Sam Altman, creador de ChatGPT: “Frente a un vídeo real, una imagen divertida de alguien realizada con Sora 2 se ve mucho más real y vívida”

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Sam Altman, CEO de OpenAI.

YUICHI YAMAZAKI / AFP

“Frente a un vídeo real, una imagen divertida de alguien realizada con Sora 2 se ve mucho más real y vívida”. La frase, pronunciada por Sam Altman durante una conversación sobre el futuro de la inteligencia artificial y los derechos de autor recogida en Business Insider, resume la esencia del debate que rodea a Sora 2, el nuevo modelo de generación de vídeo de OpenAI.

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Captrua de vídeo creador con Sora 2

Altman lo anunció hace unos días no solo destacando su potencia visual, similar a Veo 3 de Google, sino sobre todo centrándose en la carga emocional y legal que empieza a acompañar a cada imagen generada. Porque, como añadió en la misma entrevista, “los titulares de derechos quieren estar dentro de Sora 2; la mayoría están muy entusiasmados, solo quieren poder fijar más límites que con las imágenes, porque los vídeos se sienten diferentes”.

Con Sora 2, OpenAI ha llevado la generación de vídeo a un nivel que hasta hace poco parecía imposible. Ahora, con una frase rápida puedes obtener un vídeo coherente, con iluminación realista, movimientos de cámara y personajes más expresivos incluso que con el modelo de Google.

Captrua de vídeo creador con Sora 2

Captrua de vídeo creador con Sora 2

OPENAI / Europa Press

Su lanzamiento hace unos días ha marcado un nuevo punto de inflexión en la cultura digital, pero también ha vuelto a encender la llama del conflicto. Las redes se han llenado de escenas creadas con personajes reconocibles —desde Pikachu hasta Harry Potter— que nadie ha autorizado, mientras los foros de artistas y abogados de propiedad intelectual se encienden ante un dilema sin precedentes: ¿qué ocurre cuando la creatividad humana y la sintética usan los mismos referentes?

El comentario de Altman ha sido interpretado como una defensa, y al mismo tiempo una provocación. Según explicó en el pódcast de a16z, algunos titulares de derechos se quejan no de que OpenAI use sus personajes, sino de que los use demasiado poco. “Mi preocupación es que no incluyas lo suficiente a mi personaje”, ironiza al respecto, dejando claro que todos quieren subirse a este barco.

Mi preocupación es que no incluyas lo suficiente a mi personaje

Contributing WriterCEO de OpenAI

El propio Altman admite que el vídeo “se siente diferente”, pero no peor... Sino más real y emocional. Y esa diferencia, dice, exige reglas nuevas. En la práctica, OpenAI tuvo que rectificar su política inicial de uso de personajes, que permitía la aparición de figuras con derechos salvo que el propietario pidiera su retirada (el modelo “opt-out”). 

Pero tras la polémica, y tras la difusión de clips como uno en el que el propio Altman aparecía rodeado de Pokémon diciendo “espero que Nintendo no nos demande”, la compañía se comprometió a pasar a un sistema de “opt-in”, donde los derechos deberán concederse de forma explícita.

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Detrás de esta rectificación se esconde un problema que lleva años debatiéndose: el vacío legal que rodea a la creación generada por IA

Detrás de esta rectificación se esconde un problema que lleva años debatiéndose: el vacío legal que rodea a la creación generada por IA. Las leyes actuales distinguen entre autoría y copia, pero la IA desdibuja esa frontera al producir obras nuevas a partir de bases de datos de millones de ejemplos. No hay una doctrina clara sobre qué constituye “uso justo” (fair use) cuando quien produce la obra no es una persona, sino un modelo entrenado para imitar estilos, voces o personajes. Y mientras los juristas intentan definir ese marco, las empresas tecnológicas avanzan más rápido.

A medio plazo, puede pasar de todo. Podrían surgir contratos específicos para autorizar el uso de personajes en IA, acuerdos de licencia colectiva entre estudios y plataformas, o incluso filtros automáticos que impidan generar imágenes de figuras protegidas sin permiso. 

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Pero todos esos mecanismos apuntan en la misma dirección: una creciente centralización del poder creativo. Si solo unas pocas empresas controlan qué puede o no puede imaginarse con sus modelos, la libertad artística podría verse reducida a un espacio vigilado, condicionado por los algoritmos del copyright. O, como mínimo, eso es lo que defiende Sam Altman.

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