Tras la sentencia del caso Pelicot

Ayer se falló en los juzgados de Aviñón el caso contra Dominique Pelicot, que fue declarado culpable de violación agravada de su exesposa Gisèle y condenado por ello a veinte años de cárcel. Otros 50 hombres, de entre 27 y 74 años, que llevaban vidas en apariencia normales y en su día fueron sucesivamente invitados por Dominique para que violaran a Gisèle, inerte tras ser sedada ex profeso, siguiendo un ritual que se repitió al menos entre el 2011 y el 2020, fueron asimismo condenados a penas que oscilan entre los tres y los quince años de privación de libertad.

El caso Pelicot ha mantenido en vilo a la opinión pública francesa, también a la internacional, desde que trascendió y, en particular, desde que se inició el juicio a principios del mes de septiembre. No es de extrañar. Este caso de agresión sexual, etiquetado ya como el mayor conocido en Francia en los últimos decenios, reúne una serie de protagonistas cuya interacción lo hace tan extremo como execrable. Un hombre retirado, en tiempos considerado por sus allegados como persona afable y generosa, que se reveló como un pervertido sexual insaciable, capaz de vejar a la que durante medio siglo fue su esposa, y de entregarla a otros para que le imitaran. Un nutrido grupo de varones –en total son 51 los condenados, pero fueron más de setenta los que participaron en las agresiones y, de ellos, 22 los todavía no identificados– que accedieron a atender la obscena invitación del principal acusado. Y una mujer que sufrió la reiterada agresión, sin consciencia de ello, tras ser drogada por su esposo con ansiolíticos que la mantenían en un estado comatoso durante las seis o siete horas en las que era sometida a abusos. Todo ello sucedió en una idílica población provenzal a la que los Pelicot se habían retirado tras criar a sus tres hijos y culminar sus trayectorias laborales.

El fallo judicial de ayer marca un antes y un después en la lucha contra las agresiones sexuales

Dos elementos destacan en este caso, uno de signo negativo y otro de signo positivo. El primero, que tiene su origen en la depravación sexual de Dominique Pelicot, es la irresponsabilidad de cuantos, a petición suya, accedieron a convertirse en violadores de una mujer indefensa, sometida por medios químicos, revelando una alarmante carencia de la dignidad y la empatía que debieran haberles llevado a rechazar las prácticas abominables que se permitieron; una carencia que desgraciadamente acaso no sea excepcional en nuestra sociedad. El segundo elemento es la infrecuente valentía de la víctima, que desde el primer momento reclamó que el juicio fuera abierto, sin limitaciones al público y los medios de comunicación, y que salieran a la luz las grabaciones de las agresiones por ella sufridas, registradas en vídeo y luego archivadas por su marido. Así antepuso la víctima la difusión del crimen ante el conjunto de la sociedad a la preservación de su intimidad, ya antes ultrajada por cierto una y otra vez.

Es precisamente esta valentía de Gisèle Pelicot la que ha dado amplios horizontes al juicio de su exesposo y de los cómplices de este, y la que ahora nos permite pensar que el caso recién fallado puede trazar la línea divisoria entre un antes y un después. Es de justicia afirmar que no todas las personas se dejan llevar por sus impulsos hasta el extremo de incurrir en agresiones tan ominosas como las que motivan estas líneas. Pero es probable que otras agresiones de este tipo existan ahora, y probado está que han existido en el pasado reciente. Por tanto, todo lo que se haga para denunciarlas, exponerlas y tratar de evitar su repetición será oportuno.

La víctima expuso su deseo de que hombres y mujeres vivan en armonía y con respeto mutuo

Podrá objetarse que las condenas no han sido todo lo duras que proponía el ministerio fiscal –se pedían un total de 652 años de cárcel, se han fallado 428–, pero es obvio que el desenlace del caso tiene un valor que va más allá de la duración de las penas de cárcel. Porque ha despertado conciencias, ha puesto en evidencia esquemas mentales primitivos e inaceptables y ha dado un nuevo impulso a la lucha feminista por la verdadera igualdad. El camino que queda por recorrer para alcanzar un estadio de convivencia deseable es aún largo. Pero ahora contamos con nuevas certidumbres que indican que, aunque largo, no es impracticable. Como dijo ayer Gisèle Pelicot tras conocerse la sentencia: “Confío ahora en nuestra capacidad de construir colectivamente un futuro en el que todos, mujeres y hombres, puedan vivir en armonía, con respeto y comprensión mutua”. Su coraje ha sido ciertamente ejemplar y nos compromete a todos en la construcción de ese futuro mejor.

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