Cada semana un satélite del tamaño de un coche entra en la atmósfera terrestre. Cada seis meses lo hace uno como un camión. Es parte de las 13.000 toneladas de basura que se calcula que orbitan sobre nuestras cabezas, mientras ingenieros de todo el mundo diseñan grúas, redes, brazos robóticos o arpones que puedan aliviar las órbitas por las que se mueven unos 30.000 deshechos más grandes que un cubo de Rubik y hasta 130 millones del tamaño de un grano de arena. La preocupación cunde entre las agencias espaciales, las empresas del sector, los astrónomos e incluso entre la población de lugares donde ya han visto caer grandes piezas cerca de zonas habitadas. Y ahora, el cambio climático viene a empeorar la situación.
“Cuando vimos hace más de 10 años la película Gravity, muchos pensamos que era una exageración que se desencadenaran colisiones de satélites en cadena, lo que se conoce como el Síndrome de Kessler. Pero ya no lo es. Ahora, continuamente se mueven los satélites de sus órbitas para que no choquen entre sí o con la basura, y evitar que exploten o queden inutilizados. Estamos colapsando las órbitas bajas en un espacio en el que no hay ley alguna y hay que poner solución”, señala el astrónomo Miguel Santander, del Observatorio Astronómico Nacional. Su declaración es confirmada por los datos de la empresa española GMV, responsable en Europa de monitorizar esos objetos que no vemos pero que nos pasan por encima, en el caso de los satélites girando sobre si mismos a 38.000 kilómetros por hora.
Estamos colapsando las órbitas bajas en un espacio en el que no hay ley alguna y hay que poner solución
En estos momentos, GMV tiene monitorizados 11.000 satélites por encima de la atmósfera terrestre, además de todo lo que es ya desperdicio tecnológico. Sin saberlo, cada persona del mundo desarrollado interactúa al día con 100 de ellos para ver el fútbol, saber cómo llegar a un lugar o tener la previsión del tiempo. Otros nos cuentan qué pasa con los hielos, los bosques o en los océanos. Se han convertido en imprescindibles. Alberto Águeda, responsable del equipo que los controla desde la UE, alerta del problema: “Son muy útiles y cada vez habrá más. Solo de Starlink, de Elon Musk, hay 7.000 y tiene previsto lanzar 42.000 en órbitas bajas, porque ahí la reentrada en la atmósfera para su desintegración tarda entre 5 y 10 años, mientras que a 600 kms tardan 100 años y a 1.000 kms serán miles de años. Ahora mismo, los millones de piezas medianas y pequeñas que hay son un peligro porque les pueden dañar y hasta pueden explotar, generando más basura”, argumenta.
Y no solo Space X lanza satélites: entre los grandes, Amazon ha anunciado su constelación Kuiper con 3.232 unidades; China anuncia otras 25.000 (solo la constelación Guowang tendrá 13.000); y la UE, con IRIS2, 290 en una primera fase.
Con este tráfico en aumento, también chocan entre ellos, como ocurrió en 2009 entre uno americano y otro ruso. Y estuvo a punto de volver a suceder en 2024. “Para evitarlo, se mueven las órbitas cuando se aproximan, pero luego hay países como Rusia, Estados Unidos o India que, hasta hace dos años, han lanzado cohetes para hacer explotar satélites adrede y demostrar a otros lo que pueden hacer, dejando un montón de residuos que nadie hoy recoge”, explica el experto de GMV. En los últimos años, incluso la Estación Espacial Internacional (ISS) se ha visto amenazada por ello, como en la película protagonizada por Sandra Bullock: en 2021 se aplazó una caminata espacial de la NASA por el riesgo que suponían los desechos alrededor para los astronautas.
Para aumentar la preocupación, un estudio publicado hace unos días en Nature ha concluido que los gases que generan el cambio climático están reduciendo la densidad de la capa más exterior de la atmósfera, donde están casi todos los satélites. Eso limita su capacidad de expulsarlos cuando están en desuso hacia la zona donde se autodestruyen, por lo que auguran que serán más tiempo basura y a final de siglo la capacidad de lanzar otros nuevos se reducirá hasta un 66%.
Proyectos en marcha
De momento, lo único efectivo hoy es ese control para saber dónde están la basura y los satélites y evitar en explosiones y colisiones se generen piezas pequeñas “tan imposibles de eliminar como los microplásticos del océano”, en palabras del ingeniero de GVM. A corto y medio plazo, también están en marcha diferentes proyectos para recoger las piezas más grandes. En esta empresa han diseñado un brazo robótico, llamado CAT, capaz de atrapar satélites abandonados como lo hacen las grúas: una nave aproximará ese brazo a su objetivo, que deberá llevar un anclaje como el de los coches, llamado MICE, y una vez enganchado se llevará hacia la zona atmósfera donde se desintegran. Es un trabajo que realizan para la Agencia Espacial Europea en el que “el gato atrapa al ratón” y se espera que ya funcione la próxima década.
Otra posibilidad es la que desarrolla el proyecto japonés de la empresa Astroscale, en colaboración con Gran Bretaña. Su tecnología se basa en una nave con un potente imán que atrapará los residuos de gran tamaño. En diciembre pasado, una misión con esta tecnología logró acercarse a tan solo 15 metros de la parte superior de los restos de un cohete, una aproximación nunca antes conseguida, si bien abortaron la captura por un fallo que ahora están investigando.
En Suiza, la empresa ClearSpace, también contratada por la ESA, trabaja en un sistema por el que una especie de ‘garra’ con cuatro brazos robóticos se encargará de la recogida y reenvío a la atmósfera. Está previsto que se lance en 2026 para capturar satélites lanzados décadas atrás. Trabajan también en un robot que pudieran alargar la vida útil de los satélites una vez acabada y que dejen de ser basura.
También hay que recordar la misión Remove Debris, diseñada por la Universidad británica de Surrey y Airbus: en 2018 se lanzó su satélite desde la ISS. Llevaba a bordo una red, un arpón y una vela de arrastre para probar con qué se podían recapturar los dos objetos que la misma nave soltó poco antes. La recogida con la red y el arpón fue un éxito, no así con la vela. Y hay más: en algunos foros se habla de posibilidades que hoy parecen tan lejanas como reciclar las piezas inútiles en nuevos satélites montados en el mismo espacio exterior o usar rayos láser par que se desaceleren y caigan, alternativa que se barajan expertos en la NASA.
La probabilidad que a una persona le impacte es una entre mil millones. Casi todo cae en el océano, pero si ves estelas en el cielo, mejor tener cuidado
“Es necesario que los operadores sean más sostenibles. En la UE ya está en desarrollo una regulación espacial, que España espera para hacer la suya, y Francia ya la tiene. También en la ESA y NASA son conscientes del problema y lo que hace 30 años era ciencia-ficción, ya no lo es”, asegura Águeda. El astrónomo Miguel Santander, por su parte, cree que se precisa una reglamentación internacional, con normas que obliguen a las empresas a gestionar sus satélites inútiles para que no sean un problema”.
Además, no todo se desintegra, sino que en torno a un 20% de sus materiales llegan a la superficie terrestre. Para muestra lo ocurrido el pasado mes de enero en una aldea de Kenia, donde la población quedó en shock después de que un gigantesco anillo metálico de 500 kilos de peso cayera muy cerca, en unas tierras de cultivo. Se ha identificado como parte de un cohete europeo Ariadne, lanzado en 2008. Días antes, también en ese país africano se vieron arder en el cielo lo que podrían ser otros restos espaciales, según informó la BBC. Y aún más reciente es el caso en Polonia. Hace pocas semanas, tras la explosión de un cohete Falcon de Space X en California, grandes trozos cayeron cerca de la ciudad de Poznan, donde vive más de medio millón de personas. No hubo víctimas. “La probabilidad que a una persona le impacte es una entre mil millones. Casi todo cae en el océano, pero si ves estelas en el cielo, mejor tener cuidado. De momento esa basura espacial va a seguir ahí mucho tiempo”, concluye el experto de GMV.