La vida fuera de la Tierra ya no se mide en blanco o negro, sino en probabilidades matemáticas. Esa es la premisa del nuevo marco desarrollado por científicos de la NASA y de la Universidad de Arizona, que busca transformar la manera en que entendemos la habitabilidad planetaria.
Hasta ahora, la exploración espacial se había guiado por criterios binarios —¿hay agua líquida?, ¿la temperatura es adecuada?, ¿el planeta está en la zona habitable de su estrella?—, pero se quedaba muy lejos de ser algo realista. Eran cábalas, prácticamente, de ciencia ficción.
Sin embargo, con este nuevo modelo, la habitabilidad deja de ser algo rígido y basado en elucubraciones para convertirse en un espectro de probabilidades, abriendo la puerta a explorar con mayor rigor cuerpos supuestamente habitables como Marte, Europa o Encelado.
Durante décadas, los astrónomos trabajaban con criterios de ABC. Si un planeta cumplía con ciertas condiciones básicas, se clasificaba como potencialmente habitable; si no, quedaba descartado. Sin embargo, la naturaleza de la vida en la Tierra demuestra que ese esquema puede resultar engañoso. Los extremófilos —organismos capaces de sobrevivir en ambientes extremos, desde lagos ácidos hasta fuentes hidrotermales a miles de metros bajo el mar— han demostrado que la vida puede prosperar en condiciones que antes parecían imposibles. Y si eso ocurre en nuestro planeta, ¿por qué no en otros?

Puntos brillantes que pueden ser hielo permanente en las llanuras que rodean el Polo Norte de Marte
La propuesta de la NASA y la Universidad de Arizona, presentada en Nature Astronomy y respaldada por el grupo NExSS Quantitative Habitability Science Working Group, se basa en un marco matemático que cruza dos dimensiones.
Por un lado, un modelo de hábitat que describe las condiciones ambientales de un mundo —temperatura, presión, composición química, radiación— a partir de las observaciones y de la incertidumbre inherente en los datos. Por otro lado, un modelo biológico que establece, también en términos probabilísticos, la viabilidad de distintos tipos de metabolismo en esas condiciones.
Este marco cambia radicalmente cómo pensamos en la habitabilidad, transformándola de un sí/no a un continuo de probabilidades
Al combinar ambas distribuciones, se obtiene una estimación de la compatibilidad entre un entorno extraterrestre y formas de vida conocidas o hipotéticas. “Este marco cambia radicalmente cómo pensamos en la habitabilidad, transformándola de un sí/no a un continuo de probabilidades”, explican los autores.
La clave está en que esta herramienta se alimenta de datos reales de extremófilos terrestres. Si sabemos, por ejemplo, que ciertas bacterias resisten temperaturas bajo cero, altas presiones o entornos con metano, esos rangos de tolerancia pueden incorporarse al modelo para estimar qué probabilidad tendrían de sobrevivir en lunas como Europa, con su océano helado, o en Encelado, cuyos géiseres sugieren un mar subterráneo activo. “La herramienta es de código abierto y puede enriquecerse con nuevos datos de extremófilos terrestres”, destacan desde la Universidad de Arizona.
Marte, por ejemplo, ya no será considerado en bloque como “poco habitable”, sino que podrán señalarse zonas del subsuelo donde la probabilidad de que sobrevivan organismos resistentes al frío y la radiación sea mayor
En la practicidad, esto quiere decir que la NASA ha dado un paso en firme hacia buscar planetas realmente habitables. El modelo ofrece un sistema de priorización: en lugar de orientar misiones únicamente por criterios clásicos —la distancia a la estrella o la presencia de agua—, se podrán comparar probabilísticamente diferentes escenarios.
Marte, por ejemplo, ya no será considerado en bloque como “poco habitable”, sino que podrán señalarse zonas del subsuelo donde la probabilidad de que sobrevivan organismos resistentes al frío y la radiación sea mayor. Del mismo modo, en según qué planetas y satélites, las misiones podrían decidir qué regiones analizar con mayor detalle en busca de biomarcadores.
El futuro de la exploración espacial podría girar en torno a estos cálculos. Porque ya no se trata solo de buscar gemelos de la Tierra, sino de trazar mapas de probabilidad que permitan dirigir los limitados recursos hacia los objetivos más prometedores. Así, un simple número —o, bueno, una estimación probabilística entre cero y uno— podría convertirse en la brújula que guíe a la humanidad hacia el hallazgo más trascendental de la historia: descubrir que no estamos solos en el universo.