo más radicalmente desde otro horizonte cultural: «El que sabe no habla, y el que habla no sabe». ¿Se puede reeducar el silencio en una sociedad que a menudo valora más hablar que escuchar?
Francesc: Se puede y se debe.
Rosa: ¿Cómo integrar el silencio en la vida diaria?
Francesc: Es fundamental introducirlo a pequeñas dosis, de tal modo que uno se acostumbre a su presencia y sienta la necesidad de visitarlo diariamente en algún momento de la jornada.
Rosa: En el año 2007, publicaste un libro titulado El arte de saber escuchar. ¿Respondía ya a una preocupación tuya, semejante a lo que aquí estamos reflejando?
Francesc: Sí. Observé que, por lo general, escuchamos poco y mal. Me percaté que, en gran parte, ello se debe a nuestra incapacidad para practicar el silencio, para liberarnos de prejuicios, para descentrarnos de nosotros mismos y cultivar la humildad.