Sam Altman ha llegado a ser el mayor genio de la IA gracias a venderte el apocalipsis: “Podrías lanzarlo en paracaídas a una isla de caníbales y, al volver en cinco años, sería el rey”

Inteligencia artificial

La biografía 'The Optimist' desvela cómo el CEO de OpenAI ha convertido el miedo a la IA en su mayor activo, una ambición descomunal en una misión sagrada y el poder en un arte.

Sam Altman, CEO de OpenAI: “Si tuviera 22 años y me estuviera graduando en la universidad, me sentiría el chaval más afortunado de la historia porque nunca ha habido un momento tan bueno para crear o inventar”

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Sam Altman, CEO de OpenAI )

Jose Luis Magana / Ap-LaPresse

“Podrías lanzarlo en paracaídas a una isla de caníbales y, al volver en cinco años, sería el rey”. La descripción, cortesía de su mentor Paul Graham, fundador de Y Combinator, captura la esencia de Sam Altman mejor que cualquier organigrama. 

Como revela la reciente biografía The Optimist de Keach Hagey, Altman no encaja en los arquetipos de Silicon Valley. No es el visionario de producto como Steve Jobs ni el ingeniero obsesivo como Bill Gates. Es algo más antiguo y formidable: un maestro en el arte de acumular poder. Su verdadero producto no es el código, sino la influencia; su lenguaje de programación no es Python, sino la propia naturaleza humana. La historia de su ascenso no es la de un inventor, sino la de un estratega que entendió antes que nadie que, en el siglo XXI, quien controla la narrativa sobre el futuro, controla el presente.

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El CEO de OpenAI, Sam Altman.

 ”Es útil concentrarse en añadir otro cero a cualquier métrica de éxito que definas”. Esta filosofía personal, repetida como un mantra, es el motor que impulsa a Altman mucho más allá de la mera riqueza. Su ambición no es acumular, sino transformar; no quiere una porción del pastel, quiere rediseñar la receta de la civilización. Sus inversiones y obsesiones paralelas a OpenAI —energía de fusión nuclear para resolver la crisis climática, una criptomoneda global para una renta básica universal— no son proyectos secundarios, sino las piezas de un mismo puzle: la reingeniería total de la sociedad. 

Esta escala mesiánica le permite enmarcar la feroz carrera comercial de la IA no como una lucha por el dominio del mercado, sino como un paso necesario en una cruzada para el beneficio de la humanidad. Semejante misión, por supuesto, justifica casi cualquier maniobra táctica.

Si esta tecnología va mal, puede ir muy mal

Sam AltmanCEO de OpenAI

“Si esta tecnología va mal, puede ir muy mal”. Pronunciada con una calma estudiada ante el Congreso de los Estados Unidos, esta frase es la piedra angular de su estrategia más brillante. En lugar de minimizar los temores sobre una inteligencia artificial apocalíptica, Altman los ha abrazado y amplificado. 

Al posicionarse como el principal profeta del riesgo existencial, logra un doble objetivo: por un lado, se erige como el líder visionario y responsable, el único pastor capaz de guiar al rebaño al borde del precipicio sin caer en él. Por otro, convierte a sus críticos más feroces en aliados involuntarios. Cada advertencia sobre los peligros de una superinteligencia descontrolada no hace más que reforzar la idea de que la IA debe ser desarrollada por los únicos que parecen tomarse en serio la amenaza: él y su equipo en OpenAI. Es una jugada de judo geopolítico: usar la fuerza del miedo en su contra para consolidar su propio trono.

FILED - 25 May 2023, Bavaria, Munich: Sam Altman, CEO of OpenAI and inventor of the AI ··software ChatGPT, takes part in a panel discussion at the Technical University of Munich (TUM). Photo: Sven Hoppe/dpa

Sam Altman, CEO de OpenAI.

Sven Hoppe/dpa / Europa Press

“Deberíamos tratarlo más como una figura mesiánica”. La observación, cargada de la sutil ironía de su otro gran mentor, Peter Thiel, subraya la percepción casi religiosa que Altman ha cultivado a su alrededor. Sin embargo, el mito del líder benevolente y omnisciente se hizo añicos en noviembre de 2023. 

La justificación de su fulminante despido por parte de la junta directiva fue devastadora en su simplicidad: Altman “no era consistentemente sincero”. El profeta, según sus propios guardianes, manipulaba y ocultaba información para salirse con la suya. El episodio expuso la profunda fractura entre la imagen pública del optimista que trabaja por la humanidad y la realidad de un operador implacable que, según sus detractores, antepone su agenda a la supervisión y la transparencia.

Cada advertencia sobre los peligros de una superinteligencia descontrolada no hace más que reforzar la idea de que la IA debe ser desarrollada por los únicos que parecen tomarse en serio la amenaza: él y su equipo en OpenAI

“Eso sería consistente con la misión”. Esta fue la respuesta de Helen Toner, miembro de la junta, cuando se le advirtió de que sus acciones podrían destruir OpenAI. La frase revela un choque de fanatismos: el de una junta dispuesta a inmolar la empresa más importante del mundo en el altar de la seguridad, contra el de un CEO convencido de que solo su liderazgo puede pilotar el progreso. 

La resurrección de Altman días después, aupado por sus empleados y su socio Microsoft, no fue solo una victoria personal. Fue la resolución de la paradoja fundacional de OpenAI. El poder pragmático, la velocidad comercial y el culto al líder vencieron a la utopía de la gobernanza desinteresada. El rey de los caníbales no solo sobrevivió, sino que, tras devorar a sus oponentes, emergió con un poder absoluto para seguir construyendo el futuro, un futuro que, como deja claro The Optimist, se parece cada vez más a él mismo.

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