Hace treinta años, el entonces príncipe Felipe nos recibió a un grupo de periodistas en Washington, donde cursó un máster de Relaciones Internacionales. Recuerdo dos cosas a las que se refirió en aquel encuentro. Una, que cuando fuera rey le correspondería gestionar la normalidad, sin la épica atribuida a su padre en la transición y en el golpe de Estado. Y dos, que en un país sin monárquicos debería ganarse el cargo cada día, sin agarrarse a la legitimidad histórica.

Al cumplirse una década como jefe del Estado, Felipe de Borbón se ha encontrado una realidad más compleja de la que se esperaba. Así que en este tiempo la normalidad ha sido escasa, con un intento de desmembración de España y una insoportable crispación política, que dificulta a menudo la toma de decisiones para resolver los problemas del país.
El Rey muestra su preocupación por la crispación y los discursos atronadores
En el mensaje de Nochebuena, la Corona dedicó una parte importante a hablar del pacto de convivencia que supuso la Constitución en estos momentos de gran polarización. El elemento moderador que le confía la Carta Magna le permitió advertir a la clase política que “la contienda, legítima, pero en ocasiones atronadora, no ha de impedir escuchar una demanda aún más clamorosa: una demanda de serenidad; serenidad en la esfera pública y en la vida diaria, para afrontar los proyectos colectivos o individuales y familiares, para prosperar, para cuidar y proteger a quienes más lo necesitan”.
El Rey pidió renovar el pacto de convivencia, “que se protege dialogando”. Y que requiere altura de miras, generosidad, para que sea posible definir el bien común y reforzar la acción del Estado. No se olvidó del problema de la vivienda, la inmigración, la inestabilidad internacional, los desafíos medioambientales o los estragos de la dana, recordando la responsabilidad de las administraciones en la recuperación de los pueblos afectados y de la moral colectiva.
A Felipe de Borbón le preocupa tanto el barro de la Horta de València como el fango de la política. Václav Havel dijo el día de su despedida que cada día tenía más miedo de cometer errores y de dejar de ser alguien en quien se pudiera confiar. No es el caso de nuestros políticos, y el Rey se lo recriminó en Nochebuena.