“No hay victoria posible en la lucha climática en este contexto de desinformación”. La frase la repite Julia Steinberger, profesora de Ecología Social y Economía Ecológica y coautora del sexto informe del IPCC. Su tesis es que la evidencia científica -cada vez más contundente- no es suficiente para concienciar a los ciudadanos sobre la urgente necesidad de actuar contra el cambio climático. Se necesita -dice- atacar la gigantesca maquinaria comunicativa que esparce bulos en las redes sociales, uno de los principales canales de difusión de información. Su preocupación, compartida por gran parte de la comunidad científica, ha saltado a la política. En la COP30 se ha conformado una alianza de 12 países -España, entre ellos- para contrarrestar los contenidos falsos que están retrasando la acción climática. Se exigirá a las grandes empresas tecnológicas que revisen el diseño de sus algoritmos, que premian y multiplican la desinformación.
El diagnóstico de estas naciones -Brasil, Canadá, Chile, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, España, Suecia, Uruguay, los Países Bajos y Bélgica- es que aún hay tiempo para salvar al planeta de un aumento catastrófico de la temperatura. Pero estos esfuerzos políticos están siendo amenazados por una “ola de desinformación” que socava el progreso global en materia climática. “El objetivo es crear una ola de verdad”, resume João Brant, secretario de Políticas Digitales de Brasil, país anfitrión de la cumbre.
Hay una industria dedicada a propagar odio y desinformar para socavar la democracia. La información climática es un blanco predilecto
La COP30 tiene como uno de sus objetivos frenar la ola de negacionismo
El origen de esta desinformación, explica Frederico Assis, enviado especial de la ONU a la COP30, son los algoritmos de las plataformas digitales, que amplifican contenido “conspirativo y manipulado utilizando técnicas sofisticadas para difundir mensajes falsos”. Por eso, uno de los compromisos de esta alianza es persuadir a las grandes empresas tecnológicas para que revisen el diseño de las reglas y fórmulas matemáticas que utilizan para clasificar, ordenar y priorizar el contenido que se muestra a los usuarios.
Los estudios científicos que han analizado el funcionamiento de estos algoritmos coinciden en que las redes sociales están jerarquizando y premiando los contenidos “emocionales, polémicos y llamativos” -componentes claves de los bulos- por sobre los mensajes rigurosos y veraces. “Hay una industria dedicada a propagar odio y desinformar para socavar la democracia. La información climática es un blanco predilecto”, explica Sergio Arce García, profesor de la Universidad Internacional de La Rioja, quien investiga el cruce entre los bulos, el odio y las redes sociales.
El experto celebra la decisión de un grupo de países de abordar un fenómeno comunicativo con “enormes implicancias sociales y políticas”, pero lamenta que sea tarde, debido a “un monstruo que ya es enorme”. “Las redes sociales miden todo el tiempo la emoción que provocan los contenidos que circulan. Cuánto más odio, bronca, asco y enfado más impacto y más alcance”, revela.
Estar atrapados en la vorágine de las redes tiene consecuencias graves. En el fondo, esta industria está moldeando nuestra forma de pensar
El problema, agrega, es que esta “desinformación viralizada” genera dudas y polarización, erosiona la confianza ciudadana y debilita las instituciones democráticas. “Se está manipulando la opinión pública en forma deliberada para servir a intereses políticos o económicos”, advierte.
Fernando Blanco es profesor de psicología e investigador del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC) de la Universidad de Granada (UGR). Explica que hay determinados contenidos “que tocan resortes mentales” que provocan que “compremos mercancía averiada con mucha facilidad”. Por lo general, el ser humano no cuestiona las informaciones que encajan con sus creencias previas. “Si una noticia me da la razón, es muy difícil que yo la analice fríamente”, afirma.
Estos mecanismos psicológicos favorecen la viralización de estos contenidos. “Tú no estás pensando, no estás analizando fríamente lo que recibes, simplemente compartes”, explica Blanco. Las plataformas digitales están “viciándonos con estos mensajes para que todo el tiempo estamos enfadados”, agrega.
Los contenidos que niegan el cambio climático suelen generar mucha crispación. Por ende, mucho alcance. “El estar atrapados en esta vorágine tiene consecuencias graves. En el fondo, esta industria está moldeando nuestra forma de pensar”, concluye el experto.


