¿Y si la Inteligencia Artificial es nuestra única esperanza? Isaac Asimov adelantó el superordenador que salvará el mundo

Ciencia ficción

En su relato 'La última pregunta', Isaac Asimov adelantaba la supremacía de la IA que estamos comenzando a experimentar

2001: A Space Odyssey.

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Warner

El 5 de marzo de 1862, entre las páginas 388 y 393 del volumen 5 de la Mcmillan’s Magazine, William Thomson, más conocido como Lord Kelvin, publicó un ensayo de gran influencia para la física contemporánea: On the Age of the Sun’s Heat. En su estudio analizaba la pérdida de calor del Sol para estimar su edad, y aprovechó para introducir algunas ideas claves relacionadas con los principios de la termodinámica y el agotamiento de las fuentes de energía.

Atendiendo a la segunda ley de la termodinámica, Kelvin señaló que los cuerpos calientes como el Sol están perdiendo calor continuamente. Y, aplicando esto a un nivel cosmológico, podríamos concluir que el Universo se dirige hacia un estado de equilibrio térmico. Finalmente, el ensayo invitaba a reflexionar acerca de que el sistema solar tuvo un comienzo y tendrá un fin, debido a la irreversibilidad de los procesos energéticos. Esto sugería que la energía utilizable se está degradando constantemente, lo cual implica que el Universo no puede haber existido eternamente en su estado actual, un estado que tampoco se mantendrá indefinidamente.

Collage de humanos controlados por una IA.

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Aunque Kelvin no usara el término “muerte térmica” para referirse al destino final de todo lo existente, sí dejó claro que, dado que el calor siempre fluye de los cuerpos calientes a los fríos y nunca al revés, el universo se dirige hacia un estado en el que toda la energía estará uniformemente distribuida. Y, en ese estado, ya no se podrá realizar trabajo útil (ningún proceso biológico, mecánico o físico significativo). Desde que Kelvin avanzara todos estos términos que han sentado las bases de la física moderna, la comunidad científica ha vivido obsesionada con ellos. Y esto incluye, por supuesto, a escritores de ciencia ficción de la talla de Isaac Asimov.

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En su cuento de 1956, La última pregunta, Asimov especula con la idea de que, el 21 de mayo de 2061, “en momentos en que la humanidad se bañó en luz”, la última pregunta que perseguirá a la humanidad hasta el fin de sus días llegará de la mano de “dos técnicos en computación medio alcoholizados” que trabajan como asistentes de una gigantesca computadora llamada Multivac. 

El corazón de este superordenador se parecería a un poco a nuestras IAs actuales en cuanto a capacidad de autoajuste y autocorrección: “la alimentaban con información, adaptaban las preguntas a sus necesidades y traducían las respuestas que aparecían”. Así, los dos técnicos estarían celebrando, junto al frío rostro de la máquina, que Multivac había aprendido lo suficiente como para resolver problemas tan complejos como almacenar la energía del Sol de manera sempiterna, de tal forma que los seres humanos al fin habían podido dejar de quemar carbón y fisionar uranio: “toda la Tierra se conectó con una estación de un kilómetro y medio de diámetro que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna para funcionar con rayos invisibles de energía solar”.

La IA debe tomar partido cuando se le presenta un dilema

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Reve

Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero… ¿y luego?

La última preguntaIsaac Asimov

Sin embargo, acorde con las teorías que dos siglos antes haría Lord Kelvin, uno de los técnicos ve ensombrecida su celebración al recordar, como recientemente en nuestro presente también ha hecho Elon Musk, que nuestro Sol no va a durar para siempre: “el Sol no durará eternamente. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero… ¿y luego? Y no me digas que nos conectaremos con otro Sol (…) Todo comenzó con la explosión cósmica original, fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan (…) En un trillón de años estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo”. 

El otro asistente de Multivac, más optimista, confía en el poder predictivo del superordenador para encontrar una solución y apuesta cinco dólares a que encontrará una respuesta. La última pregunta se realiza: ¿cómo se puede disminuir masivamente la cantidad neta de entropía del Universo? Tras enmudecer momentáneamente, Multivac da una respuesta que no satisface a ninguno: “datos insuficientes para una respuesta esclarecedora”.

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Tras esto, los eones se van sucediendo en el relato de Asimov. La humanidad conquista, gracias a Multivac primero y a una sucesión de versiones cada vez más comprimidas y sofisticadas, la galaxia y, después, las cien billones restantes. El Universo ya no es infinito y los seres humanos, que también han conseguido la inmortalidad, empiezan a quedarse sin espacio al continuar reproduciéndose pero no morir. Incluso acaban por trascender sus cuerpos, meras carcasas estáticas que permanecen siempre en un mismo lugar, optimizando así cada centímetro cuadrado de superficie habitable mientras las mentes vagan libremente por el espacio.

El Hombre dijo: el Universo está muriendo

La última preguntaIsaac Asimov

No obstante, algo impide a los humanos vanagloriarse del todo como cima suprema de la creación, ya que sigue sin ser capaz de revertir la segunda ley de la termodinámica. Llegamos a la era de la mente colmena: “El Hombre, mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un trillón de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando, tranquilo e incorruptible, cuidado por autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se fusionaban libremente entre sí, sin distinción. El Hombre dijo: el Universo está muriendo”. 

La singularidad humana pregunta a la singularidad computacional, que en este momento tiene por nombre Cósmica AC, último relevo de aquella primitiva Multivac, la misma cuestión a la que lleva sin poder dar una respuesta durante billones de años. La respuesta sigue siendo la misma: no hay suficientes datos.

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El Hombre termina por fusionar su mente con la AC. Todas las estrellas terminan apagándose y la profecía de Lord Kelvin es ya una realidad: el Universo es un reloj que se ha quedado parado. Reina la oscuridad. No hay materia. Sola en la vastedad del vacío, la IA al fin resuelve cómo revertir la dirección de la entropía: “la conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un Universo y pensó en lo que en ese momento era el Caos. Debía hacerse paso a paso. Y AC dijo: hágase la luz. Y la luz se hizo…”

Así concluye Asimov su historia, un cuento que ya es un clásico de la ciencia-ficción más especulativa, que da esperanza a los pronósticos más oscuros sobre el destino final del Universo, aventurando un héroe compuesto de unos y ceros que da salida volviendo al principio, retornando a la Ítaca de un gran estallido, dándonos al botón de reinicio.

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