Mediado diciembre se inauguró la exposición Picasso/Koons en la Alhambra, concretamente en su palacio de Carlos V. A juzgar por la asistencia de autoridades y por la generosa cobertura mediática recibida, estaríamos ante un gran acontecimiento artístico. Pese a la sucinta colección de obras desplegadas: dos del creador plástico malagueño y tres del afamado norteamericano.
Estas cinco piezas, todas ellas inspiradas en el mundo clásico, interactúan, según los organizadores, con las del Museo de Bellas Artes de Granada, ubicado en el espléndido edificio renacentista proyectado por Pedro Machuca en el siglo XVI. La muestra abre el nuevo ciclo Reflejos , impulsado por el Museo Picasso de Málaga, que busca la expansión de su labor a grandes edificios andaluces.
Leo en la web de la Alhambra, a propósito de esta exposición, que “la belleza intemporal de las obras de ambos artistas iluminará la continuidad y transformación de la inspiración artística, invitando a una profunda reflexión”. Aunque no todos estamos dotados para la reflexión, y menos para la profunda, recojo el guante. Y mi primera reflexión es esta: redactar buenos textos para semejantes eventos sin caer en la grandilocuencia no es fácil.

Segunda reflexión: la comparación entre Picasso y Koons no se basa en un paralelismo constante. Ambos han acabado logrando notoriedad global, sí, pero empezaron de modo distinto: uno se echó a la aventura pictórica cuando eso suponía pasar por la bohemia menesterosa; el otro hizo sus pinitos artísticos mientras trabajaba en Wall Street. Acaso un indicio menor. O no.
Tercera reflexión: es verdad que tanto Picasso como Koons se han alimentado del universo de imágenes que les precedió. Pero con maneras, acentos y resultados muy diversos. Picasso pasó del academicismo a un periodo azul con ecos del Greco y señales disruptivas. Pintó en 1907 Les demoiselles d’Avignon, cuyos rostros se inspiran en el arte africano. Exploró territorios ignotos en la etapa cubista, pasó luego a un neoclasicismo con sello propio... Koons ganó celebridad a fines de los ochenta, retratándose en plena coyunda con la actriz pornográfica Cicciolina. O inmortalizando a Michael Jackson y el chimpancé Bubbles en una pieza que no desentonaría en el catálogo de Lladró. La cultura pop, la de los famosos, la kitsch, la infantil, todas de rentable efecto mediático, han guiado su trayectoria, donde tampoco faltaron obras de raíz clásica. Por ejemplo, dos de las expuestas en Granada, una estatua de aire romano y un cuadro de Jacques-Louis David, donde Koons se limita a adosarles una de sus gazing balls (bolas como globos hinchados, pulidas para que el visitante y su entorno se espejen e integren en la obra).
Cuarta reflexión: las obras dispares reflejan perfiles distintos. Se suele hablar de Picasso como el gran creador del siglo XX. Y de Koons como el artista vivo más cotizado en subastas: su Rabbit se remató por la cifra récord de 91,1 millones de dólares. Su fortuna suma 500 millones más, por detrás de la de Damien Hirst, otro creador que bucea en la cultura de masas, como sus tiburones bucean en formol.
La exposición de Granada evidencia la fuerza de las ‘celebrities’ en la actual escena artística
Quinta reflexión: la muestra de Granada evidencia –nada nuevo– la fuerza de las celebrities en la actual escena artística. Eso conduce esta vez a un diálogo desequilibrado. Como el que podría darse entre un orador culto y un vendedor con mucha labia, ambos capaces de hacerse escuchar, pero transmisores de mensajes de valía dispar. Quizás un signo de este presente revuelto, en el que se equiparan valores enriquecedores para todos con otros que dicta el mercado, abonan el papanatismo colectivo y engrosan algunas cuentas corrientes.
Sexta reflexión: el Museo Picasso ha acertado al elegir el palacio de Carlos V como telón de Reflejos. Lo corroborarán cuantos hayan disfrutado al descubrir su patio circular porticado, majestuoso y sobrio. También sería acertado que el palacio aspirara a shows más nutritivos.
Séptima y última: las reflexiones previas serán quizás tan inútiles como la retórica de la invitación que las causó.