En apenas un cuarto de siglo, lo que hoy es una delicia culinaria podría convertirse en una amenaza para la salud. Una nueva investigación del National Center for Ecological Analysis and Synthesis de la Universidad de California en Santa Bárbara advierte que “en sólo 25 años, los impactos humanos en el océano podrían duplicarse o incluso triplicarse”. Bajo este sombrío escenario, el marisco (uno de los alimentos más sensibles al entorno marino) podría volverse tóxico.
La raíz del problema es múltiple: calentamiento de las aguas, acidificación, pérdida de hábitats costeros y contaminación por fertilizantes. Todo apunta a que el mar, especialmente en sus zonas cercanas a la costa, será uno de los espacios más alterados por el cambio climático y la actividad humana, afectando tanto a los ecosistemas como a quienes dependen de ellos.
Ecosistemas en jaque
Los mejillones, las ostras, almejas... pueden ser tóxicos
El estudio, publicado en Science, revela que los hábitats costeros donde abundan moluscos como ostras, mejillones o almejas sufrirán algunos de los mayores impactos acumulativos hacia mediados de siglo. La razón principal es la combinación entre la acidificación del océano y el exceso de nutrientes que desembocan en el mar.
Los arrecifes se verán afectados por una multitud de factores, incluida la acidificación del océano (una consecuencia directa del calentamiento global que impide el crecimiento y la formación adecuada de especies con conchas duras), la pesca y la contaminación por nutrientes provenientes de escorrentías agrícolas, que pueden desencadenar floraciones de algas nocivas que, a su vez, pueden volver tóxicos a los mariscos y hacerlos no aptos para el consumo.
Estas floraciones, conocidas como mareas rojas, liberan toxinas que los mariscos absorben al filtrar el agua. Consumir estos productos contaminados podría generar desde intoxicaciones leves hasta cuadros severos con implicaciones neurológicas, según han advertido ya varias autoridades sanitarias en zonas costeras del Pacífico.
Aunque el deterioro se extenderá globalmente, el impacto será especialmente fuerte en las zonas tropicales y polares. El estudio prevé que el 12,3% de las áreas costeras alcanzará niveles de impacto tan graves que podrían hacer colapsar ecosistemas enteros. Estas áreas coinciden, en muchos casos, con regiones donde la población depende en gran medida de la pesca y la acuicultura para sobrevivir. El riesgo no es sólo ambiental, sino también social y económico. El aumento de floraciones tóxicas podría reducir las capturas, afectar el comercio y poner en jaque la seguridad alimentaria de millones de personas.
Desde Inside Climate News, un medio especializado en periodismo ambiental, insisten en que la comunidad científica lleva décadas advirtiendo sobre estos procesos, pero lo que preocupa ahora no es tanto el tipo de amenaza como su velocidad. Nos ha llevado décadas acumular el impacto que ya tenemos hoy, y en solo unos pocos años (25 años) lo vamos a duplicar, o incluso triplicar.
Las posibles solucione requieren una acción coordinada. Para empezar, la reducción de gases de efecto invernadero es clave. A eso se suma una mejor gestión pesquera, cambios en la agricultura que eviten el uso excesivo de fertilizantes, e inversiones en saneamiento para evitar el vertido de aguas residuales.


