Salieron eufóricos en busca de alguna espectacular ballena, de los juguetones delfines y de otras maravillas del santuario de Pelagos, una reserva marina establecida por Italia, Francia y Mónaco para proteger a los cetáceos, pero con lo que se toparon sus ojos fue con la terrible imagen de un gran rorcual común con múltiples cortes, y muy profundos, en la espalda. Salían trozos de grasa subcutánea a borbotones por las heridas. Los biólogos no dudaron en el diagnóstico: había colisionado contra la hélice de uno de los miles de barcos que cruzan el Mediterráneo. Lograr que cuando atraviesen áreas marinas protegidas bajen su velocidad sigue siendo un reto pendiente por el que batallan científicos y organizaciones como OceanCare, que ya en la ‘cumbre oceánica’ en Niza, celebrada en junio, pusieron el tema sobre la mesa.
Pese a la gravedad de las lesiones, el mamífero marino, que puede llegar a pesar 70 toneladas, seguía vivo y los pasajeros del barco de avistamiento Corsana –‘corsario’ en italiano-, el pasado 13 de agosto pudieron verlo emergiendo intermitentemente tras breves inmersiones. Si sigue aún con vida, es un misterio, pero el caso ha puesto de nuevo de actualidad un impacto que podría ser fácilmente evitado.
Pese a la gravedad de las lesiones, el mamífero marino, de 70 toneladas, seguía vivo
Tanto desde del Instituto de Investigación Tethys, entidad sin ánimo de lucro que investiga sobre conservación del medio marino, como desde la organización OceanCare recuerdan que las colisiones de barcos con ballenas van al alza, a medida que más buques, yates, pesqueros y otras embarcaciones aumentan en número. De hecho, a finales de 2024, una investigación publicada en Science revelaba que el tráfico marítimo mundial ya se superpone con el 92% de las áreas de migración de las ballenas azules, los rorcuales, las jorobadas y los cachalotes, un porcentaje que da idea del riesgo al que se enfrentan.
Thetys, que lleva casi cuatro décadas estudiando los cetáceos del Mediterráneo, ha documentado recientemente uno de los casos más dramáticos en la revista Ecology and Evolution: el de la hembra de rorcual común conocida como Fluker o Codamozza, cuya cola fue completamente seccionada por el impacto de un barco. Tras aquello estuvo un año viajando con dificultad, llegando hasta la costa de Siria con mucho sufrimiento. Gracias a un seguimiento científico iniciado en los años 90, se supo que la lesión tuvo lugar en 2019 en la costa francesa. Con dificultades para bucear, su deterioro fue a más porque no podría conseguir su alimento, el krill de las profundidades, hasta que falleció.
 
            La ballena malherida por la colisión con un barco.
“Con demasiada frecuencia nos encontramos con cachalotes y rorcuales comunes que presentan cicatrices causadas por colisiones con hélices”, explica Magdalena Jahoda, científica del Thetys. «Y hay muchos casos que no detectamos porque muchas colisiones, incluidas las mortales, pasan desapercibidas; de hecho, la mayoría de las ballenas que mueren tras ser embestidas caen al fondo del mar y solo un porcentaje bajo son arrastradas por las corrientes y terminan varadas en playas”, añade Jahoda.
Las investigaciones demuestran que la velocidad de los barcos es un factor decisivo en estos accidentes. Whale Safe, una organización que aglutina a activistas, científicos y operadores de buques en la costa de California, ha comprobado que al reducir a 10 nudos la velocidad en áreas con cetáceos, disminuyen drásticamente, mientras que siguen en aumento en otros lugares. Se estima que con desacelerar un 10% bajan a la mitad las colisiones, hasta un 74% si van un 20% más despacio que ahora. Además, explican en OceanCare, se ahorraría hasta el 13% en las emisiones de gases de efecto invernadero y se disminuiría hasta un 40% el ruido submarino, otro de los impactos en los cetáceos.
Se estima que con desacelerar un 10% bajan a la mitad las colisiones, hasta un 74% si van un 20% más despacio que ahora
Al acceder a la web de Whale Safe un mensaje avisa de que la NOAA, la agencia ambiental del país, recomienda a los buques de más de 300 toneladas no superar esos 10 nudos en el Canal de Santa Bárbara y la Bahía de San Francisco, donde hay una gran presencia de esta fauna marina. En ella, los operadores que se registran reciben datos sobre la presencia de ballenas incluso a diario, para poder evitarlas.
En estos lugares también funciona el desvío de transbordadores de las rutas de las ballenas para reducir la posibilidad de encuentros, pero tanto en el Santuario Pelagos y como en el Corredor de Migración de Cetáceos del Mediterráneo, entre la costa levantina y las islas Baleares, la distribución que tienen es muy dispersa, lo que hace imposible anticipar donde pueden estar. Un rorcual común pude ir hasta a 40 kms/h. “Algunas resoluciones, como el Convenio Accobams, ya recogen esa medida”, apunta Carlos Bravo, de OceanCare. Este acuerdo internacional para la conservación de cetáceos incluye desde 2019 la recomendación de los 10 o 12 nudos, pero no es obligatoria. Recuerda Bravo que, en Niza, la vicepresidenta Sara Aagesen se comprometió a establecer medidas en este sentido en zonas como el Corredor Migratorio y a convocar de nuevo al grupo de trabajo con los implicados, reunido en mayo por vez primera. Un total de 60 científicos y expertos apoyan esta petición.
El Gobierno se comprometió en la cumbre de Niza en junio a supervisar velocidades de 10 nudos en el Corredor Migratorio
También Organización Marítima Internacional (OMI) ha reconocido el noroeste del Mediterráneo como ‘Zona Marítima Especialmente Sensible’ y está a favor de estas restricciones. “Una de las ventajas de que sean obligatorias es que todas las compañías marítimas tendrían las mismas restricciones, sin agravios comparativos, lo que no es posible si son solo recomendaciones”, añade Bravo.
Las fotos de esa ballena, la segunda especie más grande del mundo, con la espalda destrozada en un área protegida, pero que es una de las rutas comerciales más transitadas del mundo, dejan pocas dudas. Tras el hallazgo del rorcual herido, se alertó a los guardacostas italianos para que vigilaran la situación, pero manteniendo la distancia para evitarle un estrés adicional. “El caso es un recordatorio de que si no se toman medidas nuestras poblaciones de ballenas del Mediterráneo se enfrentan a un futuro incierto”, denuncia Bravo, cuya organización trabaja desde hace años en la defensa de medidas estrictas para proteger la vida marina.

 
            