Ana Garcés (Valladolid, 2000) ha logrado algo que pocos consiguen: ser un soplo de aire fresco en la pantalla, sin importar el formato o el personaje al que da vida, desde su entrañable interpretación de Jana Expósito en la exitosa serie La Promesa hasta su emotiva participación en la película Gallo Rojo. Sin embargo, en esta ocasión, la actriz decide hacernos un pequeño “break” de su agitada agenda para contarnos un poco más sobre dos miembros muy especiales de su vida: Duna y Romeo, sus dos adorables gatos. Aunque son hermanos, estas dos pequeñas bolas de pelo no podrían ser más diferentes. Duna, con su energía incansable, y Romeo, el más tranquilo pero igualmente cariñoso, hacen que cada día en la vida de Ana sea una aventura. Adoptados cuando apenas tenían dos meses, hoy, con casi dos años de edad, se han convertido en el centro del universo de la actriz, quienes, con su innegable ternura, no pierden oportunidad de robar corazones. Duna y Romeo no solo son su compañía, sino también los expertos en recibir mimos, siempre dispuestos a regalar amor a quienes se acercan. Y aunque podríamos pasar horas hablando sobre la vida profesional de Ana, hoy y aquí, los verdaderos protagonistas son estos dos felinos que se han ganado un lugar irreemplazable en su vida.
Duna, Romeo, Ana,
¿Cómo estáis?
Muy bien, encantadas de estar aquí contigo, Edu.
Ana, ¿cómo fue el momento en que decidiste adoptar a Duna y Romeo? ¿Recuerdas la primera impresión que te dieron?
Pues sí, mira, el proceso de adopción fue así: yo siempre había convivido con un perro en Valladolid, pero al mudarme a Madrid tenía muy claro que quería adoptar un gato. Lo sabía desde el principio. El problema era que vivía en pisos compartidos, y no era posible tener mascotas. Cuando por fin me mudé sola, tomé la decisión casi de inmediato. El primer mes ya dije: “Ahora sí, ha llegado el momento, quiero adoptar un gato”. En principio, mi idea era llevarme solo uno. Bueno, en realidad quería dos, pero todo el mundo me decía: “Empieza con uno, que nunca has tenido gatos.” Así que fui con esa idea. Al llegar, sin embargo, solo tenían disponible una pareja de hermanos. Y claro, al verlos, no me pude resistir y me llevé a los dos. Al principio la gente se sorprendía: “¿Cómo que has cogido dos?” Pero eran tan pequeños, tendrían unos dos mesecitos, tan traviesos, tan distintos entre sí… No sé, me parecieron adorables. En ese momento supe que quería llevármelos a casa. Además, cuando me enteré de que vivían tantos años, me hizo muchísima ilusión. No lo sabía, me enteré allí mismo, ¿sabes? Descubrí que los gatos viven más que los perros, y eso me alegró un montón.
Son hermanos, pero no se parecen demasiado. ¿Cómo describirías las diferencias entre Duna y Romeo en cuanto a personalidad?
Pues el macho, que se llama Romeo y es blanco con negro, es como un perrito pequeño. Es enorme, muy tranquilo y súper cariñoso. Se deja tocar, coger, y le encanta que todo el mundo le preste atención. Es un gato muy fiel, te sigue a todas partes. Tiene ese aire de “bebote grande”, como muy tierno. La hembra, en cambio, es mucho más traviesa. Es un bichillo, pero muy buena. Nunca hace desastres graves, pero cuando está a punto de liarla, te mira como diciendo: “Lo voy a hacer, ¿vale?” y se va a jugar. Pero nunca rompe nada y, además, es muy respetuosa con Romeo, porque él no juega. Romeo es más de estar quieto, que lo acaricien, subir y bajar del sofá con toda la calma. Ahí también se nota la diferencia de tamaño: él está más gordito, y ella es más ligera, más ágil. Eso sí, los dos son muy cariñosos, se dejan tocar sin problema y les encanta cuando viene gente a casa. Son súper súper sociables.
Duna y Romeo, los gatos de la actriz Ana Garcés
Si pudieras describir a cada uno de ellos en una palabra, ¿cuál sería para Duna y cuál para Romeo?
Romeo es muy fiel, siempre está a mi lado, mientras que Duna... No sé, Duna es simplemente vida. Es difícil describirla, pero tiene esa energía que llena todo.
¿Por qué Duna y Romeo?
Pues mira, con Romeo lo tenía bastante claro, porque él siempre transmitía una especie de calma, amor y... ¿Sabes? Eso me hacía mucha gracia, y además el nombre de Romeo siempre me ha gustado. Así que dije: “Este se va a llamar Romeo”. En cuanto a ella, todo el mundo me decía que debía llamarla Julieta, pero para mí no le pegaba en absoluto. Ella era mucho más traviesa, y como tiene esos colores tierra tan variados, me recordó un poco al desierto. Así que decidí llamarla Duna.
¿Cuál ha sido la última vez que han hecho algo juntos que te ha hecho partirte de risa?
Me pasó una anécdota con mi vecino, que vive justo al lado. Yo vivo en una especie de corrala, y a veces, cuando yo entro, ellos salen. Se dan un paseo por la corrala y luego entran en su casa. Pues un día, justo cuando yo entraba, mi vecino también lo hacía, y mis gatos aprovecharon para entrar también. Mi vecino, que es de Bangladesh, comenzó a llamarlos: “¡Duna, Duna, Romeo, Romeo!”. Los gatos se metieron en su casa, y yo me quería morir porque no veía ni a mi vecino, ni a los gatos, ni nada. Entonces, fui tras ello y les dije: “Hola, perdona, es que mis gatos no se quedan quietos y se han colado”. Al final, me invitaron a un zumo, y yo estaba muy nerviosa, porque los gatos no paraban de ir de un lado a otro por toda su casa. Me senté en el sofá y, justo cuando me siento, mi gato rebota contra la pared, salta y, de repente, le da un patadón al zumo, ¡que además era de frutas rojas! ¡El zumo acabó por toda la pared y el sofá! O sea, llevaba dos minutos en su casa y ya había montado un buen lío. Yo no paraba de repetir: “Lo siento, lo siento, lo siento” y me puse a limpiar el sofá, porque lo había manchado todo. Cogí a los dos gatos en brazos, les dije: “Oye, lo siento, ahora ayudo a recoger.” Salí corriendo y pensé: “No quiero volver a ver a estas personas en mi vida.” La verdad es que no sé cómo no se enfadaron conmigo. Luego, ya me reía porque pensaba: “¿Qué les digo a estos gatos? No puedo hacer nada.”
Me han enseñado que soy más compasiva y paciente de lo que pensaba
Después de decirme esto pienso: ¿qué pasa cuando os enfadáis?
Ellos lo entienden perfectamente. Son gatos muy inteligentes. Se van corriendo, se ponen en una esquina y se tumban allí, mirándome, observando lo que hago y, si me acerco a regañarlos, se quedan quietos, mirando al suelo, como aceptando la bronca.
¿Qué es lo que sólo haces con ellos y con nadie más?
Mi vida entera. Duermo la mayoría de veces abrazada a ellos y les dejo hacer lo que quieran. De hecho, creo que con ellos tengo mucha más paciencia que con la gente. O sea, si mi gato me muerde el pelo, me tira, me araña, no les presto atención, sigo acariciándolos mientras hacen eso, ¿sabes? Pero si alguien me tira el pelo, le suelto un bufido.
No los humanizo para nada porque son animales y no pretendo tratarlos como tal. Pero sí que son como mis bebés, así que los cuido con un cariño especial, siempre pendiente de que todo esté bien para ellos. Si tienen hambre, les pongo comida; siempre estoy muy atenta a sus necesidades, como si fueran bebés, totalmente.
En un hogar, cada miembro cumple una función, ¿qué papel tenéis cada una de vosotras?
Yo soy como la mamá, totalmente. Romeo es el típico integrante de la familia, que siempre es muy cariñoso, le encanta estar pegado a ti y, también, es muy demandante de cariño. Duna, en cambio, es más protectora. Ella siempre está cerca, mirando a su alrededor, asegurándose de que nadie se acerque. Es la más vigilante en ese sentido. A pesar de todo, ambos son muy cariñosos, no solo conmigo, sino con todo el mundo. Les encanta la gente.
Ana junto a Romeo
Son muy cariñosos con todo el mundo, les encantan los mimos. ¿Cuáles son sus rasgos más gatunos y cuáles no lo son tanto?
A ver, los rasgos más gatunos de Romeo... es que Romeo es poco gato, en realidad. No tiene mucho de ese instinto, o sea, si ve un bicho, ni se levanta. Sin embargo, con la comida es muy territorial, todo es “para mí”. Si Duna intenta comer algo, la aparta inmediatamente para comérselo él. Es bastante egoísta en ese sentido, lo que también es típico de los gatos, como una especie de instinto de supervivencia. En cambio, Duna es completamente cazadora. Ve un bicho y salta, corre, no para hasta atraparlo. Ella es mucho más felina, mucho más gatuna que él. Romeo es lo menos gato que puedas imaginar, pero algo de él se le ha pegado. Ahora los dos han aprendido a beber agua de una manera rara: en lugar de usar la lengua, meten la pata y la chupan como si fuera una cuchara.
Ana, ¿cuál fue la última vez que, durante un rodaje, o en una gala, o simplemente estando fuera de casa, pensaste: “tengo necesidad de estar con ellos ahora mismo”?
Hace poco me fui a México por 10 días, y la verdad es que ya me estaba agobiando un poco. Normalmente los dejo en casa y contrato a una chica para que los cuide. Eso me tranquiliza, porque me manda fotos y me mantiene al tanto, pero aún así, desde el primer día, me daba muchísima pena. Los echaba de menos un montón. De hecho, todo el tiempo pensaba: “Quiero volver para verlos.” Es un poco como cuando tienes un novio; dormía con ellos todos los días y, de repente, tenía que dormir con mi madre. Me resultaba raro y, si alguna vez me voy, por ejemplo, a Valladolid o a otro lugar, ya lo noto. Los echo mucho de menos. Me cuesta mucho no estar con ellos. Por eso siempre me he planteado que, si algún día tengo un rodaje o algo que me lleve fuera, dependería de cuánto tiempo dure y si compensa el estrés que podrían pasar ellos, porque si es posible, me los llevaría.
Preguntar lo que son para ti es algo muy habitual, pero, ¿qué crees que eres tú para ellos?
Fíjate, yo creo que los gatos tienen una conciencia clara de que hay alguien que los ha adoptado. No sé qué vida habrán tenido antes de llegar a mí. No parecían estar mal, pero no sé de dónde vienen, si son de la calle o qué. Lo que sí noto es ese agradecimiento constante de su parte. Ellos me agradecen todo, siempre, muchísimo. De hecho, la persona que a veces viene a cuidarlos me dice lo mismo: “Ellos saben perfectamente quién eres, saben que los has adoptado”. Y es cierto, yo creo que me ven como esa figura protectora que está siempre ahí para ellos, que les cuida en todo momento. Por eso creo que reaccionan tan bien con todo el mundo que viene conmigo, porque mientras yo esté cerca, se sienten tranquilos. No sé, supongo que para ellos soy como una especie de madre; aunque no esté en su cabeza, es mi impresión.
En La Promesa, has pasado muchísimas horas rodando, ¿cómo logras que ellos se adapten a tu ausencia y qué haces para compensar su cariño?
Creo que se acostumbraron desde el principio, porque cuando los adopté ya estaba trabajando en La Promesa. Estuve más o menos un año allí, así que pronto entendieron que pasaba muchas horas fuera de casa. También me dio mucha tranquilidad haber adoptado dos gatos, ya que se entretienen muchísimo entre sí. No pasa nada si se quedan solos, porque se lo pasan bien, se duermen, juegan, hacen de todo. Al principio, es cierto que me la liaban un poco: sacaban la basura y la tiraban por toda la casa. Pero, después la cosa se fue tranquilizando; aprendieron que a esas horas yo no estaba, así que jugaban, dormían y me esperaban. A veces, me esperaban dormidos, pero el nivel de actividad que tenían cuando llegaba era brutal, lo cual tampoco era sostenible. De todas formas, siempre que llegaba a casa, pasaba una hora con ellos, jugando, acariciándolos, hablándoles.
Romeo es el rey de la casa
¿En qué momento del día crees que se muestran más “humanos” o más conscientes de lo que haces a su alrededor?
Son muy conscientes de mi estado de ánimo. Por ejemplo, si estoy estresada y limpiando la casa, se quedan quietos, se suben a superficies para no molestarme y simplemente me observan. En cambio, si estoy contenta, cantando con música o barriendo, se comportan de manera diferente. Siento que en esos momentos sí que muestran una capacidad para entender en qué situación estoy y qué pueden o no pueden hacer. Esto suele pasar sobre todo durante el día, porque por la noche ya es otra historia: uno duerme y la otra juega, sin preocuparse por el descanso del otro. Pero durante el día, me observan constantemente y, en función de lo que esté haciendo, actúan para darme ánimos o interactúan de alguna forma. Es bastante curioso.
Ana, ¿qué sueles hacer cuando llegas a casa después de un rodaje de esos que te dejan agotada?
Llego a casa agotada y, como te dije antes, siempre solía pasar una hora con ellos, lo que se ha convertido en una rutina. Entonces, llego, cansada, con el bolso, una bolsa, mil cosas... y al entrar por el pasillo, ya están allí, corriendo para saludarme con muchísima emoción. En ese momento pienso: “Dios mío, la que me espera”, porque estoy reventada. Sin embargo, su recibimiento me sube bastante el ánimo. Aunque esté agotada, por ejemplo, cuando venía de rodar La Promesa, tenía mucho que estudiar en casa, cocinar... y ellos, como también querían estar conmigo, me seguían a todas partes. Hasta me acompañaban en la ducha; de hecho, llegaban a mojarse bajo el agua, son tremendos. Me siguen a todos lados hasta que me pongo a cocinar, momento en el que se tumban tranquilos, mirándome, y ahí ya se relajan.
Cuéntanos aquella vez en la que, sin esperarlo, alguno de ellos te “fastidió” un momento especial, aunque, al final, te hayas acabado riendo.
Cuando invito a mi madre o a mis hermanos a casa a dormir, les digo: “No pasa nada, tú duermes conmigo en mi cama, porque no tengo otra habitación, y aunque los gatos también duermen aquí, no te van a hacer nada”. Pues el día que digo eso... los gatos les tiran del pelo, les amasan con las uñas, ¡no les dan ni un respiro! Así que mi familia, mis hermanos, dicen: “Tus gatos son unos demonios, no queremos tenerlos cerca porque nos estresan”. También, la primera vez que invité a varios amigos a casa a tomar algo, no sé qué pasó, pero empezaron a hacer caca por todos lados: aquí, allá, en todos lados. Entonces, claro, en una casa tan pequeña, eso olía horrible. Me puse a limpiar como una loca, pero era imposible. Fue una experiencia terrible y pensé: “Ya está, estos no van a querer volver nunca más, seguro que me están viendo como a una cerda”.
La actriz vive con Romeo
Llega una pregunta habitual: Si te dieran 48 horas para poder comunicarte y compartir con ellos, al mismo nivel, sin restricciones de comunicación, ¿cómo las aprovecharías?
Me sentaría con ellos, me pondría a hablar y, sobre todo, si pudiera hacerles preguntas, me encantaría saber cómo piensan, cómo razonan. Creo que me entienden perfectamente, así que no siento la necesidad de contarles nada. Pero sí me gustaría comprender cómo se mueven, cuáles son sus instintos, qué les llama la atención, qué les gusta y qué no. Por ejemplo, ¿qué no les gusta? Me gustaría entender, sobre todo, cómo relacionan unas cosas con otras. ¿Por qué algo les parece bueno? ¿Por qué tienen esa sensación positiva o negativa hacia algo?
Si pudieran hablar, ¿qué dirían de ti?
Creo que dirían que soy una buena mamá, la típica madre que les deja hacer de todo. No soy estricta, pero sí que les doy espacio para que se sientan como en casa, para que la destrocen y hagan lo que quieran. Yo acepto lo que venga. Así que, no sé, creo que dirían que soy buena con ellos, que juego mucho y que soy divertida.
“Todo es de ellos”, dices. ¿La casa? ¿Quién es la inquilina aquí?
¡La casa les pertenece, y yo simplemente la comparto con ellos! Pasan muchas más horas aquí que yo, así que, al final, me siento como la invitada.
¿Alguna vez te han dejado sin palabras?
Muchas veces. Mis gatos tienen una inteligencia emocional increíble. Por ejemplo, mi madre les tiene pánico, aunque ama a los animales. Ellos lo perciben y actúan diferente con ella: se acercan lentamente, le frotan la cabeza y se tumban a su lado sin moverse, sabiendo que si la asustan, se apartan. Esto también pasa con otras personas, y me sorprende mucho cómo adaptan su comportamiento según el estado emocional de cada uno.
La peor sensación fue cuando los castré… me sentía culpable aunque sabía que era lo mejor
Hablando de inteligencia emocional, ¿cuál ha sido el gesto más tierno e inesperado de Duna y Romeo hacia ti?
Cuando me ven llorar, Duna y Romeo se acurrucan a mi lado, uno en la tripa y el otro en la espalda, y permanecen así toda la noche. Siempre que no me siento bien, se pegan a mí y no se separan hasta que me muevo. Son muy perceptivos: si estoy bien, no me siguen, pero si notan que no lo estoy, me acompañan a todas partes y luego vuelven a dormir conmigo.
Ana junto a Duna
Es un hecho que tienen un instinto que hace que, en muchas ocasiones, nos ayuden emocionalmente, pero, ¿en alguna ocasión has tenido tú que tranquilizarlos ante una situación difícil?
El peor momento para mí fue cuando tuve que castrarlos. Castrar a Romeo fue relativamente sencillo, pero estaba asustado y sedado, y me preocupaba mucho porque se pegó a mí toda la noche, ardiendo de calor. Luego, cuando le tocó a Duna, fue mucho más complicado. Estaba muy mal, apenas se movía, y tenía que ponerle una camiseta para evitar que se tocara la herida. La veía sufrir mucho, y me angustió pensar que yo había sido quien les causó ese daño. Lloré mucho viéndolos así.
También ha habido otros momentos difíciles, como cuando Romeo se quemó las almohadillas al pisar la vitrocerámica. Lo llevé corriendo al veterinario, y aunque lo curaron, tuve que seguir cuidándolo en casa. Es un poco como cuando un niño se pone enfermo: sientes mucha pena, pero no puedes hacer mucho para aliviar su sufrimiento. Afortunadamente, no se han puesto malitos con frecuencia, pero esos momentos fueron muy duros.
Duna es la más juguetona
¿Qué te han enseñado de ti misma que desconocías?
Me he dado cuenta de que soy mucho más cariñosa, paciente y compasiva de lo que pensaba. Aunque sabía que me gusta cuidar a los demás, no sabía hasta qué punto podía hacerlo. Me han enseñado a gestionar un hogar con dos seres que no se comportan como yo, a entender sus actitudes, incluso cuando me destrozan el sofá. Comprenderlos sin perder la calma ha sido todo un reto, pero he aprendido muchas cosas buenas con ellos.
Ana, completa la frase… “La vez que me equivoqué con Duna y Romeo fue…”
Me equivoqué pensando que no iban a conectar conmigo.
¿Un secreto vuestro?
Por ejemplo, cuando estoy a dieta y hay alguien más en casa, si intento comer algo que no me toca, siempre tengo a los gatos cerca para que, si me pillan, haga como que se lo estoy dando a ellos.
Pasar un rato con Ana Garcés es siempre un placer. Su cercanía y naturalidad no solo se reflejan en su interpretación, sino también en la manera en que habla de su vida personal, especialmente de sus adorados felinos, Duna y Romeo. Con cada historia que compartía sobre ellos, sentías el cariño y la conexión profunda que existe en su hogar. Es fascinante cómo esos dos pequeños, tan diferentes en apariencia y personalidad, logran mantener el equilibrio perfecto en su vida.
Ana, en definitiva, nos ha mostrado cómo estos gatitos no solo le dan amor, sino también una dosis constante de alegría y energía.
Continuamos hablando de dietas durante un rato; ambos las estamos haciendo de cara a próximos proyectos. ¿Sabéis cuáles? Os lo diría, pero bueno... Esa es otra historia.


