El noveno vuelo de prueba del cohete Startship de Space X, realizado durante la pasada madrugada, no ha terminado bien. Aunque algunos aspectos sí se han mejorado, el balance global es más bien decepcionante.
En el aspecto positivo, el lanzador SuperHeavy ha superado una prueba fundamental: se trataba de una etapa “de segunda mano”, que ya voló el pasado enero y fue recuperada en el aire mediante los brazos robóticos de la torre de lanzamiento. 29 de sus 33 motores también eran reutilizados, lo cual supone una demostración de que, cuando sea operativo, este cohete realmente podrá realizar múltiples misiones a intervalos muy cortos y con una espectacular reducción de costes.
Starship listo para su novena prueba de vuelo.
Esta vez, el SuperHeavy no iba a recuperarse. La idea era ensayar un nuevo sistema de reentrada en la atmósfera, aprovechando más el frenado aerodinámico y con menos consumo de combustible. La maniobra se consideraba arriesgada, así que para no poner en peligro la torre de lanzamiento el cohete se dejaría caer en el golfo de México (no, para disgusto de Donald Trump, SpaceX no se refiere a él como “golfo de América”). Así que esta vez, cohete y sus 33 motores se han perdido.
Los problemas más graves afectaron a la etapa superior. Durante los primeros minutos de vuelo, todo fue bien. La nave Starship entró en órbita, sin incidentes. Era la primera vez que lo conseguía.
La siguiente prueba consistía en lanzar al espacio cuatro satélites de comunicaciones Starlink. No eran vehículos activos sino sólo maquetas que simulaban su peso y tamaño. Pero la portezuela que los protegía no se abrió del todo y eso obligó a cancelar la operación. Ciertamente, un fallo bastante incomprensible, dadas las precauciones que adoptadas esta vez para que todo fuese a pedir de boca. Los dos vuelos anteriores terminaron en sendas explosiones (“RUD” en la sarcástica terminología de Space X: “Rapid Unscheduled Disasembly” o “Desmontaje Rápido no Planeado”)
StarShip antes de despegar.
A los 20 minutos de vuelo empezaron los problemas más serios. Primero, una fuga en el tanque de oxígeno líquido que debía alimentar a los motores que debían controlar la maniobra de reentrada. Después, los alerones dejaron de responder (no son hidráulicos, sino que se mueven mediante motores eléctricos como los que equipan a los automóviles Tesla). En esas condiciones, la nave quedó sin control, girando a una velocidad de un giro cada tres o cuatro segundos. La fricción del aire la desintegró a unos 80 kilómetros de altura.
Este tercer fallo consecutivo viene a complicar los planes de Elon Musk para llegar a tener un supercohete fiable. Son lo que llama “problemas de diseño iterativo”, o sea, lanzar, corregir fallos y volver a lanzar cuantas veces haga falta. En tres o cuatro semanas, volverá a intentarlo.
Estos retrasos, por supuesto, afectan también a otras operaciones críticas, como el repostaje de combustible en el espacio y la puesta a punto de la nave que deberá llevar a los pasajeros del Artemis 3 hasta la Luna. Y, entretanto, la Agencia Espacial china sigue con sus planes de poner sus astronautas en la Luna antes de cinco años.

